“No la pudimos sacar… estábamos en medio de la nada”

Quienes intentaron rescatar a Omayra Sánchez por tres días, en noviembre de 1985, no estaban preparados para su muerte. Esto, pese a lo imposible que resultaba sacarla del fango, sin contar con los equipos necesarios. Confidencial Colombia habló con el rescatista de la Cruz Roja que acompañó por varias horas a esta niña, hoy símbolo del peor desastre natural que haya tenido la historia del país.

Leonardo Hernández llegó a la Cruz Roja como voluntario en atención de emergencias cuando tenía 17 años. Realizó varios cursos sobre salvamento acuático y rescate. Empezó a participar en varios hechos como el terremoto de Popayán en 1983; luego estuvo en la Toma del Palacio de Justicia y días después, en la avalancha que desapareció a Armero en 1985. Este último hecho, marcando en él, el rumbo de su vida profesional.

<!** Image 4 align=”” alt=”Leonardo Hernández, con uniforme azul y casco de la Cruz Roja, sostiene la mano de Omaira Sánchez en Armero./ Noviembre de 1985.” sub=”Leonardo Hernández, con uniforme azul y casco de la Cruz Roja, sostiene la mano de Omaira Sánchez en Armero./ Noviembre de 1985.” width=”640″ height=”480″ >

En la actualidad, Leonardo trabaja para la Organización Panamericana de la Salud, en el departamento de ‘Preparativos para Situaciones de Emergencia y Socorro en Casos de Desastres’. Aunque reconoce que poco le gusta hablar del tema, este exrescatista nos contó cómo vivió esos cuatro días en Armero, el pueblo que quedó sepultado por el lodo.

<!** Image 6 align=”” alt=”Hoy, Leonardo trabaja para la Organización Panamericana de la Salud.” sub=”Hoy, Leonardo trabaja para la Organización Panamericana de la Salud.” width=”372″ height=”640″ >

¿Cómo empezó todo de cara al rescate de los armeritas?

La Cruz Roja tenía un pequeño plan de emergencia porque en esa época habíamos tenido reuniones con el Servicio Geológico Colombiano (Ingenominas), sobre una posible erupción del volcán Nevado del Ruiz ubicado en el departamento del Tolima. Teníamos la consigna de que si algo pasaba nos presentábamos en la sede principal de la Cruz Roja aquí en Bogotá; como eso fue de noche, de la avalancha nos enteramos al día siguiente, y de inmediato alistamos los equipos y nos fuimos para Catam. Abordamos un avión Hércules y llegamos a Mariquita. Ahí nos recogieron helicópteros para llevarnos a Armero.

No sabíamos a dónde íbamos llegar. Cuando volamos Armero era una mancha de lodo y miles de personas pidiendo auxilio dentro del fango; unos se arrastraban, otros sin poder moverse, otros en los arboles moviendo palitos. Ante ese escenario, lo que se nos ocurrió, fue crear un helipuerto en una zona segura y seca para transportar a los pacientes, curarle las heridas y de ahí llevarlos a Lérida (municipio cercano a Armero).

De camino ¿se imaginó con lo que se iba a encontrar?

Jamás. Nosotros pensábamos en una inundación de agua clara o algo así. No tenía en mi mente qué era un lodal, donde solo se veía la cúpula de la iglesia y el hospital hasta la mitad.

¿Cómo fue el primer día, ese 14 de noviembre de 1985?

El primer día lo único que pudimos hacer fue sacar gente y ponerla en el helipuerto y coordinar con las personas que habían salido ilesas para que nos ayudaran a limpiar las heridas. Se iba subiendo la gente más grave para ser trasladada a los centros de salud, pero hasta esa subida de pacientes al helicóptero fue dramática, porque muchos querían que su familiar fuera el primero. Entonces la Policía tenía que bajar a la gente de los helicópteros para seguir el orden que nosotros habíamos impuesto.

¿Cuánto tiempo duraron haciendo la labor de rescate?

La avalancha pasó un miércoles. Hasta el domingo nos evacuaron de la zona porque hubo un llamado de emergencia sobre una nueva avalancha.

¿Cuándo encontraron a Omayra?

