Las novelas del escritor bogotano Mario Mendoza, son unas de las más leídas en el país por los jóvenes. Y su obra entera genera fanáticos por doquier. El autor de Paranormal y La Melancolía de los feos, detalla el éxito que aún tiene Satanás, después de 14 años de haber sido publicada, de cómo se hizo escritor y da recomendaciones a los jóvenes.
Aparece vestido con una chaqueta, un jean y botas; tal cual es su estilo literario. Subimos a un vehículo que nos transporta a un colegio del sur de la ciudad, en el que hablará con los estudiantes de su obra literaria. Durante el recorrido, se da nuestra conversación.
¿Cómo recibe la noticia de ser el segundo escritor de literatura más leído en colegios y universidades, como la Uniminuto, siendo superado solamente por García Márquez?
Es curioso que la literatura de García Márquez se caracterice por algo que se llama Realismo mágico, que es un tipo de literatura en la que se sublima la belleza; después de García Márquez, lo que viene es algo que se llama Realismo degradado, que es lo que yo encarno. Es una literatura muy fuerte, una literatura urbana, un cambio de estéticas, un cambio de perspectivas. Si hay algo que ‘Gabo’ dejó de lado, porque no era lo suyo –ni más faltaba– fue la literatura urbana, y eso fue lo que yo sentí en los años 80 como lector. Yo extrañaba en esa obra lo que yo vivía. No ver las calles narradas, no ver los sitios, no ver los cafés fue lo que me hizo crecer con un deseo profundo de construir una literatura entorno a la ciudad. Entonces me parece muy bello que las dos estéticas y los dos escritores que encarnan visiones contrapuestas, sean leídos.
Satanás fue escrita y publicada en 2002. ¿Por qué sigue teniendo tanta repercusión y acogida, luego de 14 años?
Eso se debió al premio, por supuesto. Nunca Colombia había ganado el Premio Seix Barral; de hecho, no lo ha vuelto a ganar tampoco, y fue para mí muy honroso representar a mi país en Barcelona en ese año. Pero yo creo que también se le debe a la película, con la que ganamos el Festival de Cine de Montecarlo como mejor película y como mejor actor protagónico. Y un tercer punto es que todavía en la memoria de los bogotanos está la tragedia viva; no tanto para las nuevas generaciones, pero ellos escuchan a sus papás, a sus tíos y a todo el mundo que recuerda la masacre del año 86. También se hizo público, después de la novela, que yo era amigo del asesino, que era mi compañero de clase y mi compañero de tesis; todo eso creó un entorno para que la novela se haya vuelto inolvidable y se haya vuelto un ícono de la literatura urbana en Colombia.
La gente se pregunta de dónde le surge la inspiración a un escritor. ¿Cuál puede decir que es su punto de inspiración para convertirse en escritor, y para continuar haciéndolo?
Yo tuve claro siempre que yo no encajaba, que los demás llevaban unas vidas que a mí no me interesaban: a mí nunca me interesó hacer plata, casarme, tener hijos, ascender socialmente, nunca me interesó nada de eso. Me parece que al final de la vida uno entra a un consultorio médico y le dicen “Cáncer. Le quedan 3 meses de vida”. Sale uno de ese consultorio y de qué se agarra: de qué le sirven las cuentas, las propiedades, los carros… no le sirve a uno de nada. A uno lo que le queda es el sentido profundo de la vida, por lo que uno ha luchado, en lo que uno ha creído. Desde ese momento, cuando tenía escasos 20 años, yo supe que eso era lo mío y que a mí no me interesaba nada, excepto la literatura.
Casi 30 años después, usted consiguió ascender en todos los aspectos que dice que no le interesaban. ¿Cómo lo ve hoy en día?
Sí, claro, pero no me lo propuse. Si tú fueras mi discípulo y fueras una persona muy talentosa, yo te diría que no te preocuparas por el dinero ni por el ascenso social; preocúpate por tu talento, por cultivarlo, por ser el mejor. Más adelante, ese talento tuyo te va a generar empleos, y la gente te va a llamar porque eres muy bueno y haces las cosas bien. Pero ese no puede ser tu objetivo, tu objetivo no es la alegría que sientes cuando te consignan el cheque. Yo lo que le digo a la gente es que se preocupe por hacer las cosas bien, que lo demás llega por añadidura. En el caso mío llegó por añadidura y lo celebro, por supuesto, porque es una manera honrada de ganarme la vida, pero nunca me lo propuse.
¿De qué forma le ha contribuido la literatura al sentido profundo de la vida del que habla?
Uf, una cantidad. He pasado cosas muy duras: estuve en la cárcel a los 23 años, después regresé al país, la pasé bastante mal en mis años de juventud, perdí todos mis privilegios de clase media ilustrada, mi padre murió en 2003 apenas me gané el premio (Seix Barral). Y en todas esas oportunidades, si no hubiera sido por la literatura, yo no hubiera aguantado ninguna de esas pruebas.
