Dicen los sicólogos que una de las emociones más inútiles que carga el ser humano es, además de la culpa auto infligida, la indignación. La inutilidad de este borbotón emocional es que sirve para expresar una reprobación pero no plantea pasos para solucionar la situación que se reprueba. Ciertamente es inútil, pero también es una emoción, llamémosla así, fácil, primaria, que sale de las tripas y le sube el volumen de la voz a quien la siente.
Otra es la valoración social de la indignación, remozada después de que los españoles llamaran a su gigantesca movilización social Los Indignados. Indignarse en masa es entonces una acción política, una toma de posición frente a hechos que se consideran socialmente reprobables, desde la usura de los bancos hasta el descaro de los corruptos, pasando por la censura a los hechos violentos. La indignación deja de ser una acción individual inútil, para convertirse en un acto de legitimación de la desaprobación que permite a la gente desfogar su rabia de manera pacífica.
Los medios de comunicación saben la importancia de su papel en la promoción de la indignación. Desde el poder de la palabra y de la imagen, se llama a la gente a no guardar silencio, a expresar solidariamente su indignación, a presionar por la ocurrencia o no de determinada situación. Y aunque las plazas se llenen y ondeen las banderas y los símbolos cargados de expresiones ciudadanas, siempre hay que tener en cuenta que la indignación masiva le trae réditos políticos a cualquiera sea la institución, la organización o la persona que promueve la movilización. Esto no significa que la indignación no tenga validez, es un simple cálculo de análisis político.
Esta fue una semana se indignaciones masivas por el asesinato de los 11 miembros de la fuerza pública que cayeron en un aleve ataque ocurrido en Buenos Aires, Cauca, y que puso al país a sortear la más difícil prueba que haya tenido la mesa de negociación de La Habana. Imposible no indignarse ante los hechos. Las FARC violaron la tregua, que es un compromiso adquirido por ellos en la mesa, frente a todos los colombianos. No es un asunto entre De La Calle y Márquez, es la palabra empeñada frente a todo el país que observa, confía y espera que pare esta guerra a cuentagotas, que se sufre en las selvas y las montañas, no en las ciudades, y que se enquistó como una llaga supurante en el Norte del Cauca.
Las redes sociales y los medios se llenaron de expresiones de dolor por lo ocurrido, se registraron marchas y acciones simbólicas de solidaridad con las Fuerzas Armadas. Muy bien. Pero también se ha apelado a las imágenes más indignantes y a los llamados guerreristas tipo Rambo, a las invocaciones patrioteras como vía para levantar aun más la indignación, sacándole a la gente lo más visceral de su desaprobación y torpedear así el proceso de paz. Muy mal.
No se trata de callar, por el contrario. Soy una convencida de que a las FARC hay que exigirles y esa no es labor exclusiva de los negociadores, es del país entero. Pero, ojo, no seamos selectivos con la indignación.
Esta misma semana, casi simultáneamente con la muerte de los 11 uniformados que se encontraban dormidos en el escenario de un teatro de guerra, fueron sacados de sus casas y asesinados 5 comuneros indígenas, en la misma zona, en la misma montaña, en el mismo corredor donde se enquistó la muerte.
Como si la vida de los uniformados tuviera más valor que la de quienes andan de civil o son de la guardia indígena, no hay en este caso a quién señalar como culpable y, claro está, no se escuchan llamados a marchas por estos hombres, ni hay imágenes rodando por las redes, ni exigencias de indignación por el hecho. Sus cuerpos han aparecido regados por la montaña, sus fotos con dos tiros de los que llaman “de gracia” no van a horrorizar desde la pantalla a nadie, ni en sus entierros habrá toques de Diana ni honores nacionales. Sus madres y sus hijos llorarán en silencio sin que el país los vea.
¿Qué tienen que ver los 5 comuneros asesinados con los 11 uniformados por los que el país se indigna? Circulan muchas versiones que no se vuelven noticia oficial, pero a las que bien vale investigar. Combates, asesinatos selectivos y presencia de antinarcóticos son apenas parte de las piezas que vaya uno a saber, encajan en este rompecabezas del Norte del Cauca, la zona ácida donde se concentra la guerra y se define la paz de Colombia.
Indignarse por la guerra es tomar partido contra la barbarie. Pero indignarse selectivamente es hacerle el favor a una parte. No seamos tan ingenuos.