Nadie puede pagarse ya una casa en Los Ángeles

Las personas sin hogar han aumentado un 12% en todo el condado entre 2013 y 2014, en unas 44.000 personas, más de la mitad de ellos en la ciudad de los sueños.

Los Ángeles es la ciudad con mayor desigualdad salarial de EEUU, y con el mercado inmobiliario menos asequible. Una combinación devastadora para cientos de miles de trabajadores que cobran el salario mínimo y sin los que la capital californiana no puede vivir.

Hilda López es una mujer que engaña. A simple vista es pequeña y tímida, a pesar de su mirada enigmática. La vida parece haberla puesto, a sus 42 años, en una de esas situaciones en las que el papel de víctima parece inevitable. Pero Hilda no se rinde. Ha superado una leucemia, varios dramas familiares y un fraude salarial que todavía combate en los tribunales y, esta misma mañana, después de recibir a la periodista en su casa, se dirige al Ayuntamiento a dar una charla sobre la importancia de subir el salario mínimo.

Viuda y con tres hijos, dos de ellos ya emancipados, Hilda vive desde hace 16 años en un apartamento del barrio de Koreatown, en el centro de Los Ángeles, donde el problema de vivienda que tiene esta megalópolis es especialmente evidente. Cuatro plantas de largos pasillos con cuartos como el suyo, donde dos camas ocupan un único espacio rectangular, flanqueado por un baño y una cocina, dan hogar a familias humildes y a jóvenes profesionales, un contraste que salta a la vista en cuanto se pasan unos minutos observando el portal.

A un ritmo de 187 viviendas nuevas por cada 1.000 nuevos residentes, según la web Zillow, Los Ángeles se ha quedado sin sitio para sus habitantes y, en un rápido e intenso proceso de ‘gentrificación’ de los barrios que rodean al centro, como Koreatown o Echo Park, nuevos inquilinos jóvenes, con más nivel adquisitivo y trabajos mejor remunerados, conviven con familias enteras de trabajadores en lo más bajo de la escala salarial.

Unos pueden pagar hasta 1.100 dólares por un estudio, ya reformado. Otros, como Hilda, pagan 856 por el mismo cuarto que empezó alquilando por 275 dólares hace 15 años. Y sabe que los sucesivos propietarios, en realidad, están deseando que se marche.

Ejemplos de casas en Echo Park donde las viviendas han sido subdivididas hasta en cuatro partes. (E.C)


Alquileres astronómicos

“Cada vez que un nuevo propietario compra el edificio, tenemos que volver a firmar un contrato de alquiler, y cada vez que lo hacemos, suben la renta”, explica Hilda. Muchos como ella se ven obligados a abandonar estos barrios por otros mucho más alejados, en cantidades que Alexander Harnden, abogado especializado en desahucios de la ONG Legal Aid Los Angeles, califica de “astronómicas”.

“Es el problema número uno en Los Ángeles. La ausencia de casas asequibles”, explica. “Las familias en situación más precaria se ven expulsadas de sus barrios de toda la vida a medida que estos se vuelven más apetecibles para la clase media y media alta. Los propietarios quieren hacer negocio, vender o alquilar a mucho más precio, e inventan todo tipo de triquiñuelas para deshacerse de los inquilinos antiguos”, explica.

En Los Ángeles, donde hay unos 75.000 desahucios al año, han aumentado a más del doble en el último año (de 308 a 725 edificios) en apartamentos de “renta controlada”, es decir, donde los inquilinos están protegidos por ley contra subidas del alquiler más allá de un límite anual.

“Algunas familias no saben que tienen derechos, en estos casos. Se sienten presionados y aceptan lo que les ofrece el propietario sin saber que pueden aspirar a mucho más. Otros, que se acercan a nosotros para que les ayudemos, no quieren llegar a juicio por el riesgo que supone, de cara a otro futuro alquiler, aparecer en los registros de los tribunales como desahuciado”.

¿Qué hacen estas familias, cuando tienen que abandonar su barrio de toda la vida, y empezar de cero en otro lugar de la ciudad? “Tienen que mudarse cada vez más lejos para poder permitirse el alquiler. A Pomona, al Inland Empire”, explica Harnden, que lleva años trabajando como abogado para personas sin recursos.

Hilda López por la habitación por la que paga casi 900 dólares (E.C)


Diáspora de clase media

Esta diáspora interna de la ciudad se nota a todos los niveles. El distrito escolar, el segundo más grande de todo EEUU, ha puesto en marcha un programa de “Desayuno en clase” para paliar un problema que, aseguran, aumenta a diario: cada vez más niños no tienen hogar fijo o acuden a los colegios sin haber ingerido una cantidad suficiente de calorías para afrontar el día. Las cifras son alarmantes: las personas sin hogar han aumentado un 12% en todo el condado entre 2013 y 2014, en unas 44.000 personas, más de la mitad de ellos en la ciudad de Los Ángeles.

Los sin techo son el último eslabón en una escalera social que se desmorona en sus peldaños base y empuja a los habitantes más humildes fuera de sus casas y barrios de toda la vida a vivir en condiciones infrahumanas. Muchos de los desahuciados, los más desvalidos, acaban directamente en la calle. Otros, antes de quedarse sin techo, habitan un modelo cada vez más tristemente habitual de “infravivienda”.

