Los fantasmas del pasado

Son muy pocos los que pueden decir que de niños no se asustaban con las historias de terror que nos contaba ese primo que disfrutaba, sobre todas las cosas, ver a un pobre infante aferrado a sus cobijas sin parpadear esperando que la noche acabe. Soy de esos a los que les que les tomó años superar a esos fantasmas que acechaban debajo de la cama, el armario, y sobre todo, el final del corredor. Sin embargo, las generaciones sobrevivieron a dicho miedo, y se puede decir que ahora todos llevan una vida tranquila.

Hoy, pensaba que volver a ver esos temores, no solo en mí, sino en otros mortales era ya cosa del pasado. Me equivoqué. Volví a ver ese miedo donde menos pensaba y no precisamente en la penumbra de la noche, sino en la oscura política nacional.

Vengo trabajando hace unos meses en la campaña del presidente candidato Juan Manuel Santos, donde una de mis labores es fidelizar personas a la causa para aumentar el número de adeptos, tarea que hago con convicción. Tal responsabilidad puede llegar a ser muy compleja bajo el velo de la falta de fe en el político; la gente ya no cree en el candidato como hace unas décadas: “solo promesas”, es lo que el pueblo predica.

Sin embargo, ocurrió algo con lo que muchos no contaban, sobre todo quienes hemos tratado de sacar el proceso adelante. Esto fue la parcial victoria en primera vuelta de Oscar Iván Zuluaga sobre JMS por casi 500.000 votos. Pero ¿qué significa tener a OIZ de presidente?

La guerra y la paz son el pan de cada día en estas elecciones, donde dentro del imaginario colectivo uno representa la paz mediante la guerra y el otro la paz mediante el diálogo. Quienes manejan el discurso del diálogo, armonía y reconciliación creyeron en que toda Colombia estaba sintonizada entorno a esa construcción de nación que tanto le hace falta a esta sociedad bajo el pilar de la paz. Pero los resultados mostraron todo lo contrario.

La sensación en la sede de la campaña de JMS fue casi indescriptible. A pesar que se manejaba el típico discurso de “esto no ha terminado, somos más los que queremos la paz” fue un golpe que estremeció a la colectividad. Fue en ese momento cuando un fantasma apareció en el viejo Claustro La Enseñanza, pero no era “la monjita” (leyenda del lugar) sino el fantasma de la derrota de la paz, el fantasma de la guerra.

Para muchos, mediante el diálogo, la paz se encuentra a la vuelta de la esquina; es algo que ya se ve cerca y le da esperanza a los que creen en ella. De ahí la temible fuerza del fantasma que apareció aquel nefasto día, ya que la noticia ahogó tales sentimientos; y la frustración, la decepción y el miedo reinaron.

Los fantasmas que nos agobiaban en el pasado ya no estaban debajo de la cama ni en la noche, se encuentran a la vuelta de la esquina, en un poster de “Zuluaga Presidente”, en la propaganda del horario tripe A de los canales nacionales, en las conversaciones diarias, en el barrio, en la oficina, en las pesadillas.

Por un momento pensé que el miedo era propio de quienes marcamos el tarjetón, en favor de Santos, comandante de la paz. No pude estar más equivocado.

Un sin número de personas se acercaron a la sede a hacer por sí mismas mi trabajo. De un momento a otro la gente se auto-fidelizó. “Zuluaga no puede quedar presidente. No podemos tener otros 4 años de paramilitarismo y persecución”, es lo que se empezó a escuchar por los corredores, produciendo ese escalofrío que sentíamos cuando éramos niños volvió al escuchar los susurros de Uribe. Entonces vi que muchos también eran hostigados por ése fantasma, y el miedo invadió nuestra realidad.

El poder del miedo es sorprendente, tanto así que llevó a muchos sectores que aborrecían tan solo mencionar la palabra Santos, a emprender una nueva campaña en favor de lo que más detestaban. ¿Qué tan bueno es esto? ¿Qué nos puede traer elegir (de nuevo) a un presidente por miedo? Lo cierto es que son unas elecciones inéditas, que pasaron de ser una de las campañas más sonsas y carentes de pasión de las últimas décadas, a ser un circo romano, donde una arena de gladiadores pone en juego la paz de un país entero.

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