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La madre tierra bombardeada


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En el Norte del Cauca se viven tiempos de agitación social por cuenta de la ocupación de tierras adelantada por los indígenas Nasa. La liberación de la madre tierra, como la han definido, ha servido para que estas comunidades hagan un llamado para que el problema del reparto y tenencia de la tierra responda a las realidades de esta región y no a la de unas negociaciones, entre el Gobierno Nacional y las Farc, en las que no se sienten representados.

A tres horas de Corinto, por vía terrestre, adentrándose en la Cordillera Central se llega a la vereda La Esperanza. Allí tuvo lugar la muerte de 11 soldados del Ejército Nacional debido a una emboscada de las Farc. Las versiones que circulan en la zona hablan de una situación bastante diferente de las versiones oficiales. El grupo militar llevaba quince días en el polideportivo. A pesar de los pedidos de la comunidad de retirarse, los militares permanecieron en este espacio público. Después de adelantar varias incursiones en territorio de las Farc, se produjo la acción de guerra que ha conmovido al país y a los medios de comunicación.

A media hora de allí, subiendo las montañas caucanas pero esta vez en las estribaciones de la cordillera Occidental, se llega a la región de Buenos Aires. Allí, desde el pasado 22 de abril se han llevado a cabo varios bombardeos del Ejército Nacional.

Los artefactos explosivos lanzados desde varios helicópteros y una avioneta, además de los ametrallamientos, tuvieron como blanco el flanco de la montaña sobre la que se asienta Los Robles. Este caserío y las veredas circundantes han sido escenario de la guerra entre el Ejército y las Farc desde 2012.

Desde que las bombas lanzadas por las aeronaves cayeron sobre la única carretera de esa montaña, a tan solo cien metros de varias casas campesinas, sus habitantes se desplazaron a otras zonas, al parecer más seguras, debido a la zozobra que genera el lanzamiento de morteros desde las 10 de la noche. “Esa noche [22 de abril] todo comenzó a la 1 de la mañana. Parecían truenos pero había mucha luz. Yo me senté en mi cama y abracé a mis hijos [una niña y un niño de 5 y 8 años] y pensé Que sea lo que Dios quiera . Al otro día salí a las 5 am y me vine para los Robles y acá ando esperando qué ayuda me puede llegar o quién me puede socorrer. Yo por allá no vuelvo”, dice Elvira* con cara de angustia y pidiendo que su nombre y su cara no sean conocidas.

A estos testimonios se suman denuncias de la comunidad de que se han dejado artefactos explosivos en la única vía carreteable de la zona. Estos artefactos, de fabricación industrial fueron atribuidos a las fuerzas armadas por un reservista que reside en la zona. La desactivación y limpieza del lugar fueron obra de la Guardia Indígena que notificó a la Cruz Roja, en su momento.

“Lo que no queda claro es por qué bombardean para este lado de la montaña. Desde el filo que queda al frente, cruzando el cañón, en donde está la base militar, todas las noches disparan pero ellos deben saber que la guerrilla se mueve en otras rutas. A donde lanzan las bombas es a una zona en donde vamos a buscar agua cuando el acueducto veredal falla. Además, los helicópteros dejan soldados en la escuela del Ceral y ahí mismo los recogen. Lo curioso es que para el lado por el que salen las mulas cargadas de pasta base, hacia el Naya, casi nunca hay operativos, y eso que queda al lado de la trocha por donde sube la tropa a su base”, cuenta Antonio*, un comerciante que viaja desde Santander de Quilichao varias veces a la semana para vender sus productos en la mayor parte de la veredas de esta región.

Como se pudo constatar viajando a la zona, varias casas se encuentran abandonadas y los bombardeos han sido sobre puntos que nada tienen de estratégico ni son en los que hay evidencias de actividad guerrillera. Por el contrario, han disparado sobre zonas en las que el ejército, según relatos de los habitantes, ha tenido sus trincheras y puntos fuertes.

Si bien es cierto que la presencia de las Farc en la región es un problema de orden público, también lo es que las comunidades que habitan el pie de monte de las cordilleras central y occidental han aprendido a convivir con la presencia de la guerra en las puertas de sus casas. Incluso, en puntos militarizados, como está Corinto actualmente, la presencia de las Farc es un factor que juega un papel relevante en la seguridad local. Varios residentes de ese municipio expresaron que desde que este grupo guerrillero volvió a asentarse en la zona, los índices de sicariato y delincuencia bajaron drásticamente. Además, es a ese factor que le atribuyen el hecho de que no haya bandas criminales en la zona.

Por el momento, el conflicto por la tierra entre los indígenas y los dueños de los ingenios está lejos de acabar. “Mientras el gobierno negocia una reforma agraria con las Farc, las cuales están a menos de 20 minutos de donde nos encontramos ahora, a los indígenas y a los negros nos dejan por fuera de esa negociación. Acá nadie nos ha dicho que pasará con nosotros si se establece una zona de reserva campesina, por ejemplo. Por eso nosotros adelantamos nuestra propia reforma agraria. Estamos esperando que haya un espacio de interlocución con el Estado para proponer un gran acuerdo local en el que participemos indígenas, negros, campesinos y empresarios y logremos darle un vuelco a la manera en que se repartió esta tierra”, afirma Héctor Fabio Dicué, exconsejero mayor de la ACIN.

Lo que sucede en el Cauca es algo que sucede en otras tantas regiones del país en las que la tierra sigue siendo, como al inicio del conflicto que parecería estar próximo a su fin, el factor de tensión y conflicto entre unas élites terratenientes que, en muchos casos, viven de espaldas a las realidades de los que sobreviven al lado de sus haciendas.

*Nombre cambiado por solicitud del entrevistado.

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