El director Pablo Trapero analiza las claves de su adaptación de un caso traumático de la crónica negra argentina: los asesinatos cometidos por la familia Puccio. Los hermanos Almodóvar coproducen el filme.
“Parecía un tipo normal”. Cada vez que escuchamos esa frase en boca de alguien, toca echarse a temblar. Significa que su vecino, el que ayudaba a la anciana del cuarto a subir las bolsas del súper, ha resultado ser un homicida en serie (o algo peor). Pues bien: los Puccio parecían una familia normal… Dicho esto, prepárense ustedes para escuchar una de las historias más estremecedoras que hayan escuchado nunca.
“Éramos una familia muy normal. Estábamos todos muy unidos. La familia unida, como me enseñaron mis padres”. Se lo dijo Arquímedes Puccio en 2011 al periodista Rodolfo Palacios. Y suena bien, a padre entregado a la causa doméstica, de no ser porque la familia Puccio fue detenida en 1985 acusada de asesinar a varios vecinos y conocidos de su barrio bonaerense de clase media/alta (San Isidro).
Les secuestraban, se los llevaban a casa, les encerraban en el cuarto de baño o en el desván, cobraban el rescate y les metían cuatro tiros. En palabras de Palacios, los Puccio eran “una pyme familiar de la industria del secuestro”. Todo normalísimo, vaya. El caso Puccio tiene tela, y no solo por su crueldad, sino por su corrosivo efecto político: Argentina creía haber pasado página (violenta) tras recuperar la democracia (1983) y abrir procesos judiciales a los militares por los miles de desaparecidos, pero no.
Arquímedes Puccio, vinculado a los servicios secretos y a los paramilitares de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), decidió obviar el proceso de transición democrática y seguir en modo gatillo fácil, aunque adaptándose, eso sí, a los nuevos tiempos: ahora no era nada personal/ideológico, sino solo negocios: el secuestro y el asesinato como modo de vida para mantener un estatus social.ç
Un prisionero en casa
Pero lo verdaderamente terrible, el plus de maldad del caso sobre otros parecidos, es que Arquímedes lo hizo en familia: sus dos jóvenes hijos –uno de ellos jugador de la selección argentina de rugby- fueron condenados por participar en los crímenes; las hijas y la madre, por su parte, fueron absueltas, aunque las víctimas se preguntaron cómo es posible que no supieran… que habían tenido secuestrados en casa.
El hecho incontrovertible es que Arquímedes era un ejemplo extremo de padredominante y persuasivo: “Una industria familiar sin chimeneas y con mano de obra barata”, les decía Arquímedes a sus cómplices, como si en vez de un psicópata fuera un emprendedor con un don para la innovación empresarial.
Uno de los hijos varones condenados analizó la enfermiza relación familiar desde la cárcel; pese a otorgarse un discutible papel de víctima, realizó un afilado análisis psicológico de su padre: “Mi única responsabilidad fue ser hijo mayor de una familia en la que la autoridad del padre hizo que yo creyera que él era incuestionable, sublime, sin errores… A veces me siento liberado: ya no estoy más bajo su dominio. Y lo digo desde una prisión… Todo lo que hace mi padre es para enaltecer su narcisismo… Nunca tuve comunicación con él, siempre fue un monólogo. Siempre fue él y nada más que él. A mi padre nunca le importé. Si yo, que soy su hijo, no le importo, imagínense lo que le puede importar el sufrimiento ajeno. Su soberbia no le permite sentir al otro”.
Arquímedes, que siempre lo negó todo, murió en 2013 a los 83 años, en libertad, pero tras pasar 23 años a la sombra. Falleció poco antes de asistir a su transformación en psicópata pop de leyenda en el verano de 2015: una película (‘El clan‘, de Pablo Trapero), una serie (‘Historia de un clan’, emitida por Telefé) y un libro (‘El clan Puccio. La historia definitiva‘, de Roberto Palacios) revisan ahora el caso.
