“Toda crisis viene acompaña de una oportunidad”. Esta frase que tan recurrentemente aparece en los manuales de emprendimiento y auto-superación, debería ser tenida muy en cuenta por el gobierno y sus asesores económicos para afrontar los retos consecuentes de la abrupta caída de los precios de las materias primas –en especial del petróleo– en el último año.
Desde ya se está viendo cómo la administración Santos, al igual que los demás países de la región, ha empezado a apretar el cinturón del gasto público, realizando planes más conservadores y austeros para lo que resta del periodo presidencial. Un propósito bastante difícil de lograr para un gobierno que ha hecho del subsidio su principal plataforma de legitimidad política y con un decidido empeño en llevar a cabo un costoso plan de posconflicto, si sus objetivos en La Habana se cumplen.
La caída en más de 50 dólares del precio del barril está sacudiendo fuertemente las finanzas de la nación, pues más del 40% de la inversión extranjera proviene del sector de los hidrocarburos, que a su vez representa más de la mitad de las exportaciones colombianas. Difícilmente el desempleo pueda permanecer en un dígito al final del año y se pueda reducir en algo el hueco fiscal que ronda los 13 billones de pesos.
El miedo es generalizado en el sector que se acostumbró a gigantescos dividendos y que claramente no estaba preparado para la crisis, como lo constatan las declaraciones del presidente de Ecopetrol, Juan Carlos Echeverry, quien asegura que “no nos podemos dar el lujo de no hacer fracking”, sin tener ninguna consideración sobre las graves afectaciones que esta práctica genera en los ecosistemas; que sí representan nuestra verdadera riqueza como nación.
El panorama a corto plazo es sombrío para la economía nacional, pero como decía Einstein “la creatividad nace de la angustia, como el día de la noche oscura”. Los bajos precios del petróleo representan también nuestra mejor oportunidad para desarrollar los demás sectores de la economía como la industria, la agricultura y la tecnología, que verdaderamente generan valor agregado, desarrollo, innovación, tejido social y tienen un impacto negativo mucho menor en el medio ambiente.
La bonanza petrolera de la pasada década no sólo infló las cifras económicas del país, sino también nuestras perspectivas con respecto al nuevo milenio, comenzamos a hablar de los CIVETS (versión más pequeña de los BRICS) y de ingresar a la OCDE; sin embargo, estos pequeños sueños de grandeza estaban sustentados sobre el ‘dinero fácil’ de la exportación de las materias primas y el actual escenario nos ha hecho aterrizar en nuestra modesta realidad.
Las condiciones presentes nos brindan la posibilidad de pensar en el desarrollo desde una visión menos facilista, pero más sostenible y hacerle el quite a la maldición de los recursos naturales y a la enfermedad holandesa que nos engañan con datos de crecimiento altos, pero bajos niveles de desarrollo social. Corea del Sur, Suiza o Singapur –por nombrar sólo algunos ejemplos– no son países desarrollados gracias a la exportación de materias primas; sus sociedades han sabido diversificar sus economías y fomentar la educación y la innovación como parte fundamental de su crecimiento. Este es el momento de confiar en nuestras potencialidades como nación y hacer una planeación estratégica que nos lleve por el sendero del desarrollo integral basado en la explotación del talento de los colombianos y no sólo de sus recursos naturales.