La queja campesina ha sacudido al país como la compilación de múltiples variables principalmente de orden económico y social.
El Sr. Presidente responde inicialmente con frases como “este paro no tiene el tamaño que se esperaba; “este paro no existe”; “solo habrá diálogo cuando se levanten los bloqueos”. El impacto de las mismas se apareja con las resonancias del paro. Tales frases han circulado en los medios hablados y escritos y se han convertido en el centro de opinión, llegando a agrietar la cubierta protectora de la indiferencia, zona confortable de muchos colombianos.
Las posteriores excusas del Presidente, ni responden ni disuelven la pregunta por el origen y consecuencias de tan inapropiadas expresiones. No hay ingenuidad ni ligereza que den razón de ellas. Entonces, qué impulso puede llevarse el dique de su acostumbrada templanza, de su contención verbal, de su racionalidad imperturbable?
Se puede pensar en los prejuicios como la fuerza potente que engendra y alimenta las creencias, plasmando su sello en el pensamiento, en las palabras y en las acciones que como en el caso presente, palpitan en el estilo colonizador de nuestra tragedia nacional: la división del país entre nosotros y los otros. Son sus palabras un producto mas de la funesta raya honda, filuda y cortante que traza un diseño perverso, sagrado e inamovible, que juega siempre a favor del poder de los poderosos, del dinero de los ricos, de la calidad educativa y el bienestar, como privilegios naturales de los elegidos. Es otra forma más de decir: “ustedes allá “.
Repugna hablar con lenguaje decimonónico en el corazón del siglo XXI ; pero estas palabras presidenciales son el reflejo de atávicas creencias, de paradigmas guías que inspiran el lenguaje y los hechos.
Buena parte de la población colombiana aún no reconoce la universalidad de las obligaciones y los derechos; debilita las exigencias éticas al amparo de los privilegios; oscila entre la justicia y la ligereza con base en el origen de clase del sujeto. Se confunde juicio con prejuicio.
Como suceso contemporáneo que resalta aún más la diferencia, obsérvese el trato tímido, discreto y respetuoso que el gobierno ha dado a la dudosa compra de terrenos baldíos por parte de empresas cuyo renombre y poder reducen a bajo perfil exabruptos que reflejan más la audacia para acomodar la ley, que el argumentado y respetuoso cumplimiento de la misma.
Habrá una manera más descriptiva de nombrar estos fenómenos que “los perjuicios de los prejuicios”.?