Colombia es un país en el que existen zonas aisladas y remotas que podrían estar conectadas por vías terrestres. Sin embargo, en muchos sitios solo puede llegarse a esos poblados a través de vía fluvial o marítima. En esos casos el abandono estatal es más palpable. Opinión.
Sarita se encontró hace 20 años en Bogotá con un guapireño como ella, acá echó raíces y nacieron sus hijas; antes pasó por Popayán, Villarrica y Cali, después de haber salido siendo una niña de su casa materna a orillas del río. Cuando llegó a mi casa, hace ya 10 años, mi hija adolescente y ella tuvieron una conversación que duró varios días, porque Manuela le mostraba en el mapa que Guapi estaba en tierra firme y ella no cedía: Guapi es una isla.
Técnicamente, ambas tenían la razón. Los españoles buscando oro la fundaron en 1772 en un lugar llamado Firme del barro, un poco retirado de la costa, que en ese punto es el delta de muchas aguas que caen de la cordillera occidental al pacífico, atravesando selva.
¿Cómo va a ser tierra firme, si solo se puede ir en barco o en avión? argumentaba Sarita. Lo mismo pueden decir desde Cupica hasta Barbacoas, en Micay, Salahonda, Docordó o Merizalde; que ellos viven en islas a las que solamente se accede por mar.
Estar o no en el continente es un asunto de mapas que se dibujan desde las montañas andinas y que a la gente del litoral le tiene sin cuidado. Vivir en una isla es estar aislado, en la condición a la que el Estado los ha sometido, contando con el favor de la selva que se atraviesa como un gran lagarto verde entre el mar y la montaña. Para disfrazar la absoluta falta de voluntad política para llevar una carretera al mar, la dirigencia de esta región Pacífica echó mano durante todo el siglo XX a las disculpas de la condición del terreno y el costo descomunal de la obra; ahora también se incluyen la inconveniencia cultural y la medioambiental.
Mientras, esas miles y miles de personas en los mangles y los ríos siguen viviendo de lo que llega en barco, desde los parientes que viajan desde lejos a conocer familia, hasta los abastos, el combustible, la ropa y los materiales de obra; en canoa se boga y se vive, y por esas mismas aguas se desliza de salida la cocaína y se remontan las armas y los dólares. Hoy, un poblador adulto de la zona ha visto bacrimes de varios pelambres, guerrilleros y soldados moverse por sus aguas; pero cuenta con los dedos de una mano las veces que ha visto llegar un hospital civil navegando hasta allá para atenderlo.
El barco hospital San Raffaele zarpó de Buenaventura por primera vez el 16 de junio de 2009 y pudo realizar 24 viajes en 3 años. La facultad de Ciencias de la Salud de la Universidad del Cauca proveía la dirección médico científica, y estudiantes de los últimos semestres de medicina y enfermería para que realizaran sus prácticas a bordo.
En la planeación inicial de las misiones médicas se buscaba regresar a la misma zona cada 3 meses, para hacer seguimiento a tratamientos y avanzar en procesos de prevención. Pero la prestación de este servicio de salud naufragó cuando el donante entregó el barco para operación del Estado colombiano y se quedó encallado en la manigua de la ineficiencia y la corrupción de la salud que campea en la región.
En 2012 los motores del barco hospital se apagaron. Había alcanzado a llegar a 15 puntos de la zona, a la mayoría en solo 1 o 2 ocasiones. A los pobladores de estas riberas no se les hizo el seguimiento a la diabetes, ni a la desnutrición, ni a la sífilis ni a todos los servicios de salud que se brindaron a los más o menos 2.000 pacientes que el barco atiende en cada misión médica.
Poco más de 2 años después, el barco volvió a zarpar gracias a la tenacidad de su gerente, el voluntariado de casi todo el personal médico y cierta disposición del Ministerio de Salud a garantizar que se retome la operación. Pero lo importante no es zarpar una vez, sino garantizar la atención periódica.
Parece que la corrupción, la ineficiencia y la desidia no les permitan a los burócratas a cargo de que se preste el servicio de salud en esta región, pensar en que la única manera de llegar a una isla es por el agua. Eso bien lo saben los de allá, no los que dibujan los mapas en Bogotá.