¿Borracho de poder?

Desde la celebración el 19 de junio del año 2022 por la victoria electoral hasta la posesión presidencial de Gustavo Petro Urrego, el mensaje era de una fiesta del cambio: tambores, flautas, marimondas, flores, representaciones culturales y optimismo en muchos lugares del país. Un coctel algo interesante, pero peligroso por lo que podía causar a nivel colectivo al no colmar las expectativas nacientes.

Como en toda fiesta, hay que cuidar los detalles y dosificar los ritmos hasta el final, para que todos terminen contentos y sin los estragos que dejan los excesos. Sin embargo, en un primer año de gobierno, el presidente Petro parece ‘atragantado’ de poder y sin comprender que debería aprender a dosificarlo para lograr los resultados que prometió: esas reformas que el país necesita vinculando a todos los sectores para no repetir errores del pasado.

En campaña Gustavo Petro se vio algo pasado de tragos en tarima, lo cual no paso de ser una simple anécdota justificada por una mala pasada del calor en tierras veraniegas. Sin embargo, ahora hay que ver con mucho detalle algunas señales de un presidente ‘ebrio’ del aperitivo que produce el poder, y que podría dejar enormes impactos al país en el corto plazo.

Se evidencia algunos gestos de arrogancia, de imprudencia, de incoherencia y de ceguera en sus comportamientos tras esta primera tanda del cuatrienio presidencial. Se pueden recopilar declaraciones, mensajes, analizar respuestas y monitorear sus acciones para comprender que con el paso del tiempo nos podríamos acercar a una versión caótica para los intereses del país a causa de los excesos del presidente Petro.

Luce imprudente en sus salidas para responder a todos los que le lanzan una piedra al Gobierno y poco cuidadoso a la hora de confirmar datos e información sobre hechos relevantes para la ciudadanía. Además, parece poco delicado al citar y referenciar publicaciones de activistas radicales y de fuentes poco fiables frente a señalamientos de sus opositores y quienes han atizado la crítica a su gobierno.

Se muestra incoherente por sus promesas de campaña y lo que se ha visto. De su equipo incluyente y participativo, no queda nada. Las voces que alimentaban el debate al interior del gabinete ministerial del inicio de mandato se fueron; cada vez está más rodeado de quienes se mantienen más por el amiguismo y la militancia, que por los resultados y  las soluciones a los problemas que vive el país.

Da aires de arrogancia por su ambición a la hora tramitar de los proyectos. No hay foco. Ya ha pasado un año de su Gobierno y los resultados visibles para la ciudadanía son confusos. Su mirada transformadora le puede estar jugando una mala pasada al pensar que podrá tramitar reformas pensionales, laborales, políticas, tributarias, de salud y procesos de paz de alto impacto al mismo tiempo. Parece que no es consiente de la variable tiempo, y su recurrente vanidad de querer ser alfa y omega lo pueden trastocar para terminar haciendo nada.  También se peca también por omisión.

Se ha mostrado ciego, por no reconocer que hay una inconformidad creciente entre quienes lo apoyaron para llegar a la Casa de Nariño y que hábilmente la contraparte atiza para vincularlos en sus toldas y así recuperar el poder en tres años, o antes como pretenden algunos. ¿Acaso cree el Presidente en medio de sus fiestas que las líneas de base social lo ayudarán a mantenerse por la vía democrática en el poder? Yo creo que se equivoca. Por ejemplo, en el proyecto de reforma de la salud, se ha mantenido indiferente a los cientos de voces de distintos sectores que le piden revisión y ajustes en el trámite de la reforma porque se evidencias riesgos.

Este país, ni ningún otro, necesitan de líderes que se embriaguen de poder, y menos cuando a su periodo de mandato le faltan tres años de gestión. Insisto, en casi 365 días, el Gobierno del Cambio no ha tenido un hito relevante para mover positivamente la opinión entre los colombianos, y en estos se incluye los que lo apoyaron y los que no. ¿Hay una estrategia en el Gobierno de Gustavo Petro? Aquí no parece verse, y si la hay es confusa y ya produce más miedo e incertidumbre.

Con menor intensidad en las flautas y los tambores de los que vimos el pasado 07 de agosto y con mayor sonoridad de las rechiflas y las voces inconformes, el Presidente tiene el reto de hacer una pausa, ‘vestirse de prudencia y paciencia’ como dirían las abuelas y replantear cómo quiere afrontar lo que le queda de parranda en el poder, porque con sus excesos pueden lastimar  a un país que hasta ahora venía siendo muy imperfecto, pero que puede terminar siendo más caótico de lo que teníamos hasta hace unos meses. Nadie quiere vivir la‘resaca’que dejan los excesos del poder.

 

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