El nuevo acuerdo de paz

Inmediatamente sucedió el inaudito triunfo del NO, el presidente Santos convocó a sus voceros a discutir y a presentar propuestas para ajustar el texto firmado el 26 de septiembre en Cartagena. Sin embargo, igual llamado no le hizo al SI, que políticamente logró un empate con los opositores al acuerdo, por tanto, con los mismos derechos políticos para revisar y construir el nuevo texto.

De esa manera, el gobierno adoptó un doble papel: vocero del SI y negociador de la paz. Error, porque no podía tener esa doble actuación, de la cual también es culpable el SI, porque no superaron su característica de montonera de voluntades, en consecuencia, desarticulados no reaccionaron para conformarse como una fuerza con igual estatus al NO. Santos debió invitar al SI a tener una representación igual en la renegociación, y así toda Colombia habría quedado incluida de cara a un acuerdo nacional más amplio, porque consensos absolutos en política son imposibles, sobre todo cuando hay desalineados como el Centro Democrático, las sectas cristianas y Ordoñez.

Mientras el NO organizó sus ideas, el SI iba por manadas a la Casa de Nariño con ideas generales y sin propuestas específicas. De la Calle y Jaramillo llevaron a La Habana un bolsillo lleno de propuestas del NO, y otro desocupado porque el SI estuvo ausente en la renegociación. Entonces, tenemos un nuevo acuerdo entre el gobierno y las FARC, sin satisfacción para el NO y sin la palabra ordenada del SI. ¿Cuál es el efecto de un acuerdo en estas condiciones?

Primero, el NO se cree con derecho a que todas sus propuesta estén en el acuerdo.

Segundo, el NO ha desconocido el nuevo acuerdo para menguar su legitimación, y busca dilatar el acuerdo para llevarlo al límite con el fin de reventarlo, porque la guerra es funcional a su ideología e intereses.

Tercero, las propuestas fundamentales del NO son regresivas. Expresan el espíritu de siempre de la derecha para que en el país del Sagrado Corazón nada cambie, en consecuencia, sin visión para entender que lo importante es la superación de una era de violencia, donde el acuerdo con los alzados en armas es un medio y no un fin. Mirada con odio y no de nación, sin compasión con los millones de víctimas y sin conciencia con las generaciones futuras.

Cuarto, las propuestas del NO en el punto de reforma rural integral, son regresivas. Retroceso en materia de ordenamiento territorial, propiedad de la tierra, y captura de predios, con lo cual se borró lo ganado en el primer acuerdo. El campo seguirá siendo feudal, rentista y evasor, inequitativo e ilegal, poco productivo y no competitivo, y violento. La dicotomía campo ciudad no se superará hasta que un nuevo orden político y social: democrático, humano y moderno, algún día se imponga. Al igual que el frente nacional de 1957, este frente nacional de 2016 no supera el problema de la tierra y de respeto a la vida.

Quinto, la exclusión de jueces internacionales, otro retroceso. Simplemente porque ellos equilibrarían las discusiones, traerían conocimiento que Colombia no tiene, y terciarían en la polarización jurídica. Además, porque no hay confianza en la idoneidad y honestidad de los jueces colombianos, ni confianza en un sistema de justicia sin identidad conceptual para una realidad inédita.

Si el “SI” hubiera tenido igual representación, jamás se hubieran impuesto todas las propuestas del NO. Algunas habrían pasado, otras hubieran sido reemplazadas o mejoradas, y sobre todo, hubieran florecido unas más avanzadas porque al sí lo inspira antes que la paz con las insurgencias, una paz superior: trascender la cultura de violencia y la situación de atraso, inequidad e insostenibilidad rural y urbana. Por eso era importante incorporar el acuerdo al bloque de constitucionalidad, otra entrega. En esas condiciones, el nuevo texto final se habría enriquecido y profundizado, porque la creatividad, el sentido humano, y el espíritu de cambio para construir una nueva sociedad está en la inteligencia y en el humanismo del SI y no en los dogmatismos retrogrados del NO, sobre todo de las vertientes de Uribe y Ordóñez, pues el traumático pasado es para ellos el futuro, ya que un estado fallido es funcional a su premodernidad. Todas estas anomalías, se amparan en un leguleyismo deshilvanado y confuso, que tiene siempre la última palabra.

En síntesis, el nuevo texto no tiene enfoque de género pero si enfoque de ultraderecha dentro de un menguado marco general progresista. No es un segundo mejor acuerdo, pero es el que las inauditas contradicciones de Colombia y el horrendo sistema político hace posible. Mientras tanto, la Corte Constitucional continúa callada, como si la paz fuera un asunto de trámite ordinario y no de urgencia e importancia superior. En estas condiciones, es peligroso un nuevo plebiscito para refrendar el nuevo acuerdo, porque el NO sigue mintiendo, y la gente en pocos meses no sale de un estado de indiferencia, resentimiento, ignorancia y maldad. El camino es el Congreso, y que las fuerzas del SI se organicen para que haya una paz estable y duradera.