Quienes ya han visto la nueva cinta de Ciro Guerra son atraídos poderosamente por el personaje de Karamakate interpretado, en su juventud y vejez, por dos actores indígenas que el pasado viernes, durante el estreno mundial en Cannes, impactaron de igual forma a la crítica y a la prensa internacional. Ellos junto al personaje de Manduca, dan una visión diferente a la cinta ¿Quiénes son los actores naturales indígenas que les dan vida?
Uno de los mayores descubrimientos que emergió de la espesura amazónica fue el talento natural de sus actores Antonio Bolívar (Tafillama), Nilbio Torres y Miguel Dionisio Ramos (Yauenkü Migue). Los dos primeros interpretan a Karamakate, el personaje conductor de esta historia, en dos épocas diferentes de su vida; mientras Miguel interpreta a Manduca, un guía y acompañante.
El abuelo Antonio
A Antonio Bolívar Salvador Yangiama – el personaje de Karamakate viejo– todo el mundo le decía cariñosamente ‘el abuelo Antonio’, y se ganó el respeto del equipo, en particular de los protagonistas extranjeros, porque era como estar al lado de un sabio indígena.
Al parecer es el último representante de su raza, un Ocaina mestizo con Uitoto, lo que lo convierte en un testimonio viviente. Reside en Leticia y ya había tenido experiencias en otras películas de las que poco quiere recordar porque siente que no respetaron su cultura.
“Ya estaba bastante desconfiado cuando apareció la propuesta de El Abrazo de la Serpiente, pero igual cuando llegó Ciro Guerra lo escuché. Le conté mi caso y me dijo que esta vez todo iba a ser muy serio y distinto. Pensé y dije: “Bueno, si es así, voy a hacer el trabajito. Y sí, fueron muy serios y respetuosos con nuestra tradición”, cuenta Antonio.
Además de protagonista, Antonio ofició como traductor del equipo, trabajó en dialecto ticuna, en cubeo y hasta en inglés, pero lo suyo era hablar el uitoto. Además, fue el profesor de los actores internacionales. “Yo les explicaba cada palabra, ellos la escribían y se iban repitiéndola y tratando de recordarla. Ellos, la verdad, tenían tres profesores: su grabadora, sus apuntes y yo. Aprendieron rápido”.
Sin embargo, no todo fue tan sencillo para Antonio, pues al comienzo se sentía solo en medio de tanto ‘blanco’, por lo que le pidió al director que le permitiera estar acompañado de su hijo Pedro Antonio durante el rodaje. “Le dije: si me van a llevar solo, no me voy a sentir cómodo y necesito a alguien de la familia”. Ciro aceptó.
Aunque conoce la región, admite que hubo muchas dificultades impuestas por la naturaleza, pero al final siente que la selva ayudó a todo el grupo y expresa sentirse muy orgulloso de haber hecho parte de la película y espera que todos le recuerden como parte de ella.
“Este trabajo me fascina”, afirma. “La preparación fue bastante rígida y delicada, porque esto no es como uno lo piensa y como lo quiera hacer, sino que tiene sus reglas. Pero es muy importante porque lo hace valer a uno y porque sean actores extranjeros, nacionales o nativos, estos trabajos no son para uno, son para todos los que lo ven”.
Afirma que gracias a su personaje aprendió la delicada tarea que significa hacer cine, a tolerar las repeticiones, a superar las barreras de la lengua, a escuchar y seguir las instrucciones así por momentos su sensibilidad se viera afectada y el cansancio lo dominara. “El que no tiene paciencia se enoja. Pero todo eso es un proceso delicado y beneficioso. Estoy muy agradecido con todos. Muchos quisieran trabajar en esto y pocos tienen la oportunidad”.
Su rostro es el reflejo de una raza subestimada, cansada de recibir promesas y oír mentiras, de que no se valoren sus tradiciones y de ver con impotencia cómo van desapareciendo porque nadie las atesora.
Pero también representa las almas buenas que viven en el Amazonas, dispuestas a confiar una vez más, a transmitir sus conocimientos y agradecidas cuando se les trata con respeto. Algo por lo que considera valió la pena estar en El Abrazo de la Serpiente: “Es una película que muestra el Amazonas, ‘el pulmón del mundo’, el filtro más grande de purificar el aire, la riqueza que tiene Colombia y la cultura indígena más valiosa. Ese es el mayor logro”.
Nilbio Torres: Un talento al descubierto
Cuando este indígena de la etnia Cubeo aparece en la pantalla semidesnudo, más de una espectadora contiene la respiración. Pero Nilbio Torres, quien personifica la etapa joven de Karamakate, no parece darse por enterado del tema. La verdad es que no es de esos actores que han pasado horas en un gimnasio tratando de labrarse un físico que descreste. Lo suyo es un cuerpo labrado por la dureza de la selva y las largas jornadas trabajando desde pequeño.
Padre de cuatro niños vive en la comunidad de Santa Marta. Noble y sencillo se roba la atención con una actuación llena de fuerza interpretativa frente a una cámara, sin poses ni pretensiones.