No son indigentes. Trabajan. A veces en dos y hasta tres ocupaciones. En el séptimo mercado inmobiliario más caro del país, y el menos asequible en términos relativos a los salarios, sus sueldos les dan para compartir un piso pequeño con familia numerosa en barrios muy distintos a lo que están acostumbrados.

Para poder pagar un apartamento medio (de unos 1.700 dólares al mes, con un dormitorio, y sin gastar más de un tercio de los ingresos en él) es necesario tener un salario de 33 dólares la hora (68.640 dólares al año), según estudios de California Housing Partnership. Con la mayor desigualdad salarial de EEUU, el salario mínimo en la ciudad es de 9 dólares (18.720 al año). Unos 723.000 trabajadores cobran eso, o no llegan. Muchos, como asegura la ONG Economic Roundtable, han perdido hasta un tercio de su poder adquisitivo en los últimos 30 años.

Ambiciosas subidas

El ayuntamiento acaba de aprobar una subida del salario mínimo por fases, empezando por 10,50 dólares por hora en julio de este año, pasando a 12 la hora en 2017, hasta 15 en 2020. Se trata de una de las subidas más ambiciosas de todo el país. La nueva ley, aseguran sus defensores, va a suponer un aumento de 5,9 mil millones de dólares en salarios que debería revitalizar la economía, al aumentar sensiblemente el poder adquisitivo de aproximadamente la mitad de los habitantes de la ciudad.

“De los tres cuartos de millón de trabajadores con bajos ingresos, la gran mayoría trabajan en el sector de servicios, con una relación directa, de cara a cara, con el cliente. Son trabajadores de restaurantes o cafeterías, cuidado personal, limpieza, reparación, sanidad”, enumera Rusty Hicks, tesorero de Los Angeles County Federation of Labor (AFL-CIO), el sindicato mayoritario de Los Ángeles y que más ha impulsado la subida del salario mínimo.

“Más allá del brillo y el glamour de Hollywood, hay una cara oculta de la ciudad de Los Ángeles, que ha prosperado gracias a estos trabajadores humildes. California tiene un gran número de multimillonarios, sin duda, pero lo cierto es que la gran mayoría de sus habitantes luchan por sobrevivir, por darles algo mejor a sus hijos”.

Hilda aguanta en su barrio a duras penas. Tiene actualmente tres trabajos: acude a una fábrica de pantalones cuando la llaman, y también arregla maquinaria textil, que es su oficio, de manera esporádica. Además, lleva junto con una socia un negocio de óptica en el barrio que va bastante bien. En total, saca 3.000 dólares netos al mes. Además del alquiler del cuarto, que comparte con su hija de 15 años, la comida, la gasolina y los 140 de los móviles que usan ambas, Hilda intenta mandar siempre algo a su país.

Pero no puede ahorrar, algo que en un país con escasa cobertura social resulta indispensable. A 9 dólares la hora, lo que es actualmente el salario mínimo, ni combinando sus tres fuentes de ingresos las cuentas le salen para vivir desahogada. ¿Es una opción mudarse a otro lugar? “He vivido en Texas, en Oregón, y en Washington. Pero las cosas son igual de difíciles. Además, siento que soy de aquí, de Los Ángeles. Aquí es donde están las fábricas textiles que me dan trabajo”.

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…y llegó la crisis

“Cuando empecé a trabajar –recuerda Hilda–, con mi puesto en la fábrica de ropa obtenía un salario para vivir cómoda. Con mis tres hijos, podía incluso ahorrar un poco de dinero”. Hasta se construyó una casita en su país de origen, Guatemala, y se compró un terreno para una huerta en el barrio de Palmdale, una zona de ranchos del norte del condado.

Pero llegó la crisis (“a partir de 2000 las cosas se pusieron bien feas”, recuerda); mientras los alquileres iban subiendo, en 2012 Hilda fue víctima de un caso de “robo de salarios” de los que abundan en las fábricas textiles de Downtown. El propietario de Unique Apparel se declaró en bancarrota y dejó a más de 70 trabajadores sin cobrar varios meses de salario. En el caso de Hilda, por valor de 6.000 dólares.

A pesar de que tuvo fuerzas para organizar a sus compañeros y acudir al sindicato, y a día de hoy lo pelean en los tribunales, es dudoso que pueda recuperar algo. En esa época le detectaron una leucemia que le ha costado 12.000 dólares en quimioterapia. Si a eso le sumamos que durante semanas el propietario de Unique Apparel le pagó con cheques sin fondos que arruinaron su historial crediticio, se entiende que Hilda perdiera sus ahorros y, casi, las ganas de vivir.

Hoy vuelve a estar en pie, y colabora en la campaña ‘Raise the Wage’ con el sindicato LA Fed y decenas de organizaciones laborales. “Pienso que, mientras respire, tengo que seguir haciendo algo. No estamos viviendo como deberíamos, es muy estresante cada fin de mes tener que pedir a familia y amigos para alcanzar la renta. Y nosotras somos sólo dos. Hay familias enteras, de cuatro y cinco personas, viviendo en un cuarto como este. Y los propietarios buscan cualquier excusa para botarte y alquilar más caro. Creo que tenemos que vivir cosas… que no deberíamos”, mueve la cabeza, negando, y después sonríe y se disculpa, por enésima vez, por lo “desastrado” de su vivienda.