Eran las 11 de la mañana y un fuerte frío acompañaba a las cientos de persona que, pacientemente, hacían cola en el puesto de votación de Colina Campestre. Largas filas se extendían hasta la Avenida Boyacá. Por cuestiones de logística, y por qué no, de seguridad, la policía había conformado dos filas: una para hombres y la otra para mujeres, siendo esta última la más larga. Ese frío solo auguraba una larga tarde pasada por agua, por lo que las filas se iban acrecentando de a poco, por gente que prefería evitar la llovizna.
Entre tanto, sentado en una banca, como decía Piero en su famosa canción, “veía a Bogotá pasar y pasar”. Aún repasaba en mi mente cómo sería mi encuentro con María Alejandra, una joven estudiante de Derecho, de marcada ideología izquierdista y una activista feminista empedernida y convencida de su causa. Los minutos pasaban y el viento empezada a arreciar. Dando breves miradas a mi alrededor, tratando de reconocer el panorama, logro vislumbrar finalmente a María Alejandra que se acercaba con paso firme y decidido, como quien está dispuesto a enfrentar una gran batalla. Acompañada de su fiel amigo y compañero, su amado padre, se me acerca y con una mirada fija y una voz dulce pero seria, cambió el habitual “buenos días”, por un apretón de manos. Antes que nada, quiso establecer las reglas de juego, y me puso dos condiciones a las que no pude rehusarme: primero, cero fotografías o registro de audio; y segundo, tenía que esperar a que ella y su papá regresaran de ejercer su derecho al voto. Obviamente, esto último supondría una espera prolongada, debido al panorama que se dibujada desde tempranas horas a la entrada del puesto de votación.
Luego de un buen rato, habiendo caminado para entrar un poco en calor, veo que María Alejandra por fin sale del recinto. Una leve sonrisa se dibuja en su rostro, como demostrando aquel placer que se siente por el deber cumplido. La seriedad y tosquedad del inicio se corrigió en un grato saludo como de dos viejos amigos. María Alejandra le pide a su padre que se adelante, mientras me indica que tome asiento. Noto en su cara una cierta confianza y pasividad difíciles de describir.
Sin perder tiempo, iniciamos una breve conversación. Prefiero no darle el apelativo de entrevista, pues esta implica cierta formalidad y se pierde la naturaleza y esencia del pensamiento que solo surge en una conversación. De manera insólita, María Alejandra me aborda a mí preguntándome si yo ya había votado, a lo que asentí inmediatamente. María Alejandra sonríe y tan solo se remite a decirme “Muy bien”. La calma que me transmite me genera cierta curiosidad y le pregunto que qué la tiene tan contenta, qué fue lo que sucedió dentro del recinto de votación que hizo que su ánimo cambiara. “Nada cambió, mi ánimo siempre fue el mismo. Solo que no quería perder la concentración que tenía antes de depositar mi voto”, responde. “Es agradable ver jóvenes como tú que creen en el voto. ¿Cómo te sentías?”, a lo que ella responde “Expectante. De verdad tengo la idea de querer sembrar candidatos de oposición a las mayorías del Congreso. Estaba segura de que mis candidatos son personas con programas sólidos y en realidad quería apoyarlos”.
La seguridad con que hablaba dejaba entrever la confianza que tenía en cada una de sus palabras y sus acciones. De verdad, reconfortaba ver a alguien tan convencida de que realmente #AguantaVotar. Su discurso, inequívocamente lógico, se movía en un marcado optimismo y una recalcitrante oposición a la vieja política, a la política tradicional. Exigía un cambio, pero era consciente que este no se iba a dar de inmediato. Por eso, era necesario desde ya promoverlo, pues la esperanza del cambio era un clamor no solo de ella, sino de millones de colombianos “mamados” de lo mismo. Y el voto, hacía parte de esa lucha y ese clamor. Así, poco a poco el tiempo que me concedió se fue agotando, y aunque yo quería que la conversación siguiera indefinidamente, ella tenía otros planes, por lo que tuvo que dar por terminada la charla.
Hoy, luego de pasar las elecciones y de haberse constituido el nuevo Congreso, volvimos a hablar, pero esta vez de una manera más informal y casual. Mi obvia pregunta fue qué era lo que esperaba de este Congreso y si sus esperanzas seguían incólumes. Era clara su indignación al ver que las cosas no cambiaban, pues los mismos partidos y los mismos políticos (algunos en partidos nuevos), seguían ocupando los puestos que al parecer, les habían sido adjudicados sin fecha de caducidad. Sin embargo, el optimismo seguía presente, pues ella era el reflejo de una nueva generación que buscaba el cambio y que no sólo a través del voto, lo buscaba, sino que día a día, actúa y dirige su vida con acciones que promuevan el cambio. Ella, al igual que muchos jóvenes, veían un mañana mejor, un mañana que se debía construir en el hoy.