El lunes 9 de febrero cientos de personas salieron a las calles de Florencia, Caquetá para rechazar el asesinato de cuatro menores en la vereda El Cóndor; dos días después en La Vega, Cundinamarca una muchedumbre recorría el municipio para darle el último adiós a Robinson Correa, un pequeño que fue encontrado desmembrado en la vereda Nagui Alto; ese mismo día 800 personas en el corregimiento de Borrero Ayerbe, en el Valle del Cauca, caminaron para alzar la voz de rechazo por la muerte Juan David Velandia de seis años, quien fue asesinado por su padre.
No es la primera vez que noticias como esta es titular de primera plana en los medios de comunicación; no es la primera vez que la sociedad se conmueve y abomina casos como estos, o que las redes sociales estallen de indignación y tampoco es la primera vez que la violencia infantil se manifiesta; casos como estos parecen estar presentes los 365 días del año, siendo menores de edad los protagonistas.
Cifras oficiales exactas sobre violencia infantil no hay, existe un sub-registro, lo que quiere decir que muchos de los casos se desconocen ya que no son denunciados. Pero sí se puede establecer que cuando de violencia se trata los menores son las principales víctimas. Por ejemplo, cifras de Medicina Legal, en términos de violencia sexual, establecen que el 86 por ciento de sus exámenes médicos son hechos a menores de 10 a 14 años.
Esther Ruiz, especialista de protección en el tema de violencia armada de Unicef, señala que existen un sinnúmero de casos que no se pueden registrar en el tema de violencia intrafamiliar, pues los niños afectados —no cuentan y callan—; aún peor si se trata de menores víctimas del conflicto armado, es más complicado establecer datos exactos y llegar a esos casos ya que nunca, según ella, hay denuncias por temas de retaliación.
Los menores como propiedad privada de los adultos
Hay dos factores fundamentales pero no definitivos cuando escarbamos en las razones de por qué los menores de edad son el principal blanco de la violencia infantil. Primero Rocío Mojica, oficial de protección de la Unicef, dice que la sociedad —todavía piensa que son propiedad de los adultos (…), por ende creen que pueden hacer con ellos lo que quieran, es decir, golpear, explotar y utilizarlos para diferentes actividades ilícitas—.
Segundo: Además de la sociedad el Estado debe avanzar en el reconocimiento de que los niños, niñas y adolescentes son iguales, y hacer entender que ningún adulto puede ejercer algún tipo de violencia. Mojica señala que muchas veces se termina culpando a la familia, sin embargo la Convención de Derechos del Niño dice que los Estados tienen que acompañar a las familias para que puedan ejercer bien su función paternal.
Por otro lado, el establecimiento debe visibilizar estos casos, pero no “cuando pasan hechos tan terribles” como el del asesinato de los cuatro niños en el departamento del Caquetá, la funcionaria de la Unicef, dice que “no solo se puede reaccionar por un momento y luego bajar los esfuerzos, sino que debe haber una respuesta sostenida y, que todas las instancias del país se comprometan en la construcción de una sociedad sin violencia desde los escenarios en donde se desarrollan como la familia y la escuela”.
A la afirmación de Mojica se suma otra. El periodista Alberto Salcedo Ramos señaló en su columna dominical que “en nuestro país desnaturalizado los niños se están muriendo desde mucho antes de ser víctimas de calamidades mediáticas: mueren de física desnutrición en vastas zonas de nuestro territorio, mueren en las minas ilegales adonde son llevados a partirse el lomo como si fueran adultos, mueren en la selva luego de ser reclutados por guerrilleros o por paramilitares, mueren destrozados por minas terrestres en los caminos, mueren desharrapados bajo un puente mientras inhalan pegante para olvidar el hambre, mueren en las calles disputándose un retazo de cartón con el cual protegerse del frío”.
Por su parte, Esther Ruiz, especialista de protección en el tema de violencia armada, dice que en el marco los diálogos entre el gobierno y las Farc, —la paz debe ser una oportunidad para los niños, niñas y adolescentes, ya que ellos pueden ser los protagonistas de esa construcción—, pero advierte que solo se puede llegar a esa oportunidad si se invierte, pues son ellos los nuevos líderes y los que pueden hacer la diferencia.