El Confidencial muestra en exclusiva documentos que recogen las normas que los líderes presos de una de las dos grandes ‘maras’ salvadoreñas trasladaron a los pandilleros libres para mantener vivo el “proceso de paz”, iniciado en 2012. Una tregua que logró reducir de 14 a 5 la cifra de homicidios diarios, pero que generó recelos al final del anterior Gobierno. Ahora, con el exguerrillero Salvador Sánchez Cerén en el poder, los acuerdos no existen oficialmente.
En un primer instante, al encontrar aquella mochila escondida dentro del hueco del techo de una vivienda comunal del municipio de Cuscatancingo, en el centro de El Salvador, ‘El Hombre’ no fue consciente de que sobre sus manos se acababan de posar los mandamientos que las temibles maras estaban imponiendo entre sus filas para aplacar a la muerte en las calles del país. Era noviembre de 2013 y por aquel entonces la tregua entre pandillas seguía en vigor.
El acuerdo con el Gobierno incluía beneficios penitenciarios para los mareros presos a cambio de que los pandilleros dejaran de matar y se comprometieran a un proceso gradual de desarme‘El Hombre’ (un salvadoreño del que, por seguridad, no se puede desvelar su identidad ni ciertos detalles de su hallazgo) abrió la cremallera de la mochila para ver qué contenía. Perplejo, primero encontró una pistola 9 milímetros y una bolsa con 60 dólares. Después, al observar aquellas pequeñas “bolitas” de color blanco envueltas en plástico transparente, pensó que eran unos cuantos gramos de la cocaína que consumen muchos mareros. Pero, cuando descubrió que se trataba de folios manuscritos, su curiosidad se desató. Los leyó enseguida.
Aquellos documentos plagados de faltas de ortografía y de vocablos de la jerga pandillera eran las güilas que los jefes presos de la mara Salvatrucha 13 enviaban a los líderes en libertad de las clicas (células de una mara dentro de un territorio o barrio). Querían que se difundieran entre los miembros de la pandilla y así mantener la paz que las cinco grandes maras del país firmaron en marzo de 2012, con la mediación del Gobierno salvadoreño. Algunas de esas normas eran tan drásticas que salirse del camino marcado conllevaba en muchas ocasiones la muerte. La ley del ojo por ojo.
“Cuando un homeboy (pandillero) ‘calsine’ o desmiembre sin pruebas de que esta persona ‘deve’ algo (…) pagará con su vida…”. “Si un homeboy mata a un familiar injustamente, sea jaina (novia), prima, hermana, hija o abuelos (…) pagará con su vida”. “Si sale otra droga que afecte al bienestar del barrio y dañe a los homies, el barrio decidirá su consumo y ‘benta’ dentro y fuera”.
Las prebendas del acuerdo con el Gobierno
‘El Hombre’ entregó dichos documentos a la Policía para que esta, a su vez, informara al ahora exministro de Justicia y Seguridad, Ricardo Perdomo. Después, se desentendió de su hallazgo, pero no sin antes haber fotografiado aquellas hojas manuscritas y la pistola 9 mm. Hoy El Confidencial publica en exclusiva el contenido de esos documentos, en los que se constata que los líderes presos de la Salvatrucha trataban de continuar con “el proceso” ysostener el descenso de homicidios en el país.
Fue el diario salvadoreño El Faro, dirigido actualmente por José Luis Sanz, reconocido periodista valenciano afincado en el país centroamericano, quien desveló a mediados de marzo de 2012 que el Gobierno del ya expresidente Mauricio Funes había impulsado una negociación con y entre las maras sólo unos días atrás y que al acuerdo se habían sumado las cinco grandes pandillas del país: la Salvatrucha 13, la Barrio 18 (dividida en las facciones Revolucionarios y Sureños), la Máquina, la Mao Mao y la Mirada Locos 13. Dicho acuerdo incluía, entre otros puntos, beneficios penitenciarios para los mareros presos a cambio de que los pandilleros dejaran de matar, de imponer extorsiones y de que se comprometieran a un proceso gradual de desarme.
Durante dos días, entre el 8 y el 9 de marzo de 2012, recién alcanzada la paz entre las maras, 30 líderes fueron trasladados del penal de Zacatecoluca a prisiones más ‘amables’. Fue la primera concesión gubernamental hacia los pandilleros. Quince líderes ‘salvatruchos’, en su mayoría condenados por homicidios, fueron enviados a la penitenciaría de Ciudad Barrios, donde sólo purgan sus penas miembros de la MS-13. Los ‘dieciocheros’ se dividieron entre las cárceles de Quezaltepeque e Izalco. En los siete días posteriores al traslado, el promedio de homicidios en El Salvador descendió de los 93 semanales registrados desde el comienzo de 2012 a sólo 44 en dicha semana.
La tregua llegaba en un contexto en el que las pandillas, siempre dispuestas a matar por defender sus barrios y sus negocios, principalmente el de la extorsión, estaban sembrando de muerte el país. Los salvadoreños abominaban de los mareros y el Estado empleaba la mano dura contra ellos. El Salvador, con una población de seis millones de habitantes, registró en 2011 una tasa de 70,5 homicidios por cada 100.000 personas. Ese año, la ONU lo tachó como el segundo país no en guerra más violento del mundo. Entre finales de 2011 y principios de 2012, los meses previos a la entente cordialeentre las maras, la cifra llegó a alcanzar los 72 muertos por cada 100.000 habitantes.
Las 55 leyes ‘salvatruchas’
El material que reproduce El Confidencial consta de ocho folios manuscritos donde se recogen las 55 leyes que los líderes de la MS-13 presos en los distintos penales distribuyeron en noviembre del año pasado entre los ‘cabecillas’ de su pandilla que gozan de libertad. La tregua llevaba viva un año y medio.