Fue en la mañana del viernes. La encontraron unos militares de la Fuerza Área que escuchaban que tocaban unas láminas de zinc; las movieron y ahí debajo estaba Omayra con la casa colapsada, los cuerpos de sus familiares debajo de ella y con el agua al cuello. Hicimos un puente con bultos de arroz y palos para llegar donde estaba.

No la pudimos sacar porque era una piscina de lodo, la casa se desbarató y todo eso hacia presión de tal manera que no la pudimos mover. La jalamos con helicópteros; jalábamos las vigas, pero la succión que hacía el lodo lo hacía imposible. No había maquinaria y solicitamos motobombas, pero ahí no había electricidad, estábamos en medio de la nada.

¿Cómo fueron esas horas que estuvo al lado de ella?

Intentábamos entretenerla. Era una niña de 13 años muy inteligente, muy habladora, nos decía cosas como “tranquilos vayan saquen a otros que estén más fáciles y después vienen por mí”, “descansen y luego intentan” o “bueno, vayan, pero me traen una galleta”. Hablaba mucho de la mamá, le mandaba mensajes; hablaba con los periodistas que estaban ahí, nos decía que no la dejáramos sola, que no se quería morir.

Nos rotábamos para estar con Omayra. En la noche estábamos con ella intentando sacarla, pero nunca avanzamos, además porque teníamos que sacar a los otros que eran miles. En el trascurso del día estábamos haciendo rescates, pero volvíamos después.

¿Cómo fue esa mañana del sábado 16 de noviembre cuando Omayra cerró sus ojos para siempre?

Omayra se fue deteriorando en su parte mental y por eso el sábado sufrió un paro y murió. Tratamos de reanimarla porque teníamos la esperanza de que llegaran equipos para poder hacer algo. Ahora, después de 30 años, sé que en las condiciones en las que estamos no hubiera sido posible, además en ese punto su pronóstico médico era muy malo para poder salvarla.

Los que estábamos ahí no esperábamos que ella muriera, aunque Omayra ese día ya tenía trastorno de conciencia y estaba adormilada. Cuando se desgonzo inmediatamente empecé hacer una reanimación más por reflejo que por razón, tratando de buscar tiempo. La frustración fue total, hubo llanto, tristeza, sin embargo, en ese momento hubo una alerta de que teníamos que evacuar la zona y había 11 personas más enterradas, nos tocó reponernos e ir a rescatarlas.

¿Qué le queda de esa situación que le tocó vivir al lado de Omayra?

Con Omayra aprendí lo que realmente es importante en la vida. Armero era un pueblo rico y despareció en un segundo. Tener ganas de hacer algo a veces no significa que lo puedas hacer, se necesita mucho más que eso. Se aprendió de la paz interior de ella. Omayra fue una niña que nunca reclamó por qué no fuimos capaces de sacarla; nunca fue agresiva, nunca se salió de casillas, nunca, por ejemplo, dijo -ineptos por qué no me sacan, o me duele o no hagan así cuando intentábamos sacarla.

Ella fue muy colaborativa, compresiva, es decir que le digan a uno: “vayan y descansen y luego vuelven” es de valientes, fue generosa y madura frente a la situación que estaba viviendo. Esas cosas me llenaron. Estos hechos fue lo que me permitió tomar la decisión de cambiar de carrera cuando estaba en octavo semestre de veterinaria y empezar de nuevo, pero esta vez para cuidar y atender a los humanos. Estudié medicina en la Universidad del Rosario

¿Además del caso de Omayra recuerda otro?

Una de esas 11 personas, antes de evacuar la zona, era una chica que paradójicamente también se llamaba Omayra. Esta mujer estaba enterrada con el cadáver de su esposo; logramos sacarla luego de trabajar 5 o 6 horas; ella estaba embarazada, aunque no sé si perdió el bebé, sí sé que perdió sus piernas.

¿Ha visitado a Armero después de la tragedia?

No me gusta visitar Armero. Cuando he ido me genera tristeza, es una tragedia que se hubiera podido evitar. Traer a Omayra a la memoria tiene que servir para que la historia no se repita, para que el Estado y las instituciones prevén estas catástrofes y solucionen los problemas.