Después de la Masacre de Pozzetto en 1986, usted se fue a vivir a Europa para, según dice, tomar distancia del suceso. ¿Le permitió tomar distancia realmente, teniendo en cuenta que 16 años después publicó Satanás?
Yo en realidad no me fui a vivir a Europa porque no tenía plata para eso, era un estudiante muy pobre, vivía en pensiones y en cuartos de alquiler en el centro y el sur de Bogotá. En realidad lo que pasó fue que me gané una beca en el momento en el que más la necesitaba. Y sí, sí me vino bien porque estaban las víctimas, los hechos estaban muy vivos, era un entorno bastante complicado para mí, y me permitió respirar un poco. Pero yo cargué esa historia dentro de mí durante todos esos años. Intenté escribir Satanás 3 veces y las 3 veces fallé; me demoré 15 años hasta que, finalmente, pude escribir el libro.
Bogotá es el componente esencial de su literatura. ¿Por qué tener a Bogotá tan presente en su obra?
Yo crecí en la ciudad y soy hijo total de Bogotá. Yo vivía en el norte, pero a los 18 años me expulsaron prácticamente de mi casa y me tuve que ir a vivir a la calle novena con carrera tercera en La Candelaria, de ahí pasé a las Cruces, de las Cruces pasé al Quiroga, viví en la 40 sur, regresé a Chapinero; es decir que paseé con una maleta por todas partes, y esa ciudad no estaba escrita; había algunos libros, pero eran cosas sueltas y esporádicas, no había un corpus sobre la ciudad.A mí me pasa algo raro y es que me parezco a esos futbolistas que aquí juegan muy bien, pero que cuando los sacan del país juegan muy mal. Yo aguanto tres semanas fuera del país y empiezo a extrañar todo de Bogotá: el olor de los buñuelos, las empanadas, las calles, las panaderías, el cielo gris; maldigo todo el día como todos los bogotanos, pero en el fondo es mi ciudad, es mi territorio. Y hay algo que me encanta de Bogotá y es que uno tiene que ser muy fuerte para vivir acá, porque en Bogotá todos estamos en pie de lucha y eso educa el carácter y el temple.
¿Cómo es un día de Mario Mendoza cuando está escribiendo un libro?
Yo soy muy disciplinado cuando escribo. Primero hago ejercicio para poder aguantar las diez u once horas de trabajo que implica estar metido en una novela; hay que consultar diccionarios, estar muy concentrado, imprimir, corregir y leer en voz alta. La gente cree que un autor vive de juerga, se la pasa en la bohemia, toma mucho licor, mete bareta, se la pasa en burdeles y en los cabarets y eso no es verdad. Uno no se puede levantar a trabajar enguayabado en una novela, porque nadie escribe una novela ni aguanta once horas de trabajo con la cabeza reventada. Uno tiene que estar lúcido, cuidar su cuerpo y estar muy bien entrenado para ser un profesional.
Un escritor es como un chamán en la medida que se cambia de realidad con mucha facilidad. Lo que nosotros tenemos es que, en algún momento, la realidad se desdobla, y apenas se desdobla, nosotros ingresamos en otro mundo, nos vamos y nos escapamos. ¿Y cómo hace un escritor para vivir en esa doble realidad simbólica?
En mi caso, como soy tan radical, ha sido muy importante no tener una familia, porque someter a una familia a un ritmo de vida como el mío es algo muy cruel. Para mí, unas condiciones necesarias son la libertad y la soledad.
Siendo que el capitalismo está totalmente establecido en la actualidad ¿De qué forma directa le hace resistencia?
No significa que me oponga de manera tajante. Uno cree que se trata de dos posiciones; o hago parte del establecimiento, o me opongo a él de manera radical. Hay una tercera posibilidad que es participar en el establecimiento de manera creativa; es decir, estar en el establecimiento (yo publico en un sello editorial que circula en librerías etc.), pero mi literatura es de resistencia, cualquier libro mío que tú leas, te darás cuenta que estoy en pie de lucha intelectual. Creo que es una posición que encontré a través de los años y que, de alguna manera, me salvó la vida.
Otro elemento presente en su literatura es la muerte. ¿Por qué ese elemento está tan arraigado a su obra literaria?
Porque a la gente se le olvida que se va a morir. Si hay algo que caracterice a la vida es la impermanencia, la finitud y la muerte. En ese sentido, uno debe vivir teniendo en cuenta que el tiempo es breve y no tenemos mucho. Hay que hacer las cosas bien, hay que darle sentido a la vida, porque si no, uno a qué vino. Esto tiene un sentido hondo, y hay que luchar por eso.
¿Qué significa la libertad para usted como escritor y, propiamente, como persona?
Para mí es fundamental. Si yo no siento esa sensación de poder hacer lo que a mí me dé la gana, no puedo hacerlo. Yo no trabajo nunca por obligación, yo trabajo porque me da la gana, por generosidad. Si no tengo esa sensación, me siento atado, amarrado, siento que estoy entregando una parte de mí, y que no es justa esa entrega. En cambio cuando estoy en libertad total, siento que la escritura es parte del eros, y esa es una condición libertaria.