La debilidad va por fases. Y las autoridades chinas entienden que ahora les toca a ellas estimular la caída de su moneda, un recurso con capacidad para generar réplicas similares en otros países
Las bolsas acapararon este lunes la mayoría de las miradas. No es para menos, después de que 2016 se estrenara en los parqués con el índice chino CSI 300 desplomándose un 7% y contagiando su debilidad a los principales índices mundiales, que cerraron con descensos comprendidos entre el 2% y el 5%. Semejantes caídas eclipsaron otro descenso, el del yuan chino, que ‘solo’ perdió un 0,6% de su valor contra el dólar estadounidense, pero cuya creciente debilidad constituye una seria amenaza para la estabilidad económica mundial por el ‘efecto dominó’ que puede generar.
Aunque la caída del yuan no parece nada comparado con el 7% que entregó el CSI 300, lo cierto es que esa depreciación del 0,6% es mucho mayor de lo que puede sonar. Y por varios motivos. Primero, porque es la mayor depreciación del yuan en un solo día desde que Pekín devaluó el yuan un 3% contra el dólar entre el 11 y el 13 de agosto de 2015. Segundo, porque supuso que el yuan cayera hasta las 6,533 unidades por dólar, su cambio más bajo desde 2011 -y, por tanto, el más alto del dólar en cinco años-. Tercero, porque desde agosto el yuan ya ha perdido un 5% de su valor contra el ‘billete verde’, algo que no se veía desde que Pekín unificó el tipo de cambio de su moneda y la devaluó casi un 50% a finales de 1993. Y cuarto, porque la impresión es que habrá más. Así lo presagia el tipo de cambio del yuan extracontinental u ‘offshore’, que se establece fuera del control de Pekín y que ahora refleja un cambio de 6,63 yuanes por dólar.
Las caídas acumuladas por el yuan contra divisas como el dólar, el yen japonés, el baht tailandés y otras monedas desde agosto, combinadas con esa sensación de que Pekín no dudará en darles continuidad, alcanzan actualmente importante significado. En un contexto marcado por el enfriamiento de la actividad comercial y la incertidumbre, la depreciación de la divisa del gigante asiático posee la envergadura suficiente como para que otros países sigan sus pasos y estimulen el debilitamiento de sus monedas para preservar su competitividad. O lo que es lo mismo, una nueva escalada dentro de la denominada ‘guerra de divisas’ que Brasil denunció ya en 2010 y que, desde entonces, ha protagonizado continuos coletazos.
Por el momento, y como ocurrió en la bolsa, la caída del yuan se contagió a otras divisas emergentes. El dólar se apreció casi un 2% contra el real brasielaño y un 0,9% contra el rublo. Este avance lo mantuvo por encima de los 73 rublos, con lo que permanece en zona de máximos históricos contra la moneda rusa.
Al mismo tiempo, la debilidad del yuan podría generar otra remesa de efectos secundarios. Por un lado, prolongaría las presiones deflacionistas que se siguen sintiendo en Estados Unidos y Europa. Y por otro, y como consecuencia de exportar productos baratos al resto del mundo, daría argumentos para alargar las políticas monetarias históricamente expansivas que están vigentes en Occidente, con lo que China también condicionaría las futuras decisiones de los bancos centrales.
Este ‘efecto dominó’ potencial, que va desde una oleada de depreciaciones hasta la perpetuación de unas políticas monetarias muy laxas, no es nuevo para la economía mundial. En los años previos al estallido de la crisis financiera, los desequilibrios globales, alimentados en parte por la debilidad del yuan, resultaron determinantes en la formación de los excesos que acabaron estallando desde 2007. A otra escala, puesto que desde julio de 2005 el yuan se ha revalorizado un 26% contra el dólar y puesto que la economía mundial aún busca recuperarse de las heridas de la crisis, la tendencia de los últimos meses amenaza con reproducir alguna de las situaciones que desestabilizaron al mundo antes de 2007.
Pendientes de las fugas de capitales
En este sentido, serán fundamentales los movimientos de capitales que se registren tanto en China como en otros mercados emergentes, entre los que sobresalen Brasil o Rusia. En la medida en que salga dinero de estos países, sus divisas caerán más, salvo que los países consuman más reservas o actúen con otras medidas -como subir los tipos- para defenderlas. Al mismo tiempo, ese dinero buscará destino en otros mercados, cuyas divisas y sus activos financieros sentirán en sus precios la llegada de esos capitales.
China, precisamente, ofrecerá este jueves un dato interesante para calibrar hasta qué punto está sufriendo salidas de dinero. Las autoridades publicarán las cifras de sus reservas de divisas internacionales, de las que se espera que prolonguen el descenso de los últimos meses. Las previsiones contemplan una bajada de los 3,438 a los 3,42 billones de dólares.
Aunque ningún otro país tiene unas reservas tan abundantes, desde mediados de 2014 han caído en un 14% o 555.000 millones de dólares, desde los 3,99 billones de dólares a los que escalaron entonces. La prolongación o aceleración de la caída de las reservas seguirá alimentando los recelos con respecto a China durante 2016.