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La educación, es asunto nuestro


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Muchos estamos convencidos de la importancia de la educación para que un país crezca y adelante sin descanso. Su presencia, su extensión, la calidad de la misma, de por sí crean condiciones para la inclusión en el progreso, en el desarrollo individual familiar y nacional.

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La calidad de la educación tiene varios soportes: capacitación de los maestros; aumento en el presupuesto efectiva y ordenadamente ejecutado, con priorización según necesidades. Pero, otro elemento que equivale a la tercera semilla para recoger buenos frutos, es la actitud de los adultos, docentes, padres de familia, para cumplir con la función como guías del conocimiento, no sólo académico, sino aplicado a cómo enfrentar la vida buscando soluciones a la problemática que le es inherente.

Es este un reto mayúsculo que arranca de las entrañas de la cultura y se refleja cada instante en lo que la sociedad espera de los niños y de los jóvenes , sociedad encarnada en los padres, en los profesores que actúan como voceros de unas creencias culturales y religiosas, que en nuestro país, presentan como opuestas la creatividad con la obediencia.

Preguntémonos cuantas veces como adultos, ponderamos la respuesta que complace nuestras expectativas, sin dar espacio para el debate. Muy pocos adultos nos tomamos el trabajo de explicar , el por qué de una norma familiar, escolar o que debe acogerse por todos como componente orgánico de la convivencia ciudadana.

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La autoridad en todas sus manifestaciones, se expresa y se impone en términos de es así porque sí o porque no, y punto. Los padres condicionamos la confianza a que el niño o joven responda a nuestras expectativas que son a la vez nuestros modelos de pensamiento o de conducta en lo personal, en lo familiar, en lo académico, es decir, en todos los escenarios. Sin discusión, sin lugar para la pregunta, se aprueba lo que coincide y se castiga o desecha lo que no. Los niños y jóvenes deben aprender a manejar sus vidas con los mismos parámetros de los padres. Es frecuente que se espere e imponga un resultado, independiente de comprender el proceso que puede llevar a obtenerlo.

En el colegio la buena nota tiene que ver con el producto final que el profesor ya tiene calculado. Este mismo patrón acompaña a casi todas las formas educativas vigentes en nuestro medio.

Quiere lo anterior decir que todo el mundo adulto se equivoca y que la sabiduría es potestad de las nuevas generaciones? No, de ninguna manera. Lo equivocado creo está en esa evidente arrogancia de nosotros loa adultos, que nos creemos incuestionables, conocedores de la vida en una proporción desmesurada, ególatras, fundamentando la autoridad en la obediencia ciega. Se avala lo que se reedita en espejo y se deja de lado cualquier novedad, al margen de que sea errada o precisa para mirar de una nueva forma el asunto del que se trate.

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Los adultos somos presa fácil de un secreto temor a ser superados o cuestionados por las generaciones jóvenes. No se permite el intercambio, ni somos afectos a los cambios; alabamos lo propio, y la nostalgia de que pierda su vigencia al ser reemplazado por otras opciones, se convierte en una imposición pétrea, golpeante y pesada, que para nada estimula la creatividad ni la innovación. En la actitud hacia los jóvenes, el error no se les muestra como parte del aprendizaje, sino como el triste resultado de no copiar el modelo.

Los adultos trastocamos la idea de la madurez como un proceso creciente, por un lugar de poder inflexible desde donde dictamos vanidosa cátedra sobre el manejo de la vida, sobre la solución de situaciones con un mínimo rango de versatilidad para aceptar el cambio.

Ah vanidad la nuestra; ah temor a nuestros hijos o alumnos; ah complicidad para darnos la razón entre todos aún sin tenerla. Ah equivocada concepción de la autoridad tan alejada de la sencillez y el respeto. Ah inclinación a sacralizarnos !!

El bulling de los adultos en la violencia del castigo, las palabras denigrantes, la burla, la culpa inculcada por la desobediencia, son torniquetes que se aplican a la inteligencia. Esa talanquera sistemática, doblega la posibilidad de arriesgarse, de explorar nuevas rutas para poner la cara a viejos o nuevos desafíos. La decisión para atreverse pisoteada y menguada, es la que subyace a los pobres resultados de las pruebas cuando se salen del conocido 4 es igual a la suma de 2 más 2.

Padres o docentes, todos somos educadores de la juventud ya por acciones, omisiones y ejemplos. ¿Hasta cuándo aspiramos a crear generaciones sumisas, agachadas, temerosas? Sometemos a los jóvenes a un juego de adivinación para que respondan lo que los adultos esperamos, sin dar el lugar que merecen los desafíos que la vida presenta.

Los límites tan necesarios en la educación, no pueden ser grilletes. Ayudar a estructurar la mente, no es sacrificar sus contenidos. La disciplina institucional o familiar tan importantes, no pueden aplicarse al pensamiento. No temamos por el respeto: ese se gana; lo que se impone es el miedo.

Como adultos miremos la responsabilidad que nos compete en los lánguidos resultados de los jóvenes. Ayudémosles a crear, a arriesgarse, a salir de la simetría a la que se ven sometidos. Salgamos de nuestro nicho de confort y seamos creativos para darles raíces sin cortarles las alas!!

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