Su participación en la película marca su primera experiencia en el cine, porque con 30 años asegura que hasta hoy simplemente se había dedicado al cultivo de la yuca. Incluso, le cuesta un poco expresarse en español pues el ciento por ciento del tiempo habla cubeo, pero busca la forma de contar lo que ha significado esta experiencia para él.
“Después de que me eligieron estuve durante una semana en Bogotá recibiendo clases. Era la primera vez que salía de mi región y que subía en un avión. Tenía mucho miedo porque en mi comunidad uno escucha que en Bogotá hay muchos atracadores que matan a la gente. Pero después me di cuenta que no, que es chévere y me dediqué a las clases en la que me enseñaban sobre la mirada y la expresión, para no quedarme atrás de los otros actores”.
Nilbio asegura también que lo más divertido fue cuando regresó a Mitú y le enseñaron cómo hacer de borracho y a rugir como los tigres. “Imaginaba las cosas y las hacía, ya no me daba pena delante de la gente. Era sentir en el corazón para poder actuar”.
Resalta que lo más difícil de manejar durante el rodaje fue el tema de la comunicación: “éramos de diferentes comunidades y hablábamos diferentes lenguas, pero todos hicimos lo posible por sacar adelante la película. Me siento muy orgulloso porque pensé que no sería capaz.”.
Ya hablando de sus raíces, asegura que la película es fiel a la historia de la cultura de sus ancestros. “Lo que está haciendo Ciro con esta película es un homenaje al recuerdo de nuestros antepasados, en el tiempo de atrás: la forma de tratar los blancos a los indígenas, trabajar el caucho, las obligaciones. Siempre he preguntado a la gente mayor cómo era antes y así es en la película, por eso apoyamos cuando estaban haciéndola. Para los mayores y para mí es un recuerdo de nuestros abuelos”.
Asegura que le gustaría seguir actuando, sobre todo si las historias tienen que ver con la Amazonía, “para que todo el mundo sepa que aquí somos gente buena dispuesta a atender a la gente blanca, por eso cuando llegan a nuestras casas les regalamos piña y yuca, sin cobrarles nada porque es como una costumbre en diferentes comunidades”.
Yauenkü Migue: “Hay que educar sobre nuestra cultura”
Una vez dijo en voz alta que le gustaría estar en una película que tratara sobre la cauchería. Y como la palabra tiene poder, a Miguel Dionisio Ramos, cuyo nombre indígena es Yauenkü Migue ese anhelo se le hizo realidad al interpretar a Manduca en El Abrazo de la Serpiente.
Aunque sin profundizar la película toca esa parte triste de la historia del país en el que los intereses comerciales llevaron al sacrificio de muchas vidas y la extinción de muchas culturas víctimas del afán colonizador y la guerra del caucho, son páginas que hasta hoy han sido ignoradas por la mayoría de los colombianos.
“Y me sentiría más orgulloso de compartir todo lo que estoy viviendo con la gente y que conozca de qué trata”, añade Miguel. Su papel de Manduca, el acompañante de Theo, el etnólogo alemán, mostró a un actor cargado de dramatismo en su sola mirada, sin necesidad de grandes parlamentos, pero con una enorme fuerza interior que parece querer reclamar al mundo su silencio por esas páginas de la historia.
Expresa que sería bueno compartir esta película no sólo con la gente donde se hizo sino en todo el territorio nacional, con todos los pueblos indígenas, en Leticia y toda la Amazonía, con los líderes, en los mismos colegios y universidades del país. “En espacios en los que interese este tipo de historias que suceden en nuestra misma realidad. Y empezar a hablar sobre la educación, la cultura, la formación de valores, los niños, los ancestros… sobre cosas que nos pueden fortalecer como personas”.
Nació y creció en Nazareth, una comunidad Ticuna del Amazonas, hace 26 años. Hoy cursa octavo semestre de Educación Física en Bogotá y dice que está a punto de cumplir el objetivo más grande que se ha propuesto: ser profesional.
Define su participación en la película como una nueva experiencia en la vida, esta vez desde el campo del arte y la expresión corporal, que reforzó su pensamiento y le enseñó a ver las cosas desde otras perspectivas.
“La actuación cambió mi percepción de las cosas. Fui capaz de reconocerme, de reconocer mi propio cuerpo. Conocer quién era, mi sentir, mi vivir. Y entender cómo lo vivía mi personaje. Sentir cómo era Manduca. Cuál era su valor fundamental. Cuál era su respeto hacia la persona a la que acompañaba y hacia su pueblo. Al final sentí que llevaba a mi personaje dentro de mi cuerpo: su dolor, su resentimiento, su violencia y su ética”.
Su participación se dio gracias a Gustavo de la Hoz, director del largometraje documental El origen del pueblo Ticuna, que se hizo en Nazareth. “Luego, Ciro Guerra fue hasta mi casa, me habló de la propuesta y así me metí en el cuento de la actuación. Lo que no pensé es que me metiera tanto en el personaje. No me sentía como Miguel sino como Manduca: triste, pensando en sus cosas, en su familia, en sus abuelos, en lo que pasa con los suyos. Me metí en la ficción”.
Miguel es la voz de muchos Manducas. Una voz que, lejos de lo que se llama ‘civilización’, reclama una actitud mucho más civilizada hacia las comunidades indígenas del país.