"Las guerrillas no son las únicas responsables de la violencia": Carlos Arturo Velandia

‘Felipe’ -¿quieres café?- le pregunta la mujer que acompaña a Carlos Arturo Velandia Jagua, mientras habla de su libro “La paz es ahora ¡carajo!”. Fue guerrillero del ELN, militó en las filas ‘elenas’ por 22 años (1972- 1994) y pagó una condena de 120 meses por los delitos de rebelión y terrorismo.

Carlos Arturo Velandia ha luchado en los últimos años para que lo llamen por su verdadero nombre, aunque reconoce que a veces es una pelea inútil con quienes lo conocieron con el alias ‘Felipe Torres’. Este “fue el nombre de la guerra”, dice Velandia.

Sin embargo, cuenta con sosiego el origen de su seudónimo que está relacionado con una historia familiar. Su abuela – Mercedes Jagua- narraba cómo en la guerra de los Mil Días había desaparecido su hermano mellizo, Felipe Jagua, a quien encontró después de 60 años. Cuando, Velandia, decidió ingresar a las filas del ELN, tomó el nombre de su tío abuelo y en homenaje a Camilo Torres, el sacerdote y jefe militar de este grupo guerrillero ‘apedilló’ su alias.

Su libro es una compilación de textos que escribió durante dos años sobre todo el proceso que han tenido los diálogos de paz en La Habana. Aunque, el tiraje es de tan solo 500 libros, con este proyecto pretende que cuando lo lean comprendan y apoyen los acuerdos, ya que, “hay escepticismo y desconfianza, pues durante los últimos meses ha habido una actividad propagandísticas muy fuerte de la extrema derecha para desacreditar el proceso”.

El excombatiente ‘eleno’, señala que los diálogos de paz son una gran oportunidad que no se debe dejar pasar. Que no solo le compete a las partes involucradas, sino a todo el país, que debe acogerla como propia y salir a defenderla.

De esta forma, Carlos Arturo Velandia, habló con Confidencial Colombia, acerca de la ilusión que existe de llegar al final del conflicto, que por más de 50 años ha azotado al país.

¿Cómo debería ser el final del conflicto?


El final de conflicto armado es un acuerdo político y como acuerdo son las partes las que definen de qué manera resuelven el problema. Allí tendrán que sopesar cuánta verdad, reparación y justicia van a proporcionar para que haya paz.

Por otro lado, el acuerdo debe determinar quién va a responder por los daños y efectos que ha ocasionado el conflicto, porque aquí el imaginario de la sociedad es que las guerrillas son las únicas responsables de la violencia y, que son ellas las que deben pagar el mayor costo. Asimismo, no se ha tenido en cuenta que el Estado tiene mayores responsabilidades, ya que, este no se le permite que se comporte como un delincuente político.

El establecimiento se ha desbordado con sus funciones y ha sido el productor de situaciones como, por ejemplo, la generación del fenómeno del paramilitarismo. Habían estructuras políticas que hicieron posible que se creara las Autodefensas (AUC). Hubo relaciones y complicidades para que este grupo al margen de la ley se desarrollara; hay muchos crímenes de Estado y en este sentido el gobierno y los agentes que lo conforman deben responder.

Entonces al momento de rendir cuentas deben ser todos en igualdad de condiciones quienes esclarezcan la verdad. Estas son las cosas necesarias que hay que equilibrar para que haya un acuerdo.

¿Cómo sería ese pago ideal para los guerrilleros?


Las insurgencias son consientes de que tiene que haber resarcimiento por los daños que hayan cometido en la guerra y, ellas estarán dispuestas a ello, pero si la contraparte también está en igualdad de condiciones. La guerrilla sabe que frente a los delitos de lesa humanidad habrá que responder, eso sí siempre y cuando de parte del establecimiento también respondan. A lo que no están dispuestas es que sean exclusivamente los guerrilleros los que paguen los platos rotos. Eso nunca.

En el acuerdo político también se debe establecer cuánto y qué tipo de penas van a existir para los guerrilleros. Esto debe hacerse por medio de la justicia transicional, porque es esta justicia la que permite pasar de una situación de guerra a una situación de paz.

Si a usted no lo hubieran capturado y estuviera en las filas ‘elenas’, ¿en este momento estaría dispuesto a pagar una condena como la que pagó?


No estaría dispuesto a pagar la pena. Pagué cárcel a disgusto. Estuve 10 años y difícilmente alguien va a estar ese tiempo en prisión como lo hice yo, o como lo hicieron ‘Pacho Galán’, ‘Caraballo’ o Yezit Arteta. Si los jefes paramilitares no pagaron más de ocho años, ¿por qué los guerrilleros tienen que pagar más?

Ahora, no creo que los militares estén dispuestos a pagar penas altas. Estaría dispuesto a pagar una condena en condición de victimario, pero en igualdad de condiciones.

Si una víctima suya le dijera que la única forma de repararlo es con cárcel ¿usted que le respondería?



Es muy probable que esto ocurra. Voy a asistir al foro de victimas que se va a realizar en Barranquilla la próxima semana y allí me encontraré con muchas víctimas. Haré presencia en condición de víctima. Si alguien me reclama le diré: –si en algo te debo, ya lo pagué- y si considera que le sigo debiendo que acuda a la justicia y me demande.


¿Por qué se va a presentar en condición de víctima y no como victimario?


Porque me desaparecieron a un hermano y le voy a reclamar al Estado, pues este fue el que me lo desapareció. Estando en prisión en 1998 me lo secuestran; se supo que fue un jefe paramilitar confabulado con el Gaula del Ejército. A mi familia que vivía en Bucaramanga le dieron 48 horas para abandonar la ciudad.

Partiendo desde su experiencia cuando salió de la cárcel. ¿Cómo debe recibir la sociedad a los guerrilleros que pagen una condena, qué actitud debe tener el ciudadano de a pie con ellos?


En términos generales la sociedad no gusta de un expresidiario, la sociedad prefiere tomar distancia. No va a ser sencillo de aceptar que las guerrillas pasen hacer una vida normal y, aunque, paguen unas penas a muchos les va a parecer muy poco.

¿Cómo fue ese regreso a la libertad después de estar 10 años en prisión?


No tuve otra alternativa distinta a irme para el exilio. Tomo la decisión de no vincularme a ningún tipo de actividad bélica. Salgo de la cárcel con el convencimiento de trabajar por la solución política, trabajando en los diálogos de paz como lo hice en el gobierno de Ernesto Samper Pizano, de Andrés Pastrana y posteriormente los dos primeros años del gobierno de Álvaro Uribe. El día después de mi salida no lo tenía muy claro, lo único que sabía era que al monte no regresaría, porque allí iba a tener que empuñar un fusil.


¿Podría traducir esto como un arrepentimiento?


No. Esto no es un problema de orden moral, sino que es un problema de orden político. Entonces, el tema del arrepentimiento se mueve sobre unas variables religiosas y morales y, este no es el caso.

Si me preguntarán que si volvería hacer las mismas cosas, diría que no, porque las haría mejor, con la sabiduría y la experiencia, y con la misma intensidad revolucionaria. Intentaría errar menos. Sigo siendo el mismo ‘eleno’ de siempre, con la diferencia que ahora no hago la guerra, pero sí buscando ideas que se puedan desarrollar en un contexto diferente en busca de la paz.


¿Usted tiene contacto directo con el ELN?


No tengo ningún contacto físico. El único acercamiento que tengo es a través de los medios de comunicación y del libro porque ahí plasmo mi punto de vista. Soy un ‘eleno’ por formación ideológica, pero esto no quiere decir que tenga un nexo orgánico con el ELN.