Sandra Milena Cardozo, nutricionista, asegura que la inapetencia se presenta con frecuencia en niños menores de 5 años. El porqué de esté problema varía, aseguran los expertos.
Sandra Milena Cardozo, nutricionista, asegura que la inapetencia se presenta con frecuencia en niños menores de 5 años. El porqué de esté problema varía, aseguran expertos. Cardozo dice: “en la mayoría de casos la falta de apetito se muestra por causas endocrinas o principalmente metabólicas”. Pero en casos en que el cuadro clínico del paciente no muestra ninguna enfermedad, el médico debe directamente remitirlo a consulta con un psicólogo.
Por otro lado, los niños que sufren de desnutrición, o no se alimentan adecuadamente, tienden a bajar su rendimiento académico, padecen de cansancio y su peso no es consecuente con su edad; todos estos síntomas deben ser tratados con estimulantes, puesto que aquellos afectan el desarrollo y formación del niño.
Sin embargo, todos los organismos son diferentes, por lo cual los tratamientos varían según el caso. Julio Sarmiento, pediatra, expresa: “dependiendo la clase de inapetencia del niño, edad, peso, historia nutricional de la madre, se determina un plan de nutrición.”
David Marciales, médico cirujano, aconseja a las madres que sufren a causa de la inapetencia de sus hijos, suministrarles la comida adecuada en pequeñas porciones, de esta forma no se desnutrirán. De antemano, es importante que el niño queme energías, lo cual le abrirá el apetito.
Así mismo, Sandra Cardozo, nutricionista, explica que las porciones de los alimentos varían según la etapa de crecimiento del paciente. Los niños deben consumir granos, vegetales, frutas, productos lácteos y proteínas, según los grupos de edades que son: de 2 a 3, de 4 a 8 o de 9 a 13 años.
Los padres deben trabajar los hábitos de sus hijos, enseñándoles a comer no solo lo que les gusta sino lo que les nutre. Comúnmente, niños y adolescentes padecen de gastritis, colon irritable y otras enfermedades estomacales por no emplear hábitos alimenticios sanos. Cardozo asegura: “es necesario una alimentación hiperprotéica e hipercalórica a base de proteínas, según la edad”.
Fabiola Mendoza, madre de 8 hijos, quien vivió esta lucha constante con cada uno de sus pequeños, sugiere: “hay que ser recursivo al paladar del niño, hay que disfrazar lo que les guste con alimentos que los nutran”.
Consecuentemente, crearle rutinas al niño, acostumbrarlo a comer sin distracciones, utilizar platos llamativos, manejar juegos a la hora de sentarse en la mesa, han sido trucos de gran ayuda para muchas madres, pero en casos extremos en los que el niño no come absolutamente nada y el pediatra descarta opciones biológicas o fisiológicas y diagnostica problemas de comportamiento, es necesario indagar la historia familiar del paciente, e investigar qué puede generar la inapetencia, para empezar a trabajar en ello.
Generalmente, cuando el problema es netamente comportamental es porque hay modelos, es decir, antecedentes. “Hay que determinar si en la familia hay historiales de bulimia, anorexia u obesidad mórbida”, asegura Sandra Moreno, psicóloga de Bienestar Familiar.
Moreno asegura que la inapetencia se genera a causa de tensión escolar, laboral o por la influencia de la familia del paciente. Dos casos muy frecuentes en la infancia son el matoneo y la separación de padres, “la ruptura de pareja muchas veces recae sobre el niño produciendo depresión o ansiedad; cuadros clínicos que van acompañados de problemas alimentarios”, asegura la psicóloga.
Los padres deben identificar la raíz del trastorno alimenticio, es decir, qué factores precipitaron la conducta del niño. Néstor García, psicólogo, asegura que en casos de divorcio la solución para erradicar la raíz del problema está primordialmente en la disposición de los padres más que del niño, ya que todo el peso recae sobre este.
García junto a Moreno explican los tres factores que rigen la conducta del niño, con los que se facilita identificar la raíz de la enfermedad: los factores predisponentes, que son aquellos que representan antecedentes y herencias familiares; los precipitantes, que son los que marcan el inicio del problema; y por último, los mantenedores, agentes que conservan la enfermedad. Estos últimos se perciben en la dificultad de superar crisis, situaciones, pensamientos y emociones que mantienen el trastorno. “Cada tratamiento depende de los precipitantes y del mantenedor, es como un círculo vicioso”, asegura Sandra Moreno.
El plan de intervención parte de un sentido de responsabilidad, en el que el padre, madre o adulto responsable, colegio, médico o profesional debe cooperar con la estabilidad nutricional y emocional del niño. Según García, “si en casa continúan discutiendo, o en caso de matoneo, el niño sigue siendo víctima de rechazo en el colegio, es imposible encontrar solución alguna”.
Finalmente, la psicóloga Sandra Moreno hace una analogía entre el trastorno alimenticio y el cáncer: “toda mi familia tuvo cáncer de pulmón y yo fumo, mi mantenedor para que la enfermedad continúe es que yo siga fumando; hasta que yo no retire mi mantenedor, la conducta seguirá presentándose”.