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Los indignados de Brasil y del mundo


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No tengo muchos elementos para comentar la protesta en el querido Brasil, pero si puedo hacer una interpretación de algo que está ocurriendo en el mundo: un descontento, una desazón interior de millones de ciudadan@s, que sienten que muchas cosas importantes para la felicidad, el bienestar, y el funcionamiento de los estados, no andan bien. Perciben que hay severas contradicciones políticas y económicas en la sociedad global que estamos viviendo.

Nadie puede negar que Brasil es una nueva potencia mundial emergente y nadie puede negar que en los últimos tres gobiernos se han hecho profundas reformas sociales para darle a la población menos favorecida mejores condiciones de vida. Esto también lo hacen otros países, pero el malestar está ahí, un día en un lugar, otro en otro, y de pronto una noche se sumarán muchas protestas y entonces el mundo tendrá un nuevo día, quién sabe si mejor o peor, pero sí distinto.

El asunto de fondo es que la gente no quiere favores, quiere oportunidades, y no solo oportunidades dignas, sino oportunidades reales para escalar a niveles realmente superiores de existencia, que la saquen para siempre de la vida de restricciones que han llevado. Este proceso, cuando los países vienen del subdesarrollo, toma mucho tiempo, pueden ser 30, 40 o 50 años, si hacen bien la tarea, de manera creativa, innovadora, persistente, flexible, democrática y cambiante.

Entonces, los anhelos y expresiones de indignación de l@s brasiler@s pasa por ideas mucho más fuertes, que deben saber leer otras naciones:

El tipo de desarrollo que quieren para su país, significa cantidad y calidad de educación y de salud, servicios básicos de calidad y cobertura plena, infraestructuras sociales abundantes y avanzadas, arte y cultura, respeto a la diversidad, innovación social, innovación del estado e innovación política;

Los favores y “oportunidades” sociales no son aceptables como sociedad justa y equitativa si unos pocos incrementan de manera exponencial sus beneficios preservando la severa inequidad, lo cual torna visualmente agresiva la segregación, aumentando la brecha social. En otras palabras, en una misma sociedad no puede haber dos sociedades: la de una minoría que se considera con derecho a todo; y la sociedad de las mayorías que deben luchar para que respeten sus derechos;

Neutralizado queda el desarrollo social si el crecimiento económico esté mediado por la corrupción, la ineficiencia, el clientelismo, y los excesos de los negocios público privado a través de enormes inversiones en infraestructura deportiva, muchas de las cuales luego quedan abandonadas o subutilizadas porque es imposible darle uso a tantas obras, costosas y majestuosas, simplemente porque no todos los meses hay juegos olímpicos, ni mundiales, ni espectáculos globales, ni hay tanta gente para pagar tan costosos espectáculos. Los elefantes blancos de grandes eventos mundiales están regados por el globo, como consecuencia de haber sido funcionales a los efímeros sueños del mercado. La frugalidad, ponderación, la justa medida, se acabaron en los últimos 20 largos años.

Entonces, la protesta de los indignados de Brasil es porque no están contentos con la democracia representativa que tienen, porque no consideran suficiente mejorar las condiciones básicas de los estratos sociales de menores ingresos a costa de la clase media, y por los enormes beneficios de los agentes del mercado a expensa de los dineros públicos que son dineros de todos, pero que una monumental corrupción los roba, y que luego la justicia perdona. La misma situación de Colombia.
Pero no se puede interpretar la indignación como un profundo malestar con su presidenta y con sus antecesores, aunque estos pueden terminar siendo las víctimas, lo cual no sería bueno para Brasil ni para el mundo, porque buenos líderes no nacen todos los días.

Es más bien una protesta por las contradicciones, polarizaciones y segmentaciones que vive el planeta por el modelo mundial de crecimiento y de consumismo ilimitados, amparados por una idea de democracia que se considera agotada, mentirosa, manipuladora, excluyente, a través de agentes públicos, privados y los medios, pero sobre todo por unos partidos políticos que aquí allá y más allá, se convirtieron en maquinarias electorales, clientelistas y corruptas. Por eso la política está dividida entre partidos electoreros y movilizaciones políticas independientes y alternativas en construcción. En otras palabras, también es una reacción contra el sistema político, sus partidos y representantes.

Si las cosas siguen como van, la indignación mundial será contra la política, las ideologías y los partidos, y contra el modelo de sociedad y sus valores económicos. La revolución tecnológica ha creado un nuevo espacio de expresión ciudadana que los canales tradicionales de comunicación y la representatividad política habían cerrado.

Entonces, hay que saber interpretar estas indignaciones. Son inéditas, en consecuencia, si se califican bajo categorías o denominaciones del pasado, se está cometiendo un enorme error político y de interpretación, porque el mundo de hoy y el mundo del futuro son muy distintos al mundo del pasado. La gente ya no grita “el pueblo unido jamás será vencido” o “abajo los comunistas”, la gente ahora clama por una mejor y distinta sociedad y por el significado de consignas como “vine porque quise a mí no me pagaron” en clara manifestación contra las prácticas electorales de los viejos partidos, que ganan comprando votos.

Personalmente me gusta la movilización y el debate que se está abriendo – no con su violencia -, si bien no muy ordenado e intermitente, porque son nuevos y espontáneos, por lo tanto sin movimientos afirmados que los sustenten, mantengan, perfeccionen e integren en lo fundamental, me parecen necesarios porque la sociedad no puede quedar relegada a la categoría de indiferentes, sumisos, pagadores de impuestos y compradores ilimitados. El ser humano es más que un PIB per cápita: esta es la discusión de fondo. Al ciudadano se lo considera un valor económico, una bolsa de mercado, un paquete de consumo, es decir, un valor espúreo, y eso indigna.

Brasil pide educación, salud, seguridad, mejores servicios, fin de la corrupción, respeto de la política a la ciudadanía, antes que un mundial y unos juegos olímpicos que han servido de botín para la corrupción. Recuerdo que hace dos años pregunté a varias personas “como iban las obras del mundial”, y la respuesta general fue más o menos así: “la mayoría están demoradas, pero no es más que una estrategia de los empresarios y burócratas para subir los costos cuando el tiempo apremie”. Dos años después, la gente en las calles, indignada, porque las obras han tenido un valor escandaloso. Pero este evento fue el detonante, no la causa de la indignación. Esta es más profunda.

Brasil está avanzando como sociedad porque quiere modernidad y desarrollo para el futuro, sin dejar de gritar goles y de vivir los carnavales. Esta indignación no es la de cualquier país, es la de uno de los gigantes del globo. Estoy seguro que si los desmanes de los carruseles de la corrupción que vive Colombia en muchos sectores se hubieran dado en Brasil o en Chile, los ladrones de cuello blanco ya estarían en la cárcel, pero no, la mayoría están libres buscando beneficios de la “justicia”.

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