Con dichos documentos se demuestra que los líderes ‘salvatruchos’ encarcelados mantienen contacto directo con el exterior no sólo mediante teléfonos móviles, sino también a través de terceros (como las personas que les visitan al penal). Estos actuarían de transmisores entre las decisiones que se alcanzan durante las reuniones que mantienen los ‘capos’ de las maras dentro de las cárceles (con la presencia de mediadores del Gobierno) y los homeboysque no han sido encarcelados. O lo que es lo mismo: a los mareros libres que lideran las clicas les envían las directrices que deben regir sus vidas para que “el proceso no descarrile”.
Más de dos años después del inicio de la negociación, los números reflejan que las maras siguen matando y matándose a un ritmo similar al anterior a la tregua. Los documentos a los que ha tenido acceso este periodista reflejan muchos de los rasgos que definen a las maras centroamericanas:pertenencia a un grupo (“ninguna ‘clica’ puede dejar a ningún homeboy huérfano…); lealtad a las familias de los pandilleros muertos (“las colaboraciones de nuestros homeboys caídos son obligación pagarlas en el tiempo estipulado; si esa clica no lo ‘ase’, será corregido el corredor por faltarle el respeto a la memoria de un homeboy finado”); y el uso de estructuras jerarquizadas (“la palabra del barrio es primero, sin ‘axección’ alguna”; “nadie puede aprovecharse de este proceso para lucro propio).
También la prohibición de nombrar a la pandilla rival (en el caso de la Salvatrucha, en la ley número 8 se observa que el amanuense sustituye la cifra por una ‘X’ ya que no puede citar, pronunciar ni usar un número que identifica al Barrio 18; en el caso contrario, suelen llamar ‘mierda seca’ a la mara Salvatrucha, haciendo coincidir las iniciales de ambos pares de palabras);banalización de la muerte (“Si un hombeboy mata a un familiar injustamente, pagará con su vida”, “si un homie prefiere un ‘bisio’ antes que al barrio –los líderes son quienes dan permiso algunos días para beber alcohol y drogarse–pagará con su vida”) o enfrentamiento perpetuo con las maras rivales, a pesar de la negociación (“Queda claro que no tenemos tregua con el enemigo, sólo se ‘an’ tomado las medidas como barrio para bienestar propio y de nuestra familia”).
La tregua que pierde fuerza
Durante los 100 días posteriores a la firma de la tregua se logró reducir los 14 homicidios por jornada a entre cinco y seis asesinatos diarios. Parecía comenzar a dar sus frutos las férreas leyes que habían impuesto los líderes de las cinco maras, siempre enfrentadas entre sí en una lucha diaria a vida o muerte para conquistar territorios donde extorsionar y controlar el menudeo de drogas.
Sin embargo, esas cifras, según avanzaban los meses, fueron creciendo poco a poco, muerto a muerto. Pese a que, en 2013, El Salvador acabó en el cuarto puesto de los países más violentos del mundo, con la llegada de 2014 la situación se torció. El pasado mayo se registraron 13 asesinatos diarios. En junio, 12 cada día. Más de dos años después del inicio de la negociación, los números reflejan que las maras siguen matando y matándose a un ritmo similar al anterior a la tregua.
En la actualidad, tras la llegada al poder el pasado junio del exguerrillero de izquierdas Salvador Sánchez Cerén, oficialmente la tregua no existe a ojos del nuevo Ejecutivo, aunque oficiosamente el proceso de pacificación entre pandillas se va a respetar e incentivar por los nuevos mandatarios. Su antecesor, Mauricio Funes, en alguna ocasión dio por rota la negociación, aunque sus mediadores y los líderes pandilleros lo negaron y aseguraron que seguía activa.
El origen de la guerra
En 1992, con el final de la guerra civil que vivió El Salvador durante doce años, las maras comenzaron a implantarse en el país de la mano de los deportados que EEUU había recibido durante la contienda. Al retornar a Centroamérica, muchos jóvenes imitaron a las pandillas que habían conocido en ciudades como Los Ángeles, territorio originario de la mara Barrio 18 (Eighteen Street Gang) en la década de los cuarenta del siglo pasado. La Salvatrucha, en cambio, no nacería hasta finales de los setenta, con los jóvenes salvadoreños recién emigrados a la ciudad norteamericana.
Los relatos orales de los miembros de ambas maras suelen convenir que el odio enraizado entre las dos grandes pandillas de El Salvador se generó en 1989, en un callejón paralelo al bulevar Martín Luther King de Los Ángeles. Allí, una discusión entre miembros de la Salvatrucha y Barrio 18, hasta el momento maras hermanas, acabó con la muerte a tiros de Shaggy, un ‘salvatrucho’. Ese parece ser el origen de una guerra que a finales del siglo XX se trasladó a Centroamérica y que hoy sigue dejando un reguero de muertos.
Se calcula que en El Salvador existen en torno a 60.000 pandilleros en activoviviendo en un entorno social amable (madres, varias novias, hijos, colaboradores necesarios…) de unas 800.000 personas, según un estudio realizado por el Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas (PNUD). Eso, en una país con 6,3 millones de habitantes, supone que una de cada 8 personas guarda vinculación directa, en mayor o menor grado, con alguna mara.
El experto estadounidense en temas de criminalidad y violencia Douglas Farah, del International Assessment and Strategy Center, advirtió recientemente delrecrudecimiento, la organización y el armamento sofisticado logrado por las pandillas. Farah sostiene que actúan como el “crimen organizado” y mantienen nexos cada vez más notables con el narcotráfico.