Trump aún no tiene un equipo de campaña mientras Clinton ya está atacando en los estados clave.
A falta de cinco meses para las elecciones, el candidato republicano Donald Trump ha descubierto que ganar las elecciones presidenciales a Hillary Clinton no será tan fácil como ganar la nominación republicana. Los trucos y los temas que le sirvieron para conseguir el apoyo de los militantes republicanos no funcionan con los votantes indecisos o desideologizados que deciden las elecciones, y el gran amateurismo de su campaña frente a la organización de Clinton han llevado a un gran número de cargos de su partido a optar por el plan B: distanciarse de él y rezar para que una enorme derrota en noviembre no se los lleve por delante.
Las primeras encuestas después de la masacre de Orlando muestran una imagen muy preocupante para el partido: la encuesta de Selzer & Co. realizada para Bloomberg después de la matanza de Orlando le da a Clinton una ventaja de 12 puntos, 49 a 37, el mejor resultado para Clinton en dos meses y uno de los peores para Trump desde marzo. Aun así, una sola encuesta no deja de ser solo eso, aunque Selzer sea una de las empresas demoscópicas más respetadas de EEUU. El problema es que otra encuesta de Ipsos para Reuters da un margen similar: 9 puntos, 41 a 32. Y la media de las encuestas ha pasado de un empate técnico a mediados de mayo a dar una ventaja de 7.6 puntos a la candidata demócrata.
“Los votantes en las primarias no son los votantes de las generales”. El mantra repetido por, entre otros, el analista político Harry Enten, refleja a la perfección el principal problema al que Trump se enfrenta estos meses. El magnate, un completo neófito político, desarrolló una estrategia destinada principalmente a lograr la nominación republicana sobre la marcha. Sin embargo, una vez lograda, todavía no ha sido capaz (o no ha querido) cambiar su mensaje para dirigirse al resto del electorado. Jeb Bush dijo que estaba dispuesto a “perder la nominación para ganar las generales”. Trump parece haber querido hacer todo lo contrario: ganar las primarias aunque pierda las generales después.
Para desesperación de los republicanos, Trump ha sido incapaz de moderar su mensaje para dirigirse a su nuevo público, lo que llaman “pivotar”. El magnate encontró un mensaje capaz de convencer a 13 millones de votantes republicanos -un 10% del total de votantes en las presidenciales de 2012- a costa de alienar a una enorme cantidad de personas, y no parece dispuesto a cambiar de registro. Tras la masacre de Orlando, Trump insistió en prohibir la entrada de musulmanes en el país y lanzó una retahíla de mentiras y datos erróneos sobre la presencia de refugiados en el país, terminando con la sugerencia de que el presidente Obama apoya o se identifica con los islamistas radicales.
Este mensaje, que le dio réditos en el electorado republicano tras los atentados terroristas en París el pasado mes de noviembre, levantó un rechazo casi unánime en su partido. Paul Ryan, presidente del Congreso, tachó la prohibición religiosa propuesta por Trump de “contraria a nuestros principios”, y el líder del grupo republicano en la cámara, Kevin McCarthy, dijo que “jamás” llevaría a votación una propuesta así. El senador Lindsey Graham afirmó haberse “quedado sin adjetivos” para describir a su antiguo rival en las primarias, mientras que el republicano Ron Johnson, senador por la demócrata Wisconsin, calificó el mensaje del magnate de “ofensivo”. El periódico Politico llegó a citar a un cargo del partido en Virginia que describió la respuesta de Trump como “indigna de una gran república” o “una vergüenza para todo lo que es decente y bueno”.
Y lo peor para el empresario neoyorquino es que su figura no está mejorando con el tiempo. Al contrario: la encuesta del Washington Post y ABC News eleva al 70% la cifra de estadounidenses que tienen una opinión desfavorable de él, su peor resultado de la historia. Entre ellos, un 88% de hispanos, asiáticos y negros, un 77% de las mujeres e incluso un 52% de los hombres blancos, su grupo demográfico más favorable. Según la encuesta de Selzer/Bloomberg, un 55% de la población del país no votaría nunca por él, cifra que asciende al 66% entre las mujeres.
Su situación es aún peor porque su campaña es demasiado “amateur” para lo que se necesita a ese nivel. Mientras Clinton tiene más de 700 trabajadores repartidos por todos los estados claves para recoger información y contactar a votantes desde el primer día, el equipo de Trump no llega al centenar, no tiene oficinas ni en lugares tan trascendentes como Florida y pretende, como afirmó en una rueda de prensa el mes pasado, apoyarse en la maquinaria republicana, ya ocupada en apoyar a los diputados y senadores locales en todo el país. Según Jeff Roe, exasesor de Ted Cruz, en declaraciones al periódico Politico, la falta de infraestructura local podría costarle “entre 2.5 y 5.5 puntos” a nivel nacional, un margen precioso para un candidato que apenas ha liderado 4 encuestas nacionales desde febrero.
Otro de los factores a tener en cuenta es que los grupos políticos que apoyan a Clinton llevan un mes emitiendo campañas publicitarias atacando a Trump y mostrando el lado amable de la exsecretaria de Estado por todos los estados decisivos, a los que el magnate ni se ha molestado en responder. Y su presupuesto es menor que el de Clinton, ya que Trump no ha pedido dinero a donantes millonarios ni ha creado una red de captación de pequeñas donaciones durante las primarias, en las que se manejaba con su fortuna personal y la publicidad gratis que le hacía la prensa. Ahora, sin embargo, los grandes donantes republicanos se niegan a abrir sus chequeras mientras Clinton abre brecha: hasta abril, la diferencia de fondos recaudados entre el partido republicano y el demócrata alcanzó los 201 millones de dólares, 209 a 410, según los datos de la Comisión Federal Electoral. Y de esos 209 millones, apenas una decena fueron específicamente para la campaña de Trump, mientras que Clinton alcanzó el centenar.
Todavía es pronto para predecir el resultado, y Trump sigue siendo una figura impredecible para bien y para mal. Aun así, a cinco meses de comenzar las primarias republicanas, Trump lideraba las encuestas a nivel nacional y en los primeros estados en votar. Hoy está perdiendo las encuestas nacionales y está en una situación débil en estados vitales como Florida e incluso en el estado más republicano del país, Utah, donde Mitt Romney consiguió un 72% de los votos en 2012 y Trump apenas logra empatar con su rival en un 34%. Las peores pesadillas de los dirigentes republicanos parecen cada día más cerca.