Una catarsis en lo profundo de la Amazonía

En ‘El abrazo de la serpiente’, cinta que tiene su estreno mundial en Cannes este viernes 15 de mayo y en Colombia el jueves 21, Ciro Guerra realizó quizá su viaje más largo en la cinematografía. Sintió el rigor y el poder de la selva y rescató en esta película parte de la historia y la identidad de culturas cuyas huellas se niegan a desaparecer por completo en la espesura de la Amazonía.

Luego del extenso recorrido que realizó por la Costa Norte colombiana para llevarle a los espectadores su segundo largometraje Los Viajes del Viento, Selección Oficial en el Festival de Cannes y cuyo eje central era el acordeón, parecía poco probable que Ciro Guerra pudiera superar tantos kilómetros en otra película.

Sin embargo, con El abrazo de la serpiente, basada en los diarios de viaje del etnólogo alemán Theodor Koch-Grünberg y del biólogo estadounidense Richard Evans Schultes, queda claro que Ciro es un viajero en esencia y que sus pasos lo llevan a donde haya buenas historias que contar con cámara en mano.

Sin embargo, acepta que posiblemente con esta producción alcanzó su límite porque difícilmente otra cinta le podrá imponer las dificultades, el riesgo, la exigencia y el misterio a los que se enfrentó al adentrarse en la selva amazónica. Tanto que estuvo a punto de ‘tirar la toalla’, y así lo consignó en una especie de diario al mejor estilo de los exploradores que inspiraron la cinta.

“A medida que terminábamos la primera semana de rodaje, me vi inundado por una profunda preocupación. Las complicaciones eran demasiado grandes, el plan demasiado apretado. Era claro, clarísimo, que no íbamos a lograr terminar esta película. Habíamos soñado demasiado en grande, habíamos pretendido llegar demasiado lejos. Habíamos pecado de exceso de optimismo y los dioses y la selva nos castigarían. Teniendo esto claro, como el marinero que es el primero en ver que su barco se está hundiendo, me senté, me acomodé y me preparé para lo inevitable. Pero lo que vi fue cómo un milagro ocurrió”.

Ahora, aliviado, reflexiona más pausado sobre un trabajo que se logró paso a paso, día tras día, plano a plano gracias a la labor de su equipo de trabajo, encabezado por la productora Cristina Gallego y esos que llama guerreros-poetas gigantescos que no se dejaron amedrentar por las circunstancias. “Ante mis ojos incrédulos, sacaron adelante esta película. Sin importarles la lluvia, el calor, las enfermedades, los contratiempos, la imposibilidad de cumplir este plan de rodaje, las incomodidades, los insectos o las advertencias, haciendo un gran esfuerzo y a costa de un enorme sacrificio personal, lo lograron, cumpliendo con el magro tiempo y el escaso presupuesto”.

Además de ser la primera película colombiana de ficción que tiene un protagonista indígena, El abrazo de la serpiente es la primera que se cuenta desde ese punto de vista ancestral, conectando dos historias: una en la que pasa Theo y otra en la que luego viene Evan buscando lo que Theo descubrió. Ahora Ciro Guerra cuenta lo que ellos encontraron y que no hemos visto.

¿De dónde surgió esta historia?

Del interés personal por conocer el mundo de la Amazonía colombiana, que es la mitad del país, a pesar de lo cual sigue siendo desconocido y oculto inclusive para mí, que he vivido toda mi vida en Colombia y que soy colombiano.

En general, el país siempre le ha dado la espalda a este conocimiento y a esta manera de ver el mundo. Es una parte de él que se subestima y, por lo que me he dado cuenta, que es fundamental. Pero para empezar a estudiarlo e investigarlo uno siempre lo descubre a través de los ojos de los expedicionarios, de los viajeros casi todos norteamericanos o europeos que eran los que venían y nos daban las noticias sobre nuestro propio mundo, sobre nuestro propio país.

Entonces se me ocurrió contar una historia a través de ese encuentro, pero desde una perspectiva en la que el protagonista no fuera el blanco, como siempre, sino el indígena, el nativo americano, que cambia todo el punto de vista y es renovadora. Y realmente lo que termina pasando es que este personaje Karamakate se vuelve tal vez el primer protagonista indígena del cine colombiano, pero al mismo tiempo uno con el que cualquier persona en el mundo se puede identificar.

Está contando una historia de dos tiempos diferentes basado en dos relatos de expedicionarios que no se conocieron. ¿Cómo fue el proceso de escritura y cómo encontró el hilo conductor para narrarla?

Hay una idea dentro de muchos de los textos del mundo indígena que habla de un concepto del tiempo diferente. El tiempo no es como lo entendemos en occidente, una continuidad lineal, sino una serie de cosas pasando simultáneamente en diferentes universos paralelos.

Es esa concepción que algún escritor llamaba ‘el tiempo sin tiempo’ o el ‘espacio sin espacio’ y cómo se conecta con esta idea de los expedicionarios que hablaban de que muchas veces, cuando uno de ellos venía 50 años después de que había pasado otro, la historia de ese otro personaje ya estaba contada en forma de mito. Para muchas comunidades era siempre la misma persona la que volvía porque subsistía la idea de un solo hombre, de una sola vida o una experiencia vivida a través de muchos hombres.

Esa idea me pareció un punto de partida muy interesante para el guión porque, a pesar de que es una película contada desde una perspectiva y con un protagonista indígena, tenía puntos de conexión con el espectador que son estos personajes que vienen de nuestro mismo mundo y con los que podemos entender sus motivos y, lentamente a través de ellos, se va dando el paso a la visión del mundo indígena, que nos ofrece Karamakate.

Con todo lo que ha pasado ¿cómo sintió la relación con la gente, con la comunidad y la recepción que hubo sobre la película?



Las comunidades fueron muy colaboradoras. La gente del Amazonas es muy cálida, muy bella, abierta, con mucho corazón. Obviamente al comienzo desconfían un poco, pero es mientras comprueban que uno no tiene malas intenciones, porque también hay gente que ha venido a sacar cosas y a hacer daño. Realmente quedamos muy contentos de haber podido trabajar con ellos, la gente se entusiasmó mucho con el proyecto.

Igual, lo que estamos haciendo es rescatar una Amazonía que ya no existe, que ya no es lo que era antes. Esta película es como crear un recuerdo que haga que eso exista en la memoria colectiva porque estos personajes como Karamakate, sabedores, guerreros payés, ya no existen. El indígena moderno ahora es otra cosa, hay mucho conocimiento que se mantiene, pero también hay mucho que se perdió, muchas culturas, muchos idiomas, muchas lenguas.

Ahora ese conocimiento se da más a través de la tradición oral, pero no está escrito y desde mi experiencia personal tratar de aproximarme a ese conocimiento fue bien humillante, porque es algo que no puede aspirarse a entender en poco tiempo como lo que se adquiere en una universidad o el colegio, sino que es un algo que está relacionado con la vida, con la naturaleza y que es realmente una gran masa gigantesca de conocimiento al que ojalá uno pudiera asomarse un poquito.

La única manera de aprender es viviéndolo, y vivirlo durante muchos años. Por eso esperamos que a través de la película se genere esa curiosidad por aprender y por respetar ese conocimiento y también entender que es importante para el mundo de hoy.

No es una cuestión de folclor o de culturas que están muertas, sino un conocimiento que tiene que ver con lo que el hombre está buscando hoy en día, que es cómo lograr un equilibrio con la naturaleza, con los recursos que se tienen sin devastarlos y procurando la armonía no solo entre el hombre y la naturaleza sino entre las diferentes comunidades que componen la humanidad. Y cómo ese lograr un equilibrio y una armonía es una manera de alcanzar una felicidad que no es posible con los sistemas políticos y sociales actuales.

En ese proceso de investigación y conocimiento de estas culturas ¿hubo algo que haya cambiado en su forma de ver el mundo?

Sí, claro. Todo. Yo inicio este proceso de una manera y presiento que hoy en día ya soy otra persona. Creo que eso lo experimentamos todos los que participamos en este proyecto. Uno se mete a nadar en un gran flujo y aprende todos los días cosas nuevas, fue un proceso de aprendizaje constante. Comprobamos que todo contiene un conocimiento, desde la piedra hasta la planta, el insecto o el viento, y a estar muy contentos con eso. Es algo que le cambia a uno las cosas.

Obviamente cambiar de vida es muy difícil para quienes ya hemos sido criados en este sistema, pero sí fue como aproximarnos a otras formas de vida y aprender que no hay una sola forma sino muchas de ser humano y de existir. Creo que esta es otra de ellas muy válida y muy bella y es importante que la conozcamos y la respetemos.