Cuentan que un domingo de 1579, los miembros de la guilda concurrieron para dar gracias al Creador, por el buen año de labor mercantil, a la Iglesia de San Lorenzo (Sint Laurenskerk) erigida en el bello puerto de Róterdam de los Países Bajos. En penumbra y en el silencio acogedor de esa majestuosa edificación, un novel aprendiz de nombre Dankjewel le preguntó a su maestro Totziens Von Rotterdam: -¿Maestro, qué debo hacer para estar más cerca de Dios?, el maestro de la guilda, un anciano mercader judío que había abrazado el protestantismo, lo miró con ceño fruncido en evidente señal de desagrado, y respondió: -No te puedo decir qué debes hacer para estar más cerca al Gran Hacedor del Universo, pero sí te puedo decir las palabras que el padre de mi padre le enseñó: Seis consejos te daré, átalos a tu corazón:
Ama, ama como nunca has amado, no dejes de amar. Ámate a ti para que amándote puedas amar a tu Creador. Ama también a tu semejante, ama al otro, al que piensa como tú y también al que parece diferente. Ama al cercano y al distante. No dejes de amar. Ama la noche en su oscuridad y al día en su claridad. Ama la bestia y ama la flor. Ama al río Mosa (Maas) pero también a la mar. Amar te dará el valor de ti mismo y de los demás.
Cuida, cuida como si nunca hubieses cuidado, no dejes de cuidar. Cuida de ti para que cuidándote puedas cuidar tu corazón, reposo de Dios. Cuida también de tu semejante, cuida de todo aquel que piensa como tú y también del que parece diferente. Cuida al otro, al cercano, al distante y del que te hiere. Cuida el sol, cuida la lluvia. Cuida tu casa, tu entorno y el universo que asimismo es tu casa. Cuida desvalidos pero también fuertes. Cuida cada pensamiento y cada palabra que fluya de tu boca. En el cuidado reconocerás a tu Dios.
No juzgues, juzgar es oficio de Dioses. Deja que los Dioses hagan su tarea. