Jerusalén se convierte en la Semana Santa en el epicentro del mundo cristiano y acoge a miles de devotos que buscan vivir una experiencia única siguiendo los pasos de Cristo, pero también es una ciudad con otros atractivos turísticos para el peregrino que busca algo más que los lugares santos.
Entre sus monumentos y milenarias piedras, Jerusalén conserva la herencia de los distintos pueblos que la gobernaron o dejaron su huella a lo largo de sus 3.000 años de vida.
Basta merodear por las callejuelas de su casco antiguo de día o de noche para experimentar una vivencia casi mística, si se es religioso, o tener la sensación de que la historia se ha detenido varios siglos atrás, en un plano más terrenal.
Y es que la ciudadela antigua, un territorio de apenas un kilómetro cuadrado y amurallado, alberga los principales santuarios para las tres religiones monoteístas más importantes, lo que convierte a la urbe en un lugar único en el mundo.
Tres lugares Santos
El Santo Sepulcro para los cristianos, el Muro de las Lamentaciones para los judíos, o la Explanada de las Mezquitas para los musulmanes, son sólo los ejemplos más emblemáticos y casi visita obligada para cualquier turista que se precie de querer conocer Jerusalén.
El Muro de las Lamentaciones es el lugar más sagrado para el judaísmo y es uno de los pocos e impresionantes vestigios de la fortificación que circundaba el Segundo Templo de Jerusalén levantado por el rey Herodes hace más de dos milenios (516 a.C-70 d.C).
Justo sobre esta imponente pared se emplaza la Explanada, un amplio recinto que alberga la Cúpula de la Roca (690), reconocible por su dorado domo, y la mezquita de Al-Aksa, que fue construida por la Dinastía de los Omeyas y finalizada en el 710.
La mezquita es la tercera más importante en la jerarquía del Islam, mientras que el santuario aledaño alberga una piedra venerada por los musulmanes que creen que desde allí Mahoma subió a los cielos.
El Santo Sepulcro, también conocido como Basílica de la Resurrección, es uno de los centros de peregrinación cristiana más importantes del mundo desde el siglo IV, y fue construido por el emperador romano Constantino en el 326 sobre el lugar donde su madre, Elena, había encontrado el Calvario de Cristo.
Este santuario se convierte el Viernes Santo en el centro de todas las pasiones al concluir el Vía Crucis en su interior.
Palmas, Ramos de Olivo y Banderitas
Como cada año, las empedradas calles de la ciudad, así como sacerdotes, hospicios y comerciantes, se preparan para recibir en masa a miles de feligreses para las principales celebraciones pascuales que, en Tierra Santa, se caracterizan por la austeridad y la diversidad, si se tienen en cuenta las distintas confesiones cristianas que participan y la procedencia de sus seguidores.
El Domingo de Ramos marcará el inicio de la Pascua, con el descenso desde la Iglesia de Betfagé, una aldea palestina situada en la ladera del Monte de los Olivos y que en tiempos de Jesús estaba fuera de la ciudad.
De acuerdo a los Evangelios, Jesús se subió en este lugar a un borrico sobre el que se dirigió a Jerusalén y por ello la procesión arranca en Betfagé con los cánticos y las palmas como protagonistas.
Filas de frailes franciscanos ataviados con sus características sonatas parduzcas y cordel, monaguillos y “boyscouts” acompañados por congregaciones de todo el mundo, conforman esta procesión en la que la imaginería propia de otras latitudes está totalmente ausente.
Los participantes portan sencillas palmas o ramilletes de olivo, banderitas de los países de origen e incluso tambores, con los que amenizan los repertorios de plegarias y hosanas, en un ambiente de recreación que supone el pistoletazo de salida de la Semana Santa en el lugar donde todo transcurrió.
Tras descender hasta el Valle del Cedrón, la marcha concluye junto a la iglesia de Santa Ana (abuela materna de Jesús), que se encuentra intramuros.
El Jueves Santo se torna en pura devoción y recogimiento al recrear las horas previas a la pasión de Cristo.
