El río Fonce fue hace años un vertedero en el que los habitantes de la localidad de San Gil arrojaban basura, pocos imaginaban entonces que se convertiría hoy en la capital colombiana del turismo de aventura.
La visión del impresionante cañón de Chicamocha, en la enredada ruta entre Bucaramanga y Bogotá, anuncia la proximidad de este pueblo situado al sur del departamento de Santander, en el noreste de Colombia y al que llegan jóvenes de todo el mundo en busca de sensaciones fuertes.
En 2004, San Gil fue declarada Capital Turística del Departamento de Santander y es difícilencontrar a alguien en Colombia que no asocie el nombre de esta población al deporte extremo.
“De Bucaramanga a San Gil pasas por el cañón del Chicamocha, por una carretera llena de curvas y giros, y eso ya es una aventura en sí misma, en la que solo te preocupa lo que te espera en San Gil”, asegura a Efe el estadounidense Christopher García, guía experto de canotaje (deporte acuático que se practica sobre una embarcación ligera).
García, que ha recorrido Estados Unidos y América Latina a bordo de su kayak y en busca de ríos difíciles, descubrió San Gil hace unos años, cuando asistió a un campeonato de rafting.
Y es que este deporte se ha convertido en el más popular del pequeño pueblo colombiano, con dos tramos fluviales navegables: uno por el río Fonce y, para los más expertos, otro en el río Suárez.
“El río Fonce está bien para principiantes”, explica García sobre las aguas que bañan el pueblo de San Gil y que en los rangos de dificultad del canotaje está clasificado como un clase dos o tres, en una escala de cinco.
A unos kilómetros de San Gil, el Fonce se encuentra con el río Suárez, cuyo tramo navegable recibe la máxima calificación de entre clase cuatro o cinco y donde los rápidos y las rocas hacen las delicias de quienes osan a subirse a los botes.
Ocio verde, motor de la economía local
Desde hace casi dos décadas San Gil ha convertido el deporte extremo en uno de sus motores económicos y de desarrollo, que completó así las actividades tradicionales: la agricultura y la ganadería, de las que han vivido durante siglos sus habitantes.
“Hace unos quince años que se está explotando esto de forma turística, antes el río era un vertedero donde se botaba de todo”, explicó a Efe Jaime, uno de los guías que conducen las embarcaciones río abajo.
Agencias de turismo, tiendas de equipamiento deportivo, mucha publicidad y guías turísticos. Esta oferta se multiplica desde entonces a orillas del Fonce, hoy un polo del turismo de aventura y de toda la industria que ha proliferado a su alrededor.
Orografía y deportes
Pese a que el rafting es la actividad estrella, la naturaleza ha dotado a San Gil de una orografía privilegiada para otros deportes extremos.
Más allá de desafiar al río sobre una embarcación también se pueden realizar en este lugar espectaculares descensos en rappel o torrentismo (rappel en catarata), así como parapente y espeleología.
Y cuando anochece y la aventura cesa hasta el alba, San Gil se convierte en un hervidero de turistas dispuestos a pasar un buen rato.
Su plaza principal congrega bancos y bares, donde los visitantes, muchos sentados sobre el suelo, intercambian sus hazañas y experiencias vividas, y fantasean con lo que les espera al día siguiente