No se a los de hoy, pero a los de mi generación nos educaron al son de “el trabajo lo hizo Dios como castigo”. Lo que si bien es parte de una canción, es también el mensaje bíblico de la expulsión del Paraíso por comerse la bendita manzana que los curas nos machacaban con celo digno de mejor causa. Con el tiempo terminé por poner en tela de juicio todo el relato, pues no hay manzana que merezca tamaño castigo que afectó, no solo a los dos pecadores originales, sino a los miles de millones que los sucedieron.
Como diría un tinterillo de esos que abundan en plazas y en cortes, de baja cama y de alta cuna, “no existió proporcionalidad entre el crimen y la pena”.
Cuando llegué a la edad de merecer, es decir de trabajar, me di cuenta que la cosa era bastante más divertida y que uno puede, sin ser un degenerado, disfrutar y sentir pasión por el trabajo. Mi percepción ha ido, incluso, más allá: no hay trabajos aburridos, hay trabajos que los vuelven aburridos las empresas, los jefes o los mismos trabajadores.
Todo trabajo, aun el más simple, genera valor para la empresa y para la persona y ofrece oportunidades para el desarrollo y la innovación. A través de la vida he conocido vigilantes que aprovechaban el tiempo para leer y discutir de filosofía; porteros que ejercían de Vicepresidentes de Servicio al Cliente con más eficacia que los titulares; aseadoras que hacían las veces de Gerentes de Logística por su manejo ducho de las instalaciones de la empresa; conductores que se manejaban como responsables de Relaciones Públicas. Cada uno de esos cargos conlleva el estigma de la rutina y del aburrimiento, pero ninguna de esas personas le creyó al titulo transformando su trabajo en algo con sentido.
Por su lado, las empresas cometen el error de ver el trabajo como una función que hay que hacer y no como algo estratégico que hay que ejercer produciendo resultados. La estrategia la reservan para los altos directivos y no la bajan a las personas que son, en últimas, los responsables de ejecutar esa estrategia. En el caso de Starbucks, la empresa de cafeterías que recién desembarcó en Colombia, los responsables de la estrategia son los baristas y no los altos directivos de la empresa pues, al fin y al cabo, son ellos los responsables de que los clientes vuelvan una y otra vez a Starbucks y no deserten hacia Juan Valdés o hacia OMA.
Seamos francos a los directivos de Starbucks, que deben ser grandes ejecutivos y personas muy queridas, los conocen en su casa pero no los clientes.
Los jefes tipo Van Gaal, por otro lado, quieren y exigen que las cosas se hagan como ellos quieren sin entender el valor que pueden aportar los trabajadores modernos como Falcao o Di María. Todo jefe debe tener y comunicar una visión clara de lo que quiere lograr, y la inteligencia para dar a su equipo el espacio necesario para volverla realidad.
Los buenos trabajadores tienen una capacidad envidiable para sorprender a sus jefes, logrando resultados que superan las expectativas de estos últimos.
Por último, los malos trabajadores caen felices en la rutina que les trazan la empresa o el jefe pues “pa’ eso les pagan”. Y eso mismo les seguirán pagando toda la vida.