Contra todo pronóstico, dos fuerzas totalmente opuestas han olvidado sus diferencias por un momento, y se han unido con un único fin, crear una obra maestra de la política moderna, una obra que despierte envidia y recelo entre los grandes pensadores políticos de la historia, una obra que ensalce el favor popular por encima de la institucionalidad democrática.
¿Y quién más capacitado y apto para un cometido de tales envergaduras que nuestro flamante presidente de la República, Juan Manuel Santos, y nuestro portentoso ex alcalde mayor de Bogotá, Gustavo Petro Urrego? El polifacético y ambivalente discurso del primero, aunado al balconazo carismático del segundo, han dado a luz a un completo Manual de Demagogia y Populismo, características fundamentales y necesarias en un sistema caudillista y clientelista. Una obra que no puede faltar en la biblioteca de los ungidos por la Providencia, nuestros gobernantes.
No más es que miremos la tragicomedia que resultó ser la decisión del procurador general de la nación, Alejandro Ordóñez, de destituir e inhabilitar para el ejercicio político por 15 años al entonces Alcalde de Bogotá, Gustavo Petro. Lo que comenzó como una investigación por irregularidades en la implementación de un nuevo sistema de recolección de basuras, terminó en una compleja persecución de las fuerzas oscuras del fascismo, escudadas en fanatismos religiosos. Un discurso bastante disonante para alguien que, por un lado, osaba hablar de cambiar la forma de hacer política y defender las instituciones democráticas, y por otro lado, instaba desde su balcón al levantamiento de las masas en contra de esas mismas instituciones.
Y no siendo suficiente esta puja entre la abominable derecha y la indefensa izquierda, la decisión debía conjurarse en la voz de la diplomacia del país, el Presidente Juan Manuel Santos. Irónico rol que debía desempeñar alguien que durante todo su Gobierno, siempre había actuado como mediador y no como decisor. Alguien en cuyo Gobierno se caracterizó por ser el amigo de todos. Una imagen bastante displicente y diciente, teniendo en cuenta que la trascendental firma de la paz, la cual configuraría todo el escenario político y social del país, recaería sobre sus hombros.
Bien dicen por ahí que “Dios los cría y ellos se juntan”. Si en algo han logrado confluir estos dos personajes, es que la demagogia les ha podido más que su deber con la Democracia. Si bien es cierto que el populismo que ambos denotan, aunque en esencia ha sido con el fin de hacerse con el favor del pueblo y de esta manera legitimar sus decisiones y acciones, debemos acotar que se han dado de manera distinta. Por un lado, tenemos un Presidente radicalmente diplomático, y por el otro, un ex Alcalde radicalmente caudillista. E infortunadamente para estos dos, su demagogia les pasó cuenta de cobro.
Ganarse el favor del pueblo y lograr movilizar una masa en torno a sí mismo, por muy legítimo que sea, no puede sesgar la legalidad. Y esto, en efecto, fue lo que buscó Petro para pasar por encima de la ley (estemos o no de acuerdo con ella). Dio un viraje sumamente radical en su discurso para tocar la fibra sentimental de la gente en quién encontró una base muy fuerte, no porque sintieran simpatía hacia él, sino por su descontento y rechazo hacia el Procurador. Previendo su final, Petro jugó astutamente a ganarse estas masas y así buscar que el levantamiento social deslegitimara la acción completamente legal. Un golpe de balcón era lo que realmente le estaba asestando Petro a la Democracia.
Y por su parte, para Santos, la destitución de Petro le resultó ser una piedra en el zapato en su carrera reeleccionista. En él recaía reconocer la legalidad en el actuar de Ordoñez o la legitimidad en el actuar de Petro. Cualquiera que fuera la decisión que tomara, saldría perdiendo, pues se echaría encima buena parte de la sociedad votante. Las cosas así, la revocatoria resultaba su mejor aliada, porque de esta manera se exoneraba de cualquier responsabilidad. Dependiendo de lo que Santos decidiera, se estaría dando vía libre a nuevos procesos políticos y sociales, en los que o bien se reconoce y prima la legalidad de los hechos, o bien, la legitimidad de estos.
Es de creer que muy poca sorpresa conllevó la inicial declaración del Presidente, cuando afirmó que acataría la decisión de la Procuraduría, pero que no estaba en absoluto de acuerdo con que un Procurador tuviera las facultades para destituir a funcionarios elegidos por voto popular. A sabiendas de cuál sería su decisión, optó por salvaguardarse con este tipo de declaraciones que no fue más que un paliativo para el castigo social que iba a afrontar luego de ratificar al Procurador. Nuevamente, su tan afamada diplomacia hizo gala en un momento crucial en que era necesario ejercer el rol de gobernante. Su imparcialidad e incapacidad para tomar decisiones ingentes, lo hizo sucumbir ante el mismo pueblo que antes buscaba ganarse.
Petro, en una muestra más de cacicazgo, instó a Santos a decidir si estaba con el pueblo (desconocer la destitución) o en contra del pueblo (reconocer la destitución). Mordaces e infaustas resultan ser las vueltas de la vida: o Santos lo salvaba o se lo llevaba por delante con todo y reelección. Pobre Democracia: si la justicia es ciega, nuestra Democracia es coja. Santos y Petro han sido una dupla admirable que demostró que la tal Democracia no existe, y gozar del voto popular, es razón suficiente para pasar encima de ella. Bravísimo!!!
Sea como fuere, todo este maquiavélico suceso nos lleva a pensar si realmente, como sociedad, estamos preparados para vivir en un verdadero sistema democrático, lejos de todo caudillismo, clientelismo y populismo, que únicamente reafirman la idea de una paupérrima sociedad de masas, en la que convergen individuos extasiados por el momentum. Si no es así, que viva el balcón!!! Que viva la lechona!!! Y sigamos jugando al indignado cada vez que nos pagan con la misma moneda lo que hemos permitido como sociedad.
PD: Santos y Petro, temiendo que el manual no fuera claro, decidieron publicar una versión más sencilla, Demagogia para Dummies