Hombres vestidos de negro conocidos como los “pisasuave”, avanzaron saltando de un árbol a otro, e iluminados por la tormenta llegaron al campamento donde diezmaron un pelotón de militares que dormían sin guardia como si estuvieran acampando en un campo de golf. (Opinión)
Once victimas más en las filas institucionales y quien sabe cuántas en la insurgencia, porque los colombianos solo cuentan las primeras pero no las segundas.
La muerte de los soldados cayó como cubos de hielo que se meten entre las sábanas en una noche helada. Así explotó la desconfianza que atormenta a l@s colombian@s por la corrupción de los poderes del estado, por la impunidad con la organizada delincuencia de cuello blanco, y por la violencia en las calles. Entonces, la maldad en esa noche desesperó a una ciudadanía que se acostumbró a reaccionar contra los “pisasuave” porque en lo demás es cómplice por su indiferencia e impotencia o porque hacen parte de la decadencia y de la decepción.
El odio a los “pisasuave” se convirtió en ataque al proceso de paz, la única esperanza que ahora puede ofrecer el Estado a una sociedad desintegrada. Piden que las negociaciones se suspendan y que la guerra se quede, le silban al presidente, se abalanzan sobre los medios y copan las redes, el expresidente Uribe se inventa montajes de soldados gringos que lloran en Afganistán y no en Colombia, y a la hora del saludo de paz en la misa de todos los domingos abandona la iglesia pero retorna para comulgar. Esta explosión de emociones tendrá consecuencias en lo que más nos importa a la mayoría de colombianos, la Paz.
Las negociaciones deben cerrarse antes de las elecciones de octubre. La gente se aburrió, Colombia está desesperada, encontró su punto de fuga a la cotidianidad, y da un ultimátum a los que están en La Habana y al que está en la Casa de Nariño. Si la Paz no está firmada en seis meses, los “pisaduro” de la derecha ganarán las elecciones regionales, y el presidente se quedará sin nada que hacer.
Los ejemplos de largos años que duraron las negociaciones en Sudáfrica, Irlanda, El Salvador, Guatemala, Vietnam, Filipinas, y las que siempre empiezan y nunca terminan entre Israel y Palestina, de nada sirven en Colombia. Esta es otra cultura, otro tipo de guerra, en esos países tres años de negociación no fueron nada, en Colombia son muchos, porque esta guerra ha durado más que las otras, y porque no amenaza las ciudades solo al campo. Ya no sirve ninguna pedagogía para el aguante y la paciencia. No se quiere saber de asesores extranjeros que cobran y piensan como si estuvieran allá y no acá. Hora de cerrar las negociaciones y dejar el embeleco de creer que la opinión ajena es la que cuenta y no la propia. Santos y su equipo piensan y actúan como si estuvieran en Londres o en Washington, y no en el Cauca, en la Guajira, en Bogotá o en Medellín.
El cese bilateral se impone. Debe acordarse pronto cuando las negociaciones estén a punto de cerrar los dos últimos temas. La ambigüedad de seguir negociando en medio del conflicto produjo los muertos del Cauca y tantos más que la memoria rápido olvida, porque esta guerra produce Alzheimer. Si no hay cese bilateral ocurrirá otro episodio peor que el del Cauca y entonces está sociedad no tendrá retorno ni futuro.
Los “pisasuave” de las FARC deben entender que Colombia no les tolera un acto más de violencia. Aún se escuchan las voces de aquella marcha de “NO MÁS FARC”. No hay espacio para aceptar un muerto más. La poca confianza que habían ganado la volvieron a perder.
La derecha acuñada en un partido que se autodenomina democrático aprovecha el momento de desconcierto y furia para agitar un proselitismo fanático y dogmático contra la paz, inventando información para mostrar una realidad caótica, agitar la anarquía, y mostrarse como los salvadores de una crisis estructural que ellos alimentaron y multiplicaron en sus ocho años de gobierno. La Colombia desinstitucionalizada que ahora tenemos, viene de atrás, pero se perfeccionó e incrementó en su mandato.
Santos debe tomar el poder del Estado, debe gobernar él y no otras voces que poco respeto y confianza inspiran. Debe gobernar por la paz y debe gobernar para darle un norte claro al país a partir del posconflicto. Aún le quedan tres años de gobierno y eso es mucho cuando una nación anda desconcertada, desconfiada, agresiva y agredida, y con una inflexión de la economía que espera a la vuelta de la esquina. Nunca había escuchado tan pausada a Marta Lucia Ramírez como esta semana en el programa En Jaque de Día TV, pidiendo rodear al presidente. Por algo será. Una nación en el filo de la desesperación y de la desconfianza es un peligro.