Comenzó un año nuevo, el reloj marcó las 12 y en el entusiasmo de los abrazos de afecto y de agradecimiento por lo que se tiene en la vida. Por esto es que no quiero empezar a escribir la larga lista de dificultades con las que los colombianos pareciéramos llenarnos de argumentos para cuestionar la viabilidad de nuestro futuro como país, como sociedad, como proyecto nacional. Opinión
Comenzó un año nuevo, el reloj marcó las 12 y en el entusiasmo de los abrazos de afecto y de agradecimiento por lo que se tiene en la vida, aparece la lista de nuevos propósitos y una fuerza que nos impulsa a tomar decisiones para concretar lo que hemos pospuesto. El año nuevo es una oportunidad para mirarnos y aprender a querernos y pensar en lo que nos merecemos y en lo que se merecen los demás. Por esto es que no quiero empezar a escribir en esta columna la larga lista de dificultades con las que los colombianos pareciéramos llenarnos de argumentos para cuestionar la viabilidad de nuestro futuro como país, como sociedad, como proyecto nacional.
Quiero trasladar el ánimo de los deseos de las 12 uvas, para pensar en los anhelos de un país que tiene en el 2014 grades posibilidades de pasar páginas y construir escenarios de transformación que se concentren en aprovechar el momento y convertir en oportunidades los entuertos que aparecen en el panorama y que pareciera que nos llevan a repetir los mismos círculos. Mi invitación es a romper los esquemas y arriesgar.
Es un año electoral. Y como la reelección hace que no haya lugar a pensar en milagros ni en milagrosos liderazgos salvadores, pensemos en lo que sí nos puede inspirar como ciudadanos de la agitada demanda de democracia que vivimos. Estamos listos para un descarnado proceso político que debe sincerar los juegos individuales del poder. Contrario a lo que parece, no hay tal juego de polarización, ni tampoco de discernimiento entre la paz y la guerra. Seguir alimentando la confrontación política sobre esa premisa, es continuar desviando el enfoque que hoy exige la cita con la democracia. Uribe habla de paz a su manera. Y tendrá que acomodarse ideológicamente para asumirla desde la diferencia en su concepción, pero aprender a convivir con ella. El lenguaje del terrorismo, pese a que así se llame a la bomba en Inzá, Cauca, y a los múltiples coletazos de un conflicto cabalgante, dará paso a un escenario civilizado de confrontación de ideas. Pero no en evocación de la muerte, ni de la venganza. El liderazgo y la popularidad de la que gozan sus ideas en algunos sectores de la población tendrán que adecuarse a lo que es una prioridad esencial de una sociedad adolorida, que es recurrir al humanismo, a la primacía de la convivencia, del encuentro, de la fraternidad.
No se trata de que gane Santos. Es forzarlo a él y a su gobierno a que improvise un liderazgo que quizá no le otorga el pueblo, pero que se lo impone y demanda la coyuntura. Como según las cábalas electorales, le corresponderá estar frente al Estado por un periodo más, ya no será tiempo de juegos de póker, ni cálculos personales. El ambiente es propicio para que le demandemos al gobierno una transición social. Un ascenso mental que nos invite a cumplir mejor los deberes de ciudadanos y a realizar con mayor determinación los retos que nos impondrá la paz.
Por esto no hay que enfrascarse en los odios extremos que se ofrecen en el menú del momento político. Petro se irá o se quedará por ejemplo, y el desarrollo institucional que traiga este debate le abrirá paso a una reflexión constructiva sobre el estado de nuestra democracia. Es posible aceptar los hechos y dejar que fluyan para que contribuyan a que no sea un capítulo negro de la confrontación, sino una lección de sabiduría institucional para las nuevas generaciones y que se instale en la historia como un ejemplo de superación de contradicciones por la vía pacífica.
Qué montón de interrogantes, qué lista de confrontaciones, y qué locura todo lo que está pasando, pero al final las oportunidades de la cordura están servidas sobre la mesa y en vez de atragantarnos con galimatías jurídicos y políticos, es bueno masticar y cerrar los ojos, y esperar a que las aguas se decanten. Después de la noche, llega el día y como dice el proverbio: “Esto también pasará”. Feliz año.
*Columna publicada en periódico El País de Cali