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Casas en campaña


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Tener casa es el sueño de todos, y el gobierno de Juan Manuel Santos comenzó este lunes a hacer realidad ese anhelo para los 100 mil colombianos más pobres. En medio de aplausos y aprobación, el Presidente y Germán Vargas Lleras echaron a andar la apuesta más importante del fin de este gobierno.

María Cristina Ruiz Hurtado no sabe firmar. A duras penas escribe y escasamente identifica unas letras del alfabeto. Por eso cuando una funcionaria del ministerio de Vivienda le pide que llene con su nombre el espacio que la hace propietaria de una casa, ella sonríe con unos dientes grandes y manchados y levanta las manos, inocente.

Ella prefiere darle su índice derecho para que la huella la certifique como dueña de la casa G-05 y una de las 91 afortunadas. A partir de la próxima semana, cuando pongan gas en los nuevos hogares, María Cristina y su familia podrán vivir en el techo que les regaló el gobierno.

Minutos antes de ese momento, y en presencia del Presidente de la República, ella se quedó con una de las dos casas amobladas que obsequió la alcaldía del municipio. Tenía el número 58 en el papel que recibió a la entrada del evento y con ese número se llevó el “premio gordo”: casa gratis y equipada.

Cuando el anfitrión sacó las balotas ganadoras, María Cristina descendió de las escaleras que la separaban de Juan Manuel Santos y le entregó el papel que la acreditaba como ganadora. Emocionados, se fundieron en un abrazo que no tuvo la incomodidad de los saludos protocolarios.

La emoción de uno, el Presidente, que ve como el proyecto más ambicioso del final de su primer periodo en la Casa de Nariño –seguramente aspirará a la reelección– echa a andar, se confundió con la alegría de una mujer que soñó toda la vida con tener una casa.

Los más vulnerables

María Cristina esconde en medio de su sonrisa el drama de millones de colombianos: es una víctima más de la anacrónica guerra. Desde hace tres años, tuvo que salir del corregimiento La Playita con su familia y las pertenencias que le cabían en las maletas e instalarse en una zona periférica de Pradera.

Paradójicamente, esta condición de desplazada le sirvió para ser una de las 49 personas beneficiarias del primer sorteo de casas. Ella cumplía las tres condiciones que ponía el Ministerio para poder aspirar al techo: ser víctima de la violencia, haber recibido subsidios y pertenecer a la Red Unidos, antes conocida como Familias en Acción.

Según Saul Ruiz Hurtado, tío de María Cristina y padre de otra de las beneficiarias del programa, la mayoría de los que este lunes recibieron casa son desplazados de La Playita. “Destruyeron el pueblo”, dice Saúl, un viejo que escucha poco. No se atreve a decir, sin embargo, quién se llevó por delante su pueblo.

Leonardo Medina también es desplazado. Es un anciano de 84 años, tiene una especie de tumor en el cuello y una esposa que desde hace más de tres décadas lo cuida y lo acompaña. Trabajó la tierra toda su vida, pero no le alcanzó para lograr el sueño de tener “donde morir”.

Por eso, como caso emblemático, el gobierno decidió escogerlo para ser el protagonista del video promocional y regalarle la otra vivienda amoblada de la nueva urbanización. Él vivirá ahí con su esposa Clara y su nieta Marián Osorio.

La política, en medio de todo

La plaza de Pradera estaba abarrotada, decenas de niñas del colegio del pueblo portaban bombas color blanco y los habitantes del municipio juntaban sus manos y brazos por encima de la cabeza y hacían el símbolo de una casa.

Allí llegó, en medio de fuertes medidas de seguridad, el presidente Santos. Lo hizo acompañado de dos niños, dos campesinos que la semana pasada fueron víctimas de los atentados de las Farc en el departamento del Cauca. Ellos se convirtieron en los escuderos del mandatario durante su estancia en el municipio valluno.

En medio de su discurso, Santos mostró dos regalos que recibió de parte de la comunidad indígena Nasa. El primero, un bastón de mando que le regalaron para que siguiera “conduciendo al país”.

El segundo, simbólico como pocos, fue una mochila que le entregó una niña de la tribu. “Es para que la llene de paz”, dijo el mandatario. El público estalló en aplausos y el párroco del pueblo vitoreó ¡Que viva el Presidente!.

Luego volvió el discurso de la guerra, el de la guerra política. Santos fue enfático en señalar que en su mandato no habrá despeje de ni un milímetro del territorio, y que “la historia revelará quién sí estuvo a punto de despejar Pradera” para dialogar. Una nueva puya a su rival de contienda: Álvaro Uribe.

También señaló que “en gobierno anteriores”, este tipo de programas de entrega de viviendas se había quedado en promesas y que la plata se había refundido entre las buenas intenciones. Ratificó con palabras la eficacia de la política social de su gobierno y señaló que las viviendas gratis hacen parte de “las condiciones sociales para la paz”.

A pesar de que el ministro Vargas Lleras es el ejecutor del plan y el “maestro de obra”, el lunes el show se lo robó Santos. Invitó a la empresa privada a que se sumara a esta iniciativa, saludó parlamentarios y empresarios de la región, compartió con los niños y se encargó de inaugurar personalmente la urbanización.

Estrenando

Luego de que el propio Presidente abriera la puerta de su nueva casa, María Cristina y sus tres hijos entraron. Lo recorrieron emocionados, convencidos de que de ahora en adelante es suyo.

Comedor, sofá, camas y ventiladores a sus pies. Sin embargo, los niños solo prestaron atención al computador que reposaba en una mesa. “Ahora sí podemos bajar reguetón”, dijo el menor de ellos. Junto con la entrega de las casas, el gobierno pretende instalar redes de internet inalámbrico en las urbanizaciones de casas VIP en el país.

A la casa de María Cristina también llegaron libros donados por el ministerio de Cultura y textos escolares que impartió la cartera de educación. El gabinete entero al servicio de una causa valiente y de una apuesta que puede definir el futuro político de varios de los miembros del gobierno.

Lejos de las cámaras y de los funcionarios, María Cristina recorrió de nuevo la casa. Supo cada uno de los 47,84 metros en los que ahora pasará el tiempo con sus hijos, su esposo, su mamá y su tía. Recorrió los espacios que desde esta semana serán suyos.

“Gracias a Dios, yo nunca soñé tener esto”, dijo la propietaria de la vivienda G-05. Una víctima de la violencia que hoy posee una casa.

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