Nos infiltramos en la sede del Centro Democrático con la ansiedad propia del camino al bunker de guerra de aquellos que, bajo un nombre idílico, quieren mostrar al país una imagen de cambio fundado en el pasado de un magnánimo líder que no quiere culminar su ciclo de poder.
La primera sensación al ver al otro lado de la calle 66 las vallas de dos de los candidatos a la presidencia en casas contiguas, fue una proyección a la posibilidad latente de una segunda vuelta en estas elecciones. Ver los rostros de Zuluaga y Peñalosa tan cerca, evidencia la facilidad de convertir dos sedes en un único cuartel general en contra de la reelección.
Me recibieron en la entrada dos integrantes de las Juventudes con Oscar Iván Zuluaga, a quienes abordé de manera pasiva, mostrándome como una uribista neonata, inocente en medio de la ignorancia, llena de dudas acerca de cómo afrontar críticas contundentes en contra de quien dije era mi futuro Presidente. A pesar de su disposición evidente para demostrar la fortaleza de Zuluaga, me causó curiosidad el hecho de que no hubiese nadie en la sede en ese momento que pudiera responder a mis cuestionamientos, por más básicos que fueran. Así, resolvieron comunicarme con el coordinador de juventudes quien, adornando sus argumentos con el acento de un paisa de pura cepa, me expuso puntos clave para defender a capa y espada a Oscar Iván Zuluaga
Sus primeras palabras hicieron referencia a una incomprensión manifiesta sobre el hecho de que aún no se entiende, que el candidato del centro democrático no es Uribe- aunque no se niega el legado del ex presidente- sino que Oscar Iván es quien lleva la batuta de las aspiraciones políticas del Centro Democrático. A pesar de esa introducción contundente, y sin el menor reparo, al momento de cuestionar la razón del nombre del partido político y su tendencia, el coordinador dijo que, en nuestro país el Centro Democrático podía considerarse de centro, porque ‘aquí nadie sabe qué es derecha o izquierda’. Responder esa cuestión tan fundamental a punta de evasivas, lo único que revela es que ese limbo ideológico en el cual fundamentan su militancia no es una realidad generalizada, sino un hoyo negro que les impide ver que ese espejismo político es su trinchera.
Ya entrados en confianza, y con la excusa de un debate universitario en donde reinaba la izquierda, iniciamos una conversación que más allá de justificar cómo, según él, el Centro Democrático representa el ‘equilibrio no radical’ que el país necesita, terminó encaminada a una comparación enardecida entre Zuluaga y Santos.
Antes de que aquél coordinador paisa se sintiera en libertad completa de exponerme su punto de vista, y seguramente el de la mayoría de los militantes del partido, conversamos acerca del proceso de paz y la manera en la que está evolucionando.
Expresó de manera tácita el desacuerdo ante la metodología de la Habana, trató los diálogos de lesivos para los colombianos, afirmó que la dicotomía Santos-Zuluaga “No es como la pintan”, que, aunque no están dispuestos a sentarse a dialogar, afirma que no es una contradicción entre guerra con Zuluaga y Paz con Santos, estableciendo sus argumentos sobre lo que llamó, falta de la legitimidad del proceso y un desconocimiento generalizado sobre el mismo. Con Zuluaga, aseveró con desdén, no se permite que ‘bandidos’ y ‘terroristas’ como Timochenko le digan ‘al ciudadano de bien’ qué hacer.
Aunque alegó que existe la posibilidad de continuar con los diálogos de paz, puso sobre la mesa la condición tajante de que esto sólo seguiría en pié si las FARC aceptan la dejación de las armas de manera inmediata, como el ‘gesto’ necesario para continuar las negociaciones. Esto, sin tener en cuenta los avances ya conseguidos y las disposiciones dadas a partir de la realidad colombiana.
Con palabras como ‘impunidad’ y ‘traición’, la conversación tomó un tinte más sincero, ese acento paisa al final de cada palabra se marcó notoriamente, y por un momento me sentí hablando con el mismísimo ex mandatario, aquella incómoda percepción se fortaleció de una manera amenazadora cuando entramos de lleno a comparar a Santos con Zuluaga.
Siguiendo el hilo del paralelo, decidí concluir la conversación con el joven líder con una duda que manifesté como preocupación enteramente personal, al hacerlo, encontré el catalizador de un sinnúmero de referencias al Presidente actual. La incertidumbre, aparentemente sincera, se refería al cómo garantizar que Zuluaga no nos traicione como lo hizo Santos, generó una impelida arremetida en contra el actual Presidente, a quien el coordinador calificó de ‘resbaloso’ y oportunista. Un personaje que, según el joven de Centro Democrático, pasó de ser opositor a ministro en el gobierno de Uribe sin ningún reparo y sólo por intereses personales, bendecido por un apellido que simboliza méritos ajenos al interior de su influyente linaje.
A mi interlocutor no le faltaron calificativos para referirse a Santos, y no reparó en contarme cómo Zuluaga y Uribe habían forjado una fuerte relación desde hace casi dos décadas. Así, aquello que él consideró como un punto a favor de Zuluaga, deja es un gran cuestionamiento en referencia al porqué el alcalde de Pensilvania, Caldas, iría a tocar la puerta del entonces Gobernador de Antioquia con miras a resolver problemáticas de su departamento, teniendo en cuenta que no es un secreto para nadie el tipo de personas y organizaciones con las que el ex presidente acostumbraba a Convivir en ese entonces.
Así, luego de este detalle del pasado, y con el ánimo de otorgar un parte de tranquilidad a aquella estudiante uribista, inmersa en un ambiente hostil de izquierda radical, el joven paisa me dijo con seguridad que Oscar Iván ya había probado de qué estaba hecho cuando Santos, hace ya dos años, lo invitó al Palacio de Nariño a ofrecerle el Ministerio del interior y Zuluaga, sin dudarlo, dijo que su camino ya estaba labrado por las ideas Uribe. Y, de nuevo, lo que él creyó que era la panacea de la tranquilidad, realmente despertó dudas acerca de cómo se hab por parecer el coequipero del ex presidente en muchos de los actos oficiales, de depender de su imagen en todo y de ir en ese ía materializado la alianza entre Zuluaga y Uribe. ¿Qué pasó entonces con todo el teatro para escoger el candidato presidencial de Centro Democrático? ¿Con Pachito Santos? Y ¿con la exhaustiva, y bastante cuestionada, selección al interior del Centro Democrático que erigió finalmente a Zuluaga como aquél que debía portar la batuta de Uribe?
De esta manera, el coordinador de jóvenes del Centro Democrático me repitió, ‘confía’ que Oscar Iván es absolutamente fiel a Uribe, no vamos a repetir la historia. Precisamente, yendo en contra de la vana idea de la independencia de su candidato, aquellas últimas palabras me hicieron sentir que en éste país tener personalidades múltiples no se considera una enfermedad, es más, se puede ser ex Presidente, senador y Presidente al mismo tiempo, dejando en el camino razones, acusaciones, la transparencia de los procesos democráticos, y hasta un par de hackers que hoy hacen tambalear la campaña de la Z, sin ser descalificado por la opinión pública.
Por ahora, los interrogantes al salir de la sede de Zuluaga se incrementan, mientras esperamos si se cumple aquella premonición de que al volver a la calle 66 de Bogotá, luego del 25 de mayo, no encontremos una sede verde junto a la de Oscar Iván, sino una gran trinchera de políticos y voluntarios armados en contra de quien llegue al segundo round de esta contienda por la presidencia.