En doce lunas, de niña a mujer

Doce lunas, un año, fue el tiempo que permaneció encerrada la niña Wayúu, Fila Rosa Uriana. La llegada de su primera menstruación marcó su entrada a un largo periodo de aislamiento, en el que la pequeña Fili participó de una serie de rituales indígenas, donde en soledad, aprendió a ser mujer. Entrevista con Priscila Padilla, la directora de la película La eterna noche de las doce lunas.

Aunque de forma más sigilosa, pero no por ello menos eficiente, los rituales de paso de niña a mujer, han logrado mantenerse vigentes durante siglos. Un claro ejemplo de ello es la celebración de los quince años, una ceremonia común en muchos países latinoamericanos o su versión americana, los “sweet sixteen”.

En ambas prácticas se conmemora la transición del estadio de la niñez al de la mujer. En general se estima que ya la niña ha tenido su primera menstruación, fenómeno que ocurre alrededor de los trece años, y en consecuencia está apta para concebir, pero también para tener una mayor autonomía frente al núcleo familiar.

Sin embargo, los actos rituales varían significativamente de una cultura a otra. Por ejemplo, el ritual de paso femenino celebrado en la tradición de la etnia Wayúu (llamado encierro), gira en torno a un complejo de actos rituales, en los que se sacraliza y modela la corporalidad femenina.

Estos pueden ser descritos, de manera general así: una primera fase en la que se somete a la joven a un encierro debido a la llegada de la menarquía y una segunda fase o iniciación en donde la “nueva señorita” es instruida en ciertas labores que la harán una mujer ideal.

Antiguamente, el tiempo prolongado de encierro de una joven daba más prestigio a la familia y aseguraba un buen matrimonio. Hoy en día, pese a que muchas mujeres Wayúu han dejado de practicar dicho ritual, en la Alta Guajira las familias aún ligadas a la tradición encierran a sus hijas por un año, máximo dos, en un afán para resistir los procesos de aculturación de occidente, pero sin que ello les garantice una buena alianza matrimonial.

Ya que si bien la aridez y el aislamiento del territorio, ayudó esta etnia a permanecer libre y auténtica hasta la actualidad, han tenido que atravesar un duro proceso por el fortalecimiento de su identidad, su diferencia cultural y su reconocimiento frente al Estado y a la sociedad civil.

Este es precisamente el eje central, de la eterna noche de las doce lunas, la más reciente producción cinematográfica de Priscila Padilla.

En palabras de Padilla, realizar este documental, “fue una experiencia mágica”, ya que admite que haber encontrado una niña, en un ranchería, que quisiera mantener las tradiciones de la etnia Wayúu, no fue una tarea fácil. “Fue una larga investigación, de recorrer toda la guajira, porque no es que todas las niñas wayúus se encierren, es un ritual que se está perdiendo” explica.

Además, hubo un tercer factor que hizo más difícil encontrar a la protagonista, “si las niñas deciden encerrarse, se encierran un mes, dos días, tres días…” y Priscila, deseaba contar una historia que tuviese semejanza con los encierros practicados hace algunas décadas, es decir, rituales de tránsito, cuyos periodos de aislamiento podían durar más de seis años.

“Siempre que hablaba con las piaches, me decían: ‘mira Priscila, un encierro tiene que pasar por mínimo seis meses, no se puede hablar que una niña estuvo encerrada una semana, ni un mes, ni dos meses, a mí viene una wayúu a decirme que la encerraron dos meses, ¡eso no es encierro! A mí no me venga con eso muchachita, ¡le mintieron!’. Entonces yo decía: ‘mi historia tiene que ser un encierro autentico” afirma la directora.

