Colombia ha sido ciega y sorda, a voluntad, frente a su Costa Pacífica. Este país andino apenas amaga con quitarse el velo frente a sus selvas y sus mares, sus profundidades territoriales, las costumbres de sus gentes y su cultura. Opinión.
Las vías de hecho buscan hacer valer una pretensión, ante la evidente sordera de la persona, o de la entidad ante el cual se manifiestan. Son los gritos que siguen a la impotencia de hacerse escuchar, cuando hablar solo produce un diálogo de sordos. Las vías de hecho, aunque sea una expresión del derecho penal que con permiso de los abogados me atrevo a utilizar aquí, es la manera como un individuo, o suma de individuos, pone la evidencia de su existencia en las narices de quienes no quieren ver, ni escuchar.
Colombia ha sido ciega y sorda, a voluntad, frente a su Costa Pacífica. Este país andino apenas amaga con quitarse el velo frente a sus selvas y sus mares, sus profundidades territoriales, las costumbres de sus gentes y su cultura. A los gobiernos enclavados en tronos de burocrático oropel bogotano, siempre les han desbordado las realidades locales, tan particulares, tan complejas ellas. Realidades lejanas de los centros de poder, desamparadas de políticas públicas, supervivientes del aislamiento y el abandono.
Cuando el centro no quiere ver, ni escuchar, la periferia recurre a las vías de hecho. Por eso marchan los paperos y los cafeteros, los estudiantes, los sindicatos. Pero cuando el Pacífico recurre a las vías de hecho, y se declaran paros cívicos, pueden pasar semanas sin que nadie en el país se entere. El último paro de Guapi, que fue este año, duró casi 10 días antes de que algún medio bogotano registrara la noticia. Hubo una época en que la única medida que les funcionaba para que Bogotá los escuchara, porque ni siquiera había Telecom, era retener el helicóptero del Banco de la República que pasaba comprándole el oro a quienes lo pescan en bateas rio abajo. Los ecos de sus exigencias son lejanos, porque las vías de hecho se pierden entre los esteros y las selvas, y de poco o nada sirven para que el país los voltee a mirar.
Pero esta gente colombiana se ha ido buscando sus propias maneras para ponernos frente a los ojos su existencia, sus inmensas capacidades y su grandeza. Por las vías de hecho, están metidos en lo más profundo de la incipiente alma nacional, y traspasando la selva inaccesible a golpe de pases y gambetas, nos tienen soñando a todos. De los 23 integrantes de la Selección Colombia, 9 son de la región Pacífica. Armero, Zapata, Murillo, Valencia, Ibarbo, Jackson, Carlos Sánchez, Andrade y Valdés. El 40% de la Selección. Del Caribe proviene el 20% de los jugadores, de la Zona Andina, incluyendo a James que es cucuteño, el 30%. Y el 10% restante está representado en los dos jugadores que provienen de esa región que aunque esté geográficamente en el Caribe, pareciera tener su propia y compleja identidad, el Urabá Antioqueño: Zúñiga y el gran Juan Cuadrado.
Jugar al fútbol es mucho más que darle duro a una pelota. El profe Pekerman en su alineación sabe que necesita velocidad, sagacidad, inteligencia, resistencia, tiene en sus manos a los mejores del país. Y ahí por las vías de hecho, el Pacífico profundo nos muestra su dimensión, haciendo equipo, metiendo goles y celebrándolos a ritmo de salsa choke.
Ante la impotencia para que Colombia reconozca la enorme riqueza que encierra esa barrera de selva húmeda que nos aparta del gran mar, tesoro ambiental del planeta, por las vías de hecho las cocineras del Pacífico están llenando con sus aromas y sus sabores los paladares de los colombianos. Ante la sordera infinita de los que vivimos en las montañas, los golpes de currulao y aguabajo retumban con su ritmo ancestral en los escenarios.
Miñía, Goyo o el pusandao, por las vías de hecho, imponen su grandeza. Tal vez lo que necesita el Pacífico para exorcizar la guerra que lo atraviesa y le carcome la vida, sea una pelota, una marimba y un buen pescado. Los ciegos y los sordos de las montañas ya sabemos que con sólo eso, se hacen grandes.