“No solo el aire, el ruido también está afectando a los bogotanos”. Así como recientemente Bogotá fue declarada en alerta amarilla por contaminación ambiental, estamos ante una alerta por el incremento de contaminación auditiva. Aquí ya no aplica el refrán “a palabras necias, oídos sordos”, sino, “a entidades necias, oídos sordos”, pues los bogotanos se están quedando sordos y no lo saben.
¿Salud auditiva? ¿Y eso para qué? Tal parece que así piensan los organismos encargados de velar por estos asuntos en el país. Al fin y al cabo los hechos hablan por sí solos. Estamos ante un sistema que no está haciendo nada por la salud auditiva de los colombianos, y menos por la de los bogotanos. Actualmente, el nivel de ruido en la capital está entre 70 y 80 decibeles, esto equivale a estar en un concierto constante cada vez que transitamos por la ciudad.
Pero, ¿y esto qué representa? Dolores de cabeza, fatiga, vértigo, pitidos y/o zumbidos en los oídos sin que haya fuente emisora de sonido, son algunos de los síntomas iniciales que acompañan a la Hipoacusia por ruido inducido, es decir, la pérdida progresiva de la capacidad auditiva. Esta enfermedad está directamente relacionada con el exceso de ruido en la ciudad y, lo peor, es silenciosa. Pero no solo por sus síntomas, sino porque pasa inadvertida ante la población, por desconocimiento a raíz de la negligencia del Ministerio de Salud y del Instituto Nacional para Sordos (INSOR). Este último consagra textualmente como una de sus funciones: “Establecer alianzas y redes interinstitucionales, para promover el desarrollo de procesos de investigación que permitan la generación y socialización del conocimiento en temas relacionados con la discapacidad auditiva y que redunde en beneficio de la población sorda”.
Prueba de que la investigación sobre la hipoacusia por ruido inducido en el país está estancada es que las últimas cifras datan del año 2015, es decir, hace más de tres años, y estas solo cubren el fenómeno en el Distrito Capital. Dichas cifras surgen de un análisis realizado ese mismo año por la Secretaría Distrital de Salud (SDS), en el que se concluyó que las localidades en Bogotá con mayores casos de disminución auditiva (hipoacusia) en adultos son Puente Aranda (53,07%), Fontibón (42,48%), Teusaquillo (39,52%), Chapinero (38,77%), y Engativá (25,24%). En el caso de menores de edad, la hipoacusia se presenta con mayor frecuencia en Fontibón (14,57%), seguida de Antonio Nariño (2,27%), y Los Mártires (1,20%).
El filósofo de la Antigua Grecia Platón dijo: “Así como los ojos están formados para la astronomía, los oídos lo están para percibir los movimientos de la armonía”. Hoy, en el siglo XXI, los bogotanos no consideran que lo que llega a sus oídos sean “movimientos de la armonía”, sino, más bien, tráfago (ruido irritable de tráfico vehicular, vendedores ambulantes, música en diferentes locales comerciales y conversaciones por doquier). Esto es Contaminación Auditiva, y, según la Secretaría de Ambiente, el 80% de esta contaminación es generada por los vehículos.
Una encuesta de percepción ciudadana realizada por Bogotá cómo vamos afirma que siete de cada diez capitalinos está afectado con el ruido en la ciudad, y que dicho nivel de tráfago alcanzó el 71% en 2018. Esta percepción no está errada, pues la ciudad está superando las medidas establecidas por la ley en este aspecto. Pero, la contaminación auditiva no solo afecta la salud auditiva, sino, también, la salud física (generando afecciones cardíacas, respiratorias y del metabolismo) y la mental. Si una persona está expuesta constantemente al exceso de ruido puede desarrollar irritabilidad y estrés, afectando así su convivencia con quienes lo rodean.
El 27 de abril es el Día Internacional de la Conciencia sobre el Ruido, y pocos lo saben. Ya lo menciona el novelista inglés David Lodge en su libro La vida en Sordina: “La sordera es una especie de muerte previa, una larguísima introducción al largo silencio en el que al final nos sumiremos todos”. Esa misma sordina de la que también habla Antonio Machado, al referirse a ese profundo silencio que lleva la mente a divagar.
Descrita desde estas analogías, da pánico pensar en quedarse sordo, pero hace reflexionar en que avergüenza lo poco que sabe la gente sobre salud auditiva en Colombia. Emitir esporádicamente (una vez al año) una cartilla sobre qué es la salud auditiva, sus efectos, y promover campañas como “somos todo oídos” que quedan en letra muerta, no es hacer algo para contrarrestar el problema. Estamos acostumbrados a un sistema de salud que trata de curar personas cuando ya están enfermas, en vez de preveer las enfermedades y crear una cultura preventiva.
Esta publicación hace parte del convenio entre Confidencial Colombia y la Universidad de la Sabana.