Williams y Hoffman, la tristeza del payaso

Un loco maravilloso que alegró la infancia de muchos a través de sus histriónicos personajes. Jumanji, Señora Doubtfire, Flubber, Hook, Aladdin, El hombre bicentenario… Mágicos momentos en papeles que, sin embargo, nunca encontraron el reconocimiento de la crítica.

Si había un actor en Hollywood que mejor podía dar vida a Patch Adams, el doctor de la risa terapia, ése era Robin Williams. “No era un payaso cualquiera. Williams era un maestro de la mímica, del disfraz, de la distorsión facial, de la hilaridad. Nos hizo reír y nos hizo llorar. Tenía el don de mejorar la vida de los demás”, escribía este martes Simon Jenkins en The Guardian.

Un loco maravilloso que alegró la infancia de muchos a través de sus histriónicos personajes. Jumanji, Señora Doubtfire, Flubber, Hook, Aladdin, El hombre bicentenario… Mágicos momentos en papeles que, sin embargo, nunca encontraron el reconocimiento de la crítica.

Curiosamente, en Patch Adams encontramos una escena que resume a la perfección el desprecio constante que la organización de los premios Oscar ha hecho a lo largo de la historia a aquellos actores y películas que tratan de cultivar el género humorístico. Escena que, a la par, comparte junto al también tristemente fallecido Phillip Seymour Hoffman.

En ella, Patch Adams (Williams) y el doctor Mitch Roman (Seymour Hoffman) discuten sobre la medicina. Para Roman, es algo que hay que tomarse muy en serio y no como una broma. “Conviertes mis esfuerzos en un chiste. Esto no es un juego para mí. Quiero ser doctor. Eso es un negocio serio. Cuando la gente muere, ¿quieren a un capullo como yo o un maestro de guardería?”, defendía.

“¿Sabes? Había olvidado lo joven que eres, Mitch. Que pienses que hay que ser un capullo para conseguir cosas en la vida y que esa es la mejor idea”, le replicaba Patch Adams, quien al final de la cinta conseguía fundar gracias a donaciones el Instituto Gesundheit!, en el que se utiliza la risa como elemento integrante de la atención eficaz al enfermo.

“Genio, eres libre”


Era la perfecta metáfora del mundo del cine. Williams sólo consiguió alzarse con el Oscar gracias a El indomable Will Hunting y fue nominado por El rey pescador, Good Morning, Vietnam y El club de los poetas muertos. No lo fue, sin embargo, por Patch Adams, Hook o Señora Doubtfire, cuyos papeles eran de los más recordados este martes.

“Genio, eres libre”, tuiteaba la cuenta de la Academia de Artes y Ciencias cinematográficas de Hollywood, acompañado de una foto de la película animada Aladdin, donde Williams puso voz al genio de la lámpara. Para muchos, este papel fue el que acercó al actor a los más pequeños de la casa. Después llegarían la ya citada Señora Doubtfire, Jumanji, Flubber o El hombre bicentenario.


Lo mismo sucedió con Philip Seymour Hoffman, a quien le costó años conseguir el reconocimiento de la industria. No sería hasta 2005 cuando el actor conseguiría el Oscar a mejor actor por Capote. Y eso que antes había tenido grandes interpretaciones en Boogie Nights, El Gran Lebowski o Casi famosos.


Tras su muerte, lluvia de alabanzas. La última del escritor John le Carré. “Tendremos que esperar mucho tiempo para que haya otro Philip”, escribía en una declaración de amor y admiración pública publicada en The New York Times en la que el autor de obras como El topo se rendía a los pies del intérprete.

Williams y Hoffman. Hoffman y Williams. Dos de los actores con más talento de las últimas décadas cuyas muertes tristemente sirvieron para compensar el reconocimiento que no obtuvieron en vida. Dos muertes que pusieron de relieve los problemas que se esconden tras el éxito. La vieja ironía de la tristeza del payaso en el mundo del espectáculo.