París descifra el lujo en todas sus acepciones

El lujo como riqueza y opulencia, pero también como sexo, energía, exuberancia y muerte, ha encontrado su espacio en París, en una muestra que recorre todas las acepciones que rodean este concepto.

Hasta el 16 de septiembre, la exposición “Lujo: Modo de Empleo” en el Passage de Retz, una pequeña galería situada en el corazón del bohemio barrio de “Le Marais”, explora las distintas expresiones de la ostentación, tanto en el arte como en la vida real.

El análisis se inspira en un texto de George Bataille publicado en 1949, “La Parte Maldita”, explica a EFEstilo el comisario, Nicolas Liucci-Goutnikov, que recuerda que ese pensador francés concibió el lujo como “un excedente natural que hay que gastar a fondo perdido, de forma improductiva y osada”.

Al visitante que se aventura en ese laberinto de significados se le ofrece un manual de instrucciones, que le avisa de que “la naturaleza es una fuente de energía siempre superior a la estrictamente necesaria para el mantenimiento de la vida”, y le anima a “gastar esa energía desbordante antes de que le explote en las manos”.

La muestra entiende el lujo como sinónimo de energía, y en esa línea explora la relación íntima entre éste y el sexo, ilustrándola con fotografías aparecidas en la revista Vogue y firmadas por Helmut Newton, todo un maestro de la provocación.

Las dobles lecturas pueblan todo el recorrido, gracias al trabajo de artistas como Georg Herold, que trabaja con caviar para mostrar cómo este alimento, opulento por antonomasia, se asemeja al óvulo en el que nace la vida.

Y de la vida a la muerte, que “de todos los lujos concebibles, bajo su forma fatal e inexorable, es el más costoso”, afirmaba Bataille en su obra.

Un juego de dobles sentidos constante entre lujo y muerte, desde piezas explícitas como la guillotina de Chanel, de Tom Sachs, que encarna el mal encerrado en el boato, hasta la muerte presente en el sacrificio animal, representado mediante vestidos de pieles.

“Sacrificando la materia útil usted la convertirá en materia sagrada. Ahí tiene un ejemplo de lujo en estado bruto”, indica el libro de instrucciones que acompaña al público.

De la opulencia y la muerte, entendida como la “forma más absoluta de liberar esa energía”, se pasa a rituales menos sangrientos y más desinteresados.

“El lujo es un gasto estrictamente improductivo. Usted puede asimilar el lujo a toda forma de donación sin contrapartida”, le dice el manual al usuario.

Así, se abre a formas de expresión como el “Poplach”, ceremonia practicada por los pueblos indios de la Columbia Británica de Canadá en la que, en torno a un festín, el anfitrión mostraba su riqueza e importancia regalando sus posesiones al resto de la tribu sin pedir nada a cambio.

Y de todas las vertientes del lujo, no se olvida de la más evidente, encarnada por la amante perfecta de ese concepto, Liz Taylor, cuya frase “No sólo existe el dinero en la vida. También están las pieles y las joyas” sintetiza la parte más banal de la exhibición, que también expone modelos de Dior o de Hermès.

“Conténtese con objetos superfluos, particularmente aquellos cuya suntuosidad los haya convertido en inútiles: usted ya ha llegado a la categoría de obra de arte”, le indica el manual al visitante.

Y es que el lujo traspasa a menudo la frontera que lo convierte en extravagancia y no se aleja demasiado del ridículo, como puede verse en las viñetas de Honoré Daumier, en las que el dibujante parodia las formas desmesuradas de los ricos de su época.

A camino entre el arte conceptual, el recorrido histórico, la literatura y la “haute couture”, la exposición rompe los patrones que siempre han delimitado esa noción para mostrar que al final el lujo es algo tan ambiguo como “vivir liberándose de obligaciones y necesidades, y gastar por placer, ya sea dinero o simplemente energía”.

Andrea Olea