Finalmente, “después de tanta vuelta”, gracias a la Seño Ceci (una profesora de la Guajira) encontraron a Fili, quien por ese entonces tenía tan sólo diez años y la firme convicción que cuando le llegara la menarquía, se enceraría durante un largo periodo de tiempo, (en el caso de Fila Rosa Uriana, este duró exactamente un año o doce lunas, en el sistema de medición del tiempo de los wayúus) al igual que su madre, su abuela, su bisabuela…

No obstante, Priscila “la veía muy pequeñita y decía: ‘esta niña se desarrolla por ahí en diez años…”, aunque la Seño Ceci, afirmaba que “tiene lo que has buscado, que es la ranchería donde las mujeres han preservado la tradición del encierro, la bisabuela la encerraron, a la abuela la encerraron, por lo tanto la las niñas ya saben… porque no quieren que esta tradición se acabé”, así que decidieron apostar por Fili.

En ese punto, ya sólo “había que sentarse a esperar que la niña se desarrollara”, no obstante, el tiempo corría en contra del equipo de producción, “porque yo podía esperar un tiempo prudente del desarrollo de la niña, pero no mucho […] como la película se realizó con un premio del fondo de cine, ellos me tenían ‘contra la pared’, me decían: ‘¿cuándo vas a entregar la película?’, y yo les decía: ‘estoy haciendo una historia única, donde el punto central es que una niña se desarrolle y eso no depende de mí’, entonces me lograron dar como un año y medio más” Explica.

Así que cuando a Fili le llegó su primera menstruación, Padilla, “no podía creerlo, yo lloraba de la emoción, de la alegría”, pues confiesa que dada la presión del tiempo, “hasta había pensado contar la historia a través de tres niñas, una que estuviese a punto de ser encerrada, otra que estuviera encerrada y una última que estuviera a punto de salir”.

En definitiva, la menarquía de esta niña Wayúu, no sólo significó el inicio de su tránsito de niña a mujer, sino que representó un enorme alivio para Priscila. “Tú no sabes lo que es quitarse el peso más grande, de ahí para adelante todo es predecible, todo se podía planear”, sentenció.

El resultado de tanto trabajo, es La eterna noche de las doce lunas, una conmovedora cinta que hará reflexionar a más de uno, sobre los procesos de aculturación y la manera como cientos de etnias indígenas se resisten a la influencia de occidente. (Más información)

De hecho, la directora reflexiona sobre el hecho de estar “viviendo en un mundo desechable […] estas costumbres te ayudan a decir: ‘mira, durante más de doscientos años esta cultura se ha preservado” y nos invita a vernos, a ver como ellos han sobrevivido pese a toda esa avalancha que tienen encima, pues ellos no le creen a esa cosa del desechable, saben exactamente qué toman del occidente, pero manteniendo su sabiduría”.

Además, la cinta, tiene impregnado el estilo único que caracteriza a Priscila Padilla. Ya que esta cineasta ha encontrado en el arte, la manera de dar voz a aquellos que durante mucho tiempo han estado silenciados. De hecho Padilla, a lo largo de su carrera, ha tenido un interés especial por el rol de la mujer en la sociedad: “yo descubrí que las mujeres teníamos mucho que decir y que contar y yo lo iba descubriendo desde siempre y que era importante lo que las mujeres teníamos por decir y yo lo veía que las historias eran contadas por los hombres”, sino que, también halló la manera de buscar a su madre y sanar sus heridas.

“[…] es la búsqueda de mi misma como mujer, a nivel personal siento que tenía mucho que decir, un poco buscando a mi mamá. Mi mamá me abandonó cuando yo era chiquita, me crié con mi papá, entonces era mi propia historia […] la búsqueda de la relación con mi mamá”, confiesa Padilla, cuando se le pregunta de dónde nace su interés por contar este tipo de historias.

De hecho, concluye diciendo: “Yo amo el documental, porque a mí el documental me devolvió la felicidad, porque yo discutía mucho con mi mamá, y esas rabias van contra uno, ni ella era feliz ni yo, al descubrir cómo era la historia de las mujeres, descubrí que la historia de mi mamá era una historia de agresión y que ella tuvo que irse, (porque no era que mi papá la agrediera, pero si mi mamá se casó muy joven, y mi papa es una persona muy estrictica), entonces ella dijo yo no estoy para eso yo me voy, fue una forma de salvarse ella, pero entonces ahí descubrí que era un mundo de agresiones… entonces eso me sanó porque me permitió ver como realmente cómo las mujeres habían sido sometidas…”.