La ceremonia ritual conocida como “Oración del Huerto” es una de las más simbólicas y emotivas de la Pascua y rememora el momento en que Jesús se retiró a orar y meditar antes de ser entregado por Judas y aprehendido por guardias del templo, según las sagradas escrituras.
El Huerto de Getsemaní, donde tiene lugar el oficio, contiene una docena de árboles antiguos que, según la creencia, datan de la época de Jesús, y a ambos lados hay lugares sagrados estrechamente relacionados con sus últimas horas de vida.
Durante esta jornada los monjes franciscanos de Tierra Santa, custodios de los lugares santos desde hace 800 años, recrean la última cena de Jesús con sus discípulos en el Cenáculo, un pequeño edificio de dos plantas fuera de la muralla sobre la que se cree fue la tumba del rey David.
El auténtico Vía Crucis
El patriarca latino de Jerusalén realiza la ceremonia del Lavatorio de los Pies a doce miembros de la comunidad cristiana, que besa posteriormente en una muestra de humildad a la manera en que Jesús lo hizo con sus seguidores.
Pero el día más importante es el Viernes Santo con el Vía Crucis, que sigue las catorce estaciones de la cruz en la Ciudad Vieja con su punto neurálgico en la Vía Dolorosa.
El recorrido, de un kilómetro de distancia, se suele demorar hasta hora y media por la gran afluencia de personas que portan sencillas cruces de madera y que deben atravesar las estrechas calles del zoco palestino con incontables tiendas de multicolores telas, objetos sagrados de las tres religiones o puestos de comida.
Todo culmina en el Santo Sepulcro, donde se encuentran las últimas estaciones del Vía Crucis, incluido el Calvario, la Piedra de la Unción, que los devotos besan y cubren de objetos y figurillas, y el propio sepulcro vacío, custodiado celosamente por la Iglesia Ortodoxa griega.
El Sábado de Gloria con la ceremonia del Fuego Sagrado, y el Domingo de Resurrección también cuentan con sus actos pascuales, quizás menos conocidos por el gran público, pero que los peregrinos no suelen perderse.
No obstante, en los últimos años gran parte de los visitantes aprovechan la ocasión para conocer las otras culturas presentes en la ciudad y visitar lugares no menos históricos o cargados de significado religioso.
“Existe un peregrinaje considerado de devoción, que sigue representando cerca de la mitad del que procede de países occidentales, pero hay otro tipo que aspira a conocer la realidad del país y otras comunidades o denominaciones”, reconoce en una entrevista con Efe el custodio de Tierra Santa, el padre Pierbattista Pizzaballa.
El fraile, también conocido como “Guardián del Monte Sión”, explica que este nuevo grupo que busca ir más allá de los circuitos puramente religiosos, incluye a jóvenes, a peregrinos en segundas visitas a los Lugares Santos y muchos viajeros procedentes de países emergentes o no occidentales, lo que está cambiando la concepción tradicional del peregrinaje a la zona.
Pizzaballa subraya que los peregrinos una vez en Jerusalén, “tienen una oportunidad para conocer la universalidad de la fe cristiana”, ya que en la cuna de esta fe la mayor parte de las comunidades siguen ritos ortodoxos y orientales, mientras que denominaciones como la católica son minoritarias.
Por su parte, el patriarca latino de Jerusalén, monseñor Fuad Twal, lamenta que en los paquetes turísticos actuales no se incluyan momentos para conocer más de cerca a los cristianos locales e invita a todos los peregrinos a “visitar a las verdaderas piedras vivientes de Jerusalén, que son los miembros de la comunidad cristiana” e incluso a entrevistarse en audiencia con él, en la sede del Patriarcado Latino, ubicado en la misma Ciudad Vieja.
Para aquellos peregrinos que cuenten con tiempo extra, fuera de las vetustas murallas pueden palpar la realidad palestina, en la parte este de la ciudad, y deambular por la bulliciosa calle Salah A-Din, o conocer el Museo del Holocausto en la zona oeste judía, un recorrido que no deja indiferente a nadie.