La política cambiaria, la inseguridad, la corrupción policial, el modelo de desarrollo basado en la soja… son las cuestiones más acuciantes para la realidad de los argentinos.
En tiempos de campaña electoral, las calles de Buenos Aires están llenas de carteles coloridos y globos con logotipos de partidos, y el ambiente político parece más contaminado que nunca por el ruido mediático. En medio de un clima de máxima polarización, 32 millones de argentinos están llamados a las urnas el próximo 25 de octubre para decidir quién ocupará la Casa Rosada los próximos cuatro años y, también, los diputados y senadores que renovarán las cámaras.
Antes de eso, el 9 de agosto, deberán escoger, en una suerte de primarias, los candidatos que se enfrentarán en octubre; y mientras tanto, cada municipio y cada provincia están convocados a elecciones municipales y provinciales. Muchas citas electorales este año para los argentinos que implican meses de agotadora campaña electoral.
Según todos los sondeos, irán a balotaje el actual jefe de gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Mauricio Macri, líder de la alianza conservadora Propuesta Republicana (PRO) –cuyo candidato, Horacio Rodríguez, ganó este domingo por un mínimo margen las elecciones en la capital– y el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli, miembro del oficialista Frente para la Victoria (FpV).
Aunque peronista y exvicepresidente con Néstor Kirchner, es sabido que Scioli no se entiende muy bien con Cristina Fernández; además, la versatilidad política de Scioli es tal que resulta difícil predecir por dónde irán sus políticas económicas y sociales, y el gobernador bonaerense tampoco se ha esforzado por aclararlo.
Por su parte, Macri centra su campaña en las ideas de “cambio” y “nueva política”, que están vacías de contenido real o, por lo menos, explícito. Poco lugar hay en estas circunstancias para el debate en torno a los temas que son cruciales para el futuro inmediato de la Argentina.
La incertidumbre cambiaria
El primero de esos temas cruciales, omnipresente en los medios, es el tipo de cambio y las cuevas en el mercado cambiario paralelo. En el trasfondo de la situación económica en Argentina, siempre está el dólar, y más con una inflación en torno al 30% anual, que empuja a los argentinos a guardar sus ahorros en billetes verdes.
Después de que, el año pasado, la brecha entre el dólar oficial y el llamado dólar blue superase el 80%, el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner ha conseguido mantener el mercado negro controlado con medidas como el cierre de agencias ilegales –las llamadas cuevas– y la posibilidad, restringida a una cierta cantidad, de que los argentinos puedan comprar dólares al precio oficial.
Así, la moneda blue se ha mantenido con una brecha en torno al 40%. Sin embargo, para deleite de la beligerante prensa opositora, el dólar blue experimentó su mayor alza en lo que va de año el pasado 13 de julio.
Esa semana, el dólar paralelo llegó a cambiarse por 14 pesos, mientras cotizaba oficialmente a 9,15. Eso alimentó las especulaciones y permitió a Mauricio Macri hacer unas declaraciones incendiarias: “¿Cómo no va a querer todo el mundo comprar dólares si el Gobierno miente con todo?”, aseguró el candidato en una entrevista con Radio Mitre. El ministro de Economía, Axel Kicillof, le acusó de “irresponsabilidad” por “fomentar una corrida cambiaria” (esto es, la apuesta de los inversores por otras divisas, sobre todo por el dólar, lo que forzaría al Gobierno a evitar una nueva devaluación del peso).
Lo cierto es que ninguno de los candidatos a la presidencia ha querido aclarar qué hará con la política monetaria.
Inseguridad ciudadana
El otro tema que ocupa las portadas de diarios y noticieros es la inseguridad ciudadana. Según el PNUD, Argentina está, dentro del contexto de América Latina, entre los países con más robos y menos asesinatos; sin embargo, los homicidios han crecido notablemente en la ciudad de Rosario, que muchos expertos señalan como el epicentro del avance del narcotráfico en Argentina.
Mucho se habla en la campaña de seguridad ciudadana, pero poco de las causas de esa violencia, que está estrechamente relacionada con un tema mucho menos querido por la clase política: la corrupción policial, que ha posibilitado la expansión del narcotráfico en las llamadas “zonas liberadas”, en villas miseria y barrios con tremendas carencias.
Expertos en seguridad y narcotráfico, académicos y organizaciones sociales han señalado los vínculos entre la sojización y financierización de la economía, el avance del narcotráfico y la especulación inmobiliaria en Rosario, como muestra el documental Ciudad del boom, ciudad del bang.
Poco se habla en esta campaña, se da como un hecho indiscutible, pero la sojización de Argentina constituye un dilema político de primer orden: de un lado, la oposición de ecologistas, pueblos indígenas desplazados y, cada vez más, poblaciones afectadas por los efectos de los agrotóxicos, especialmente en la provincia de Córdoba, donde la resistencia ciudadana ha frenado la construcción de una planta de la multinacional estadounidense Monsanto.
Del otro, una realidad inapelable: a día de hoy, la economía argentina depende de las divisas que provee la exportación de este producto oleaginoso, que supuso en 2014 la entrada de 20.000 millones de dólares. Este año se calcula que serán 6.000 millones menos, pese a que habrá más producción, debido a la caída de los precios internacionales.
Esto demuestra la extrema vulnerabilidad de una economía cada vez menos diversificada, y de un Estado dependiente de las retenciones de la soja.
El dilema de la soja
El kirchnerismo ha basado su popularidad en medidas de inclusión social que aumentaron la capacidad adquisitiva de las clases populares a través, fundamentalmente, de políticas asistencialistas como la asignación universal por hijo.
Si pocos se atreven a cuestionar el impacto positivo de las políticas sociales del Gobierno, más controvertido es el alcance de sus políticas económicas. Frente a la pérdida de competitividad a escala internacional que provocan la inflación y la contención de la divisa, el Gobierno de Kirchner ha querido impulsar el mercado interno con medidas como la contención de los precios –el programa Precios Cuidados– y políticas proteccionistas.
Pero las aspiraciones desarrollistas del kirchnerismo y los intentos por industrializar el país con políticas de sustitución de importaciones no han evitado el creciente declive de la economía argentina.
Algo que, por otra parte, ha sido una tendencia regional en toda América Latina en la última década, impulsada, en parte, por el aumento de los precios de las commodities –las materias primas destinadas a la exportación– en 2008 y la creciente demanda china. En el caso de Argentina, la soja transgénica es el producto estrella, hasta el punto de que cerca del 60% de la superficie cultivable del país está ya cubierta de soja.
Lo que está sobre la mesa, aunque apenas se hable de ello, es qué modelo de desarrollo escoge Argentina para el próximo ciclo; y lo que parece evidente, lo admitan o no los círculos comprometidos con el kirchnerismo, es que el actual modelo es insostenible.
A la derecha del Gobierno se cuestionan, más bien, las políticas de contención de precios y las medidas proteccionistas; a la izquierda del kirchnerismo, los movimientos sociales apuestan por una industria extractiva menos agresiva y dirigida a la creación de alternativas al desarrollo más sostenibles.
El doctor Mauricio Berger, investigador y docente en la Universidad de Córdoba, va más allá: “Creo que las luchas sociales están asumiendo un giro anticapitalista, porque están llegando a la raíz: que el modelo genera desarrollo para unos pocos y daños ambientales y sobre la salud para las mayorías”.
Ni Scioli ni Macri se han definido sobre estas cuestiones, más allá de generalidades como las del gobernador de Buenos Aires, Daniel Scioli, que, en un reciente evento para financiar su campaña, aseguró que quiere que su país “exporte más y traiga cada vez más inversión” y que se apueste por la investigación y el desarrollo.
Es un año electoral y, para la clase política y el mainstream, parecen ser tiempos de retórica vacía más que de sesudos debates.