“El clan Puccio inauguró la era de los secuestros posdictadura. No hubo, en el mundo, un caso parecido a este: que una familia secuestrara gente en el sótano de su casa. Y que las víctimas hayan sido del mismo barrio o conocidas de algún miembro del clan”, escribe Palacios en su libro, editado por Planeta en Argentina.
Una película fenómeno
Pablo Trapero presentó su filme en septiembre en la sección Perlas del Festival de San Sebastián, tras arrasar en la taquilla argentina y ganar el premio al mejor director en la Mostra de Venecia. El clan, coproducido por los hermanos Almodóvar, llega mañana a los cines españoles.
Trapero llevó su investigación de la figura de Arquímedes más allá de la crónica negra, para encontrarse vínculos tempranos (de los años cincuenta en adelante) con “zonas oscuras del poder”, esas en las que militancia política, represión y delincuencia se mezclaban con impunidad en organizaciones como los Tacuaras (“movimiento peronista de extrema derecha”, aclara Trapero) y el denominado Grupo de Tareas de la dictadura militar (de tareas como la represión indiscriminada), para acabar entrando en los servicios de inteligencia (SIDE) durante la democracia.
En resumen, Arquímedes estuvo en todas las salsas. “Hasta el último momento se benefició de estos contactos con el poder”, explica el director a El Confidencial.
Tendemos a marcar los periodos históricos con cortes limpios. Por ejemplo: el año en que España o Argentina saltaron de la dictadura a la democracia sin despeinarse. Pues bien: Arquímedes Puccio dinamita esa lógica. “Su caso funciona como síntoma de la transición argentina.
Hubo varios casos similares y se les conocía como ‘los negocios de la mano de obra desocupada’; es decir, las personas que se habían quedado sin trabajo al acabar la dictadura y llegar la democracia y, de algún modo, los habían privatizado para seguir haciéndolos por su cuenta y desvinculados del Estado”, cuenta el director.
Y uno se queda helado al oír decir esto a Trapero: la privatización informal de la industria del secuestro y del asesinato. Privatización, por cierto, “relativa”. “Nunca quedó claro cuánto había de independiente en todos estos casos, o si tenían que rendir cuentas económicas a una instancia superior y a cambio de qué”, cuenta el director.
Política para tarados
Una cuestión políticamente morbosa para acabar. ¿Arquímedes mataba también a sus vecinos de clase media/alta por motivos ideológicos? La pregunta no es fácil de responder. Aunque su trayectoria está vinculada alperonismo derechista, daba señales ideológicas ambiguas, quizá valiéndose de la característica transversalidad peronista.
En el filme le vemos, por ejemplo, justificando el secuestro de burgueses por vagos motivos políticos. Y en el libro le escuchamos, dos años antes de su muerte, lanzando delirantes monólogos de apoyo a Perón. “Si me escucharan y aprendieran de mi experiencia, las cosas irían un poco mejor, recuperarían el amor a la patria, por los ideales, por el prójimo. ¿Estamos? Me dan bronca los oligarcas. Y también los negros ignorantes. Pero como decía el general Perón, los ladrillos también se hacen con bosta [mierda de vaca], la putísima madre que los remilparió”.
¿Peronista, derechista o simplemente tarado? “O estaba confundido o era un cínico. Creo que utilizaba todos esos discursos con el objetivo de lucrarse. Pasó por distintas épocas políticas -primer Gobierno de Perón, dictaduras y democracia- y siempre estuvo vinculado al poder. Siempre acomodado.
Pasó de una punta a la otra: de Tacuara a poco menos que Montonero en esos monólogos de sus últimos días que mencionas. Probablemente tuviera un resentimiento de clase heredado de su padre, que sí era peronista, y de ahí la reivindicación de los derechos de los más humildes, pero me atrevería a interpretar que todas estas ideologías no fueron más que pantallas para generar su verdadero negocio. No soy un especialista en psicología, pero diría que su rollo egomaníaco y mesiánico trascendía las ideologías”, zanja Trapero.