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Santos: ¨no tenía alternativa”


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Esa frase era innecesaria y debió limitarse a acatar la orden judicial, restituir al alcalde y nada más, si no quería sugerir un cierre político al desplome jurídico e institucional que vive Bogotá y Colombia. [Opinión]

Con ello mostró que no estaba en su cabeza la posibilidad de acatar ningún mandato internacional al que lo obligaba la constitución y la ley. Queda claro que se alargará la incertidumbre y el caos, y una Corte de Justicia, politizada y señalada de más cosas, posiblemente inducirá en su fallo un mayor desorden jurídico, institucional, constitucional e internacional. Mientras tanto, la Corte Constitucional continúa agazapada esperando su momento político para dictar doctrina a pesar de que su presidente dijo hace pocos días que las decisiones de la CIDH eran de obligatorio cumplimiento. Las decisiones jurídicas en Colombia no son decisiones según la ley sino según la ley de la política. Igual lo hubiera hecho Uribe.

Si Santos hubiera acatado las medidas cautelares de la CIDH, Bogotá hubiera tenido revocatoria el 6 de abril, ya sabríamos el futuro de la gobernanza de la ciudad, y el país caminaría con menos tropiezos a las elecciones presidenciales y a la firma de la paz. Al desacatar a la CIDH, socavó aún más la institucionalidad y amplió sin fronteras el desorden gestado por un fanático procurador, confesional y uribista, ante la ineficiencia de un Petro populista, mal administrador pero buen soñador, porque su plan de desarrollo es bueno, como internacionalmente se lo reconoce y como también lo reconoció el encargado Rafael Pardo.

Me atrevo a pensar que cuando un país va sin pausa al desbarrancadero, no hay nada que lo detenga. Así ha sucedido con las grandes crisis de los países a lo largo de la historia. Lo que sucede es que Colombia tiene la capacidad inconmensurable de disfrazar todo lo malo que en ella sucede, y por eso nunca toca fondo pero si profundiza más y más el hoyo, tanto que cuando mira atrás ya no ve la luz y cuando mira adelante tampoco. De pronto su destino, porque así lo tolera su gente, sea vivir en la penumbra.

No hay estatura política ni jurídica ni institucional. Un país que funciona por instinto y no por la razón. Un país que abusó de las leyes. Por eso es hora de poner punto final a 200 largos años de santanderismo extremo que relegaron a segundo plano la construcción de un proyecto de nación. Es hora de limpiar los códigos, es hora de crear unos nuevos sin copiar otros, es hora de parar la anarquía derivada de la desmadrada interpretación de la ley. Es hora de acabar con algunas cortes y organismos de control que nos dejó la mal hecha constitución del 91. Cuántas leyes no tiene Colombia que no han sido reglamentadas o mal reglamentadas. Si las leyes no se reglamentan no puede haber políticas de desarrollo. Si las leyes se reglamentan mal, tampoco.

Bien hizo el Nobel de morirse antes de ver el desplome de una nación mal conducida desde hace décadas. Cada vez entiendo más porqué sus silencios sobre Colombia se hicieron más notorios, pues me imagino que cada vez que hablaba con los de acá más le parecía que ninguna utopía sería posible en esta esquina desolada.

En últimas, Colombia se comporta como un país bipolar. Tiene dos sistemas jurídicos, uno para destituir y otro para restituir. Unos juristas leen la constitución de una manera y otros de otra. Un país quiere la guerra y otro abraza la paz.

P.D.: Colombia necesita en el posconflicto una constituyente que reforme la justicia, la política y de las bases de una nueva idea de desarrollo para que el país construya su paz. Con los poderes y con las instituciones que hoy tiene es imposible abrir la puerta a una nueva utopía posible.

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