Ojo con el regreso a las aulas

Uno de los datos más desoladores que deja la pandemia en la capital fue revelado hace poco por ProBogotá y la Universidad de los Andes: cerca del 30 % de los niños y niñas de la capital han sentido que su salud mental se ha deteriorado en el último año.

Esta afectación en el bienestar emocional de nuestra niñez está directamente relacionada con las condiciones de encierro naturales que todos hemos tenido por el coronavirus. Miles de niños y niñas están sufriendo estrés, ansiedad, tristeza y soledad como nunca antes.

Era bastante predecible que la salud mental de nuestra niñez no iba a salir bien parada de este asunto. Ya llegará el momento de preguntarle al ICBF, cuando supere el actual caos de contratación que la opinión pública ha conocido, si tomó acciones al respecto. Todo parece indicar que no ha sido así.

Volviendo al tema, es evidente que la vida escolar es una dimensión fundamental para el desarrollo de niños y niñas. Alejarlos de la posibilidad de socializar con otros afecta directamente su crecimiento psíquico y emocional.

Maria Van Kerkhove, epidemióloga líder de la OMS, declaró que reabrir las escuelas en tiempos de pandemia debería contar con un plan especial de seguridad que brinde confianza a maestros y alumnos. Colombia debería apuntar a esto, pero no ha sido posible.

¿Cuál es la causa de esta vergonzosa situación? Muchos aducen que la realidad misma del contagio.

Si bien estamos de acuerdo en que los niños por regla general no sufren graves consecuencias en su salud por cuenta del COVID-19, también lo es que pueden ser vectores de contagio y afectar así a sus familias y maestros.

Sin embargo, lo que no tiene presentación es que llevemos casi un año sin sacar a flote dicho plan especial de seguridad, producto de distintas presiones encaminadas a todo, menos a poner como prioridad el bienestar de la niñez.

¿El sindicato de Fecode es consciente de las consecuencias que han sufrido nuestros niños y niñas por dejar de ir al colegio?

Desgraciadamente, esto va más allá de la salud mental. Por ejemplo, para decenas de miles de niños el Plan de Alimentación Escolar es su única posibilidad para consumir alimentos nutritivos y calientes. El cierre de colegios es dramático en este sentido. También, que 35.000 menores pasaron a engrosar las filas de la deserción escolar en Bogotá.

¿Qué hacer entonces? El Ministerio de Educación ya ha dado los lineamientos para un regreso seguro a clases. Lo preceptivo sería que, en ese sentido, los maestros estén contemplados en la primera fase de vacunación, que inicia el próximo 20 de febrero.

Es aquí donde debería existir una voluntad general que entienda que la prioridad deben ser los niños y las niñas, no el ruido institucional, las presiones sindicales o los choques entre conceptos políticos. Por obvias razones es urgente que vuelvan a las aulas de manera presencial.

Seguir retrasando esto solo hará que esa cifra de 30 % de niños afectados psicológicamente vaya en aumento. Estamos ante una grave amenaza para los más vulnerables de nuestra sociedad.

Traicionar la felicidad de nuestra niñez, dejar de poner sus derechos como prioridad, es un pésimo mensaje en la dirección equivocada: Colombia como un país sin futuro. Necesitamos que vuelvan a las aulas.

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