La ciudad de las flores alberga algo menos colorido que la primavera. La violencia ha opacado la alegría de los habitantes de las comunas “calientes”. Los niños que son utilizados como arma de guerra y son el blanco de las balas que caen como gotas en la Comuna 13.
El metro de Medellín va medio lleno y su destino es la estación San Javier, lugar en donde cientos de paisas toman el metrocable que los conduce a los barrios más altos de la comuna, hogar de Laura*, una menor de 10 años y de Consuelo*, una líder comunal.
Laura* camina por una montaña y se aproxima a Morada, una casa en donde los sábados hace un programa de radio online que denuncia las irregularidades del barrio que habita. “Los otros niños se demoran porque por la casa está “caliente” ”, dice mientras se acerca a Consuelo*.
Un día antes había estado el presidente Juan Manuel Santos en un Consejo de Seguridad en la Casa de Justicia del 20 de Julio que queda en esa comuna, debido al asesinato de 2 menores de 11 años a manos de uno de las 14 organizaciones delincuenciales que se apoderaron de la zona en una lucha por conquistar el negocio de la droga.
Hay silencio. Por el lugar no pasan buses, no hay taxis y hay una patrulla de Policía parqueada, pero no se ven uniformados cerca. La gente camina apresurada, no mira para ningún lado, hay pocos niños jugando y las personas que se ven al medio día parecen asustadas.
Es inevitable sentir el ambiente tenso. En el lugar se encuentran algunos estudiantes de la Universidad de Antioquia haciendo tomas para un reportaje sobre ‘Cuenta la 13’, un proyecto que agrupa jóvenes y niños de la localidad, brindándoles un espacio de cultura, recreación y aprendizaje.
Laura* sonríe. Está jugando con Yeison*, un pequeño de 7 años que viste un jean ancho, y una gorra de los Lakers. Como ella, aún espera a sus otros amigos. “Está muy maluco por la casa. Uno no puede salir porque por todo lado hay malandros”, dice.
Los niños que están en el lugar parecen asustados. Hace poco más de una semana a 2 menores muertos en la comuna 13 se sumó uno más en la 9. “Yo digo que a los niños los mató la policía. Ellos (la policía) dicen que son malandros, pero así no es, son falsos positivos. Dicen que los menores son malandritos, que tienen armas y los cargan. Luego se los entregan a los combos y los matan ”, asegura Consuelo*
Los amigos de Laura* no llegan. La mujer de 50 años se sienta afuera de una casa a esperarlos mientras se toma algo para espantar la sed. “Los niños no quieren a la Policía. Está grave la situación de la institución con ellos. La misma policía se encarga de entregar los niños y los jóvenes a los combos para que los maten”, cuenta.
Consuelo* es una mujer de caracter, desconfiada y en sus ojos se nota que en la vida no le ha tocado fácil. Cuentan en el barrio que hace unos años le mataron a uno de sus hijos y que a los otros la Policía los ha amenazado con llevárselos al no portar la libreta militar.
“Antes de la llegada del Presidente, los soldados aporrearon los jóvenes. Yo tomé una foto pero no alcanzó a salir bien”, dice. Está preocupada porque los amigos de Yeison* y Laura* tienen algo más de 15 minutos de retraso, porque la zona de la que vienen está peligrosa, son frecuentes las balaceras en las que se enfrenta la policía y algunos soldados contra los grupos ilegales, de donde salen las balas perdidas que muchas veces acaban con la vida de la gente.
“Acá están las Bacrim, los de ‘Sebastián’, ‘Mario’, Urabeños, los Rastrojos y los Paisas, pero comen en el mismo plato y se disputan el territorio por la droga”, dice luego de mirar la patrulla parqueada cerca al lugar y de mirar el reloj.
Sigue pasando el tiempo y no puede evitar ponerse cada vez más nerviosa. Laura* se acerca y Consuelo le pide el favor de que se siente para atender las preguntas que tienen los universitarios. La niña vive con su mamá, 2 tías, un tío y 2 primos que están acostumbrados a los sonidos de la guerra.
Como si se tratara de algo común y corriente relata que oye tiros casi a diario. “Mi mamá nos llama y nos mete en la casa a ver televisión o ponemos la música a todo volumen para no escuchar”, cuenta mientras pide que le traigan un ‘fresco’. El calor es casi insoportable.
Laura* le teme al sonido de los disparos pero parece que no, al impacto de las balas. Como la mayoría de los paisas, parece ser devota de Jesús y la Virgen. “Si Dios quiere que yo me muera, es porque él me necesita en el cielo, si él no quiere que yo me muera es porque no me necesita. Pero yo no voy a dejarme matar”, asegura.
Finalmente llegan los niños provenientes del barrio Libertades. Efectivamente estaban demorados porque había delincuencia cerca a sus casas y no podían exponerse. Ninguno de ellos es un “carrito”, como Consuelo* le dice a los menores que llevan droga y armas de un lugar a otro. Según ella, los pequeños lo hacen porque son los responsables de llevar el sustento a la casa. “El niño ve que en los combos hay alimentación, vestidos, armas y droga, y ahí se quedan”, parece ser la razón por la cual la delincuencia es el camino escogido por muchos, que a temprana edad se encargan de sostener una familia entera, donde usualmente no hay figura paterna y la materna está desempleada y tiene 2 o más hijos.
Aproximadamente 10 niños están listos para comenzar con su programa radial. Laura* se acerca a la puerta del lugar de donde se emite el programa pero siente que le faltaron cosas por contar y mira hacia donde está la grabadora, respira y dice: “en el ‘hueco’ hay unos muchachos que me caen muy bien y son malandros, pero hacen todo lo posible para no coger un arma. Uno no tiene que tenerle miedo a los muertos sino a los vivos”. Coge su maleta, mueve la mano despidiéndose, sonríe y entra a Morada.
Ya es más de medio día y el calor en Medellín supera los 23 grados centígrados. No es fácil estar a pleno rayo de sol, pero tampoco es seguro ingresar a algún lugar. Consuelo* ya está acostumbrada al calor y quiere seguir hablando, está indignada y se nota en su mirada: “si el estado colombiano da la educación que se necesita, no sucedería lo que está pasando. El Estado es alérgico a la pobreza. Si no fuera así no habría tanta vulneración de derechos humanos en las comunas”.
Es hora de entrar a la casa. Hay cosas que hacer. El sábado es el día que los niños tienen el espacio para realizar su programa y Consuelo* quiere estar ahí. Una joven, voluntaria de ‘Cuenta la 13’ se acerca al portón y señala el camino para salir del barrio y regresar a la estación del metro. “Tengan cuidado, no se vayan a desviar, no se vayan a perder que de pronto es peligroso”, dice.
Queda un largo camino hasta la estación San Javier y todo es incierto. Tal vez Laura* en unos años será una líder que luche por la justicia en su barrio, tal vez esté en una banda al margen de la ley o tal vez haya cruzado una frontera invisible. De pronto Consuelo* ya no viva allá por las amenazas en su contra y decida salir de la zona para que no carguen a sus hijos.
Por ahora Morada sigue en pie, los niños quieren seguir sirviéndole a su comunidad positivamente y el verde de la montaña refleja prosperidad y esperanza.
* Nombre cambiado por petición de la fuente