Ghiggia: "Aquel gol cambió por completo mi vida"

“Tenía 24 años y, aunque ya era bastante conocido porque jugaba en Peñarol, me convertí en un héroe para mi país”, relata Alcides Edgardo Ghiggia Pereyra, el mito recién fallecido.

“Aquel gol cambió por completo mi vida. Tenía 24 años y, aunque ya era bastante conocido porque jugaba en Peñarol, me convertí en un héroe para mi país. Ganar a Brasil en su imponente estadio, ante un público entregado y frente a todo un equipazo, nos sirvió para entrar en la historia del fútbol uruguayo y creo que también del mundial. Pero lo que siempre queda grabado en el recuerdo son los goles. Y el de la victoria lo hice yo, por eso está usted aquí, ¿no?”. Alcides Edgardo Ghiggia (Montevideo, 1926-2015) no era un tipo simpático. La aspereza que rodeaba su corazón partía de lo que él consideraba un trato injusto por parte del país al que llevó hasta la gloria 65 años atrás. “Creo que nunca fuimos recompensados como era debido, porque al fin y al cabo en esa época no se ganaba lo que ahora y uno iba a la selección por amor a los colores y por la gente”. Entrar en el panteón de los héroes charrúas tras aquella tarde de inspiración carioca le otorgó la gloria, cierto, pero también una amargura que le acompañó hasta las últimas horas de su existencia.

Si algo tenía claro el autor material del célebre ‘Maracanazo’, fallecido hace escasas fechas, es que Caronte vendría a reclamar su presencia en la selección de la laguna Estigia junto a los Puskas, Di Stéfano, Sindelar o Kubala el mismo día que logró silenciar con un certero derechazo el mayor estadio del mundo en los tiempos de la posguerra. Todos los caminos conducían a tan señalada efeméride, que año tras año martilleaba la conciencia del prócer obligado a ser un ciudadano más por mor de la –en su opinión– frágil memoria de los gobernantes de la República Oriental.

Ese resentimiento manaba a raudales de todos los poros de su cuerpo hace una década, justo cuando se cumplían 55 veranos del mayor atentado sufrido por la ‘Canarinha’ hasta el ‘7’ de Belo Horizonte. Muy a regañadientes aceptó recibirme en la humilde morada que tenía en Las Piedras para rememorar su particular día M. Tras la vetusta puerta de hierro encontré a un hombre desconfiado, de mirada triste y a menudo perdida, cuya felicidad se había quedado varada a mediados de los sesenta, cuando su escuálida figura dejó de transportarle a la velocidad del sonido por las esquinas de los estadios en los que se había consagrado como un brillante wing (extremo). “Hice muchísimas cosas en mi vida, aunque ninguna de la trascendencia de lo que me tocó vivir en aquel campeonato del 50. Cuando colgué las botas en Danubio estuve trabajando 20 años en el casino de Montevideo, porque en mi época no se ganaban las fortunas de ahora y nunca tuve la posibilidad de hacer la diferencia económica”, lamentaba el último eslabón de aquella eterna Celeste que lideraba sobre el manto verde Obdulio Varela.

Evitar la goleada de Brasil

Sólo había una cosa capaz de iluminar tímidamente ese rostro castigado por el correr del reloj. “Me acuerdo de casi todo lo que pasó en ‘el Maracanazo’. Un día así no se olvida fácilmente. El ambiente era impresionante. Creo que es imposible ver hoy día algo ni siquiera parecido a aquello. Había casi 200.000 personas en el estadio, que esperaban una nueva goleada de su selección. Estaban tan seguros de que se llevarían la Copa que los periódicos habían cerrado ya sus ediciones titulando con que Brasil, al fin, lograba el título mundial. Nuestra victoria fue un impacto tremendo para todo el mundo, incluyendo nuestros propios dirigentes, que se estaban volviendo a Montevideo justo cuando se empezaba a jugar el partido. No tenían demasiada confianza en nosotros. Incluso nos habían pedido en el hotel que hiciéramos lo que se pudiese, pero que lo importante era evitar una goleada a manos de Brasil. Y, mira por dónde, la que acabamos liando”, rememoraba con el pecho hinchado el hombre que se entrenaba con un perro para potenciar su gran virtud como futbolista. “Corría con él y poco a poco fui ganando en rapidez. Al principio, siempre me ganaba, hasta que un día pude con él. Ese día supe que había logrado mi objetivo”.

Ghiggia seguía teniendo el convencimiento de que aquel día Uruguay contó con ayuda ‘extra’ para superar a la ‘Verde-Amarela’. “Está claro que algo de eso hubo. Por eso, al acabar el partido me arrodillé con los brazos en cruz dando gracias a Dios. Siempre he creído que en el fútbol no basta con ser el mejor. Hay otras cosas que influyen en el resultado de un partido, y la suerte está ahí, guste o no. Aquel día estuvo de nuestro lado, porque después del 1-0 a favor de Brasil las cosas cambiaron radicalmente. Nosotros fuimos a más y ellos se asustaron. No le podría explicar exactamente por qué ocurrió, pero lo cierto es que pasó”.

Su frustrado fichaje por el Madrid

Lo único que siempre lamentó de su hazaña fue el sambenito que le quedó para los restos al meta brasileño, declarado enemigo público número uno del país por no detener el punterazo letal de Ghiggia. “Barbosa no falló. Lo que pasa es que yo hice la ilógica, y él hizo la lógica. Para ser más claro, yo tiré a portería casi sin ángulo, cuando lo lógico habría sido abrir la pelota hacia la posición de Schiaffino, como había hecho en el primer gol. El Pepe la clavó en la escuadra tras un pase mío. Por eso que Barbosa, cuando llegué casi hasta la línea de fondo, estaba convencido de que yo haría lo mismo que antes, y se abrió para cubrir más portería, con lo que desprotegió el palo corto. Fueron décimas de segundo, pero entonces yo decidí cambiar sobre la marcha y probar con un tiro ajustado al poste. Barbosa no pudo hacer nada. Algunos años después lo encontré en un viaje que hice a Brasil y se lo dije”.

Así relató, por otra parte, su frustrado pase al Real Madrid: “Si le digo la verdad, ni yo sé qué fue lo que pasó. En aquel momento Héctor Scarone era el técnico del Real y me pidió. Los dirigentes de allá hablaron con Peñarol y todo parecía arreglado, pero en el último momento se torció y un año después marché a Italia”. Ghiggia se embarcó el pasado jueves a un viaje sin retorno con la reconfortante sensación de haber llevado la felicidad máxima a todo un pueblo. “Como jugador hice mucho más de lo que hubiera soñado cuando jugaba en el potrero, de pibe. No todo el mundo puede presumir de haber causado la mayor tragedia futbolística al país que más Mundiales ha ganado en la historia, ¿no?”.