Real Madrid se proclamó el pasado sábado campeón de la Champions League arrasando en la final a la mejor defensa del campeonato, la Juventus. Por primera vez desde que se creó el nuevo formato en 1992 el vigente campeón repitió título. Ponían fin a una maldición que ha durado 25 años y que decía que ningún club que había levantado el título renovaría el galardón al año siguiente. Se trataba de una prueba de verdadera proeza. El primero que lo consiguiera pasaría a la historia del nuevo formato como un equipo legendario.
No pudo ser otro que el Real Madrid, el que logrará este reconocimiento. El rey de la Copa de Europa, que ha hecho de este torneo su patio particular, se proclamó por primera vez campeón por segundo año consecutivo. Lo hizo a lo grande. Aniquilando a una de las mejores zagas que se recuerdan en el Viejo Continente, con una segunda parte imperial en la que no dieron opciones a la duda.
Los de Zidane sacaron su mejor versión en el momento decisivo, en el que aparecen los grandes equipos y los jugadores de leyenda. A base de toque y posesión, hicieron que el muro juventino opusiese la misma resistencia que los tornos a los colados en Transmilenio. Los Buffon, Bonucci, Chiellini, Barzagli y compañía parecían competir en una división inferior a la del actual campeón. Nadie tuvo objeciones al término del encuentro, el Real Madrid fue el justo campeón.
Su triunfo además confirma a Zidane como un entrenador de clase mundial. El técnico francés agarró en enero del año pasado un equipo en caída libre. Sin rumbo y apabullado por un Barcelona en la mejor era de Messi. Humillado poco antes en su campo por su más directo enemigo y bajo un mar de críticas por el modelo del proyecto. Nadie daba un peso por los blancos.
Zidane fue capaz de voltear esa situación y agarró el timón con no más que temple y el respeto que impregnaban sus medallas en la solapa. Llegó a un vestuario de vacas sagradas y lo transformó en un conjunto de obreros al servicio del colectivo. Su juego no ha enamorado a casi nadie pero sus números han convencido a los más detractores.
Ese equipo a la deriva es hoy el mejor del mundo. Por unanimidad. Ya nadie pone un pero al conjunto de Zidane. En Cardiff confirmaron la potencia de un conjunto con un arsenal de armas infinito. Capaz de golpear a su rival a balón parado, en juego estático, a la contra y a veces casi sin quererlo.
Un equipo plagado de figuras que pone su talento y esfuerzo al servicio de sus compañeros. Donde Cristiano es la punta de una lanza en la que también aparecen en menor grado los Benzemá, Isco, Modric, Kroos… Con una base sólida en la empuñadura. Desde el arco con Keylor Navas, hasta su líder espiritual, Ramos, pasando por dos laterales que son ampliamente los mejores del mundo en su puesto. En esta amalgama de nombres aparece también un gladiador de los de antaño para darle el equilibrio necesario, Casemiro.
Ninguna pieza es prescindible –salvo un James que es el único lunar negro de Zidane-. El colombiano es la excepción a la regla en este equipo. El único realmente defenestrado por el técnico al que no se le encuentra una razón táctica ni técnica aparente que justifique su eterna suplencia. James tiene el honor de sumar a su palmarés dos Champions en las que ha pasado sin pena ni gloria por el inexplicable castigo de Zidane. Su nombre aparecerá en medio de este equipo de leyenda, del cual se despedirá con casi total seguridad en los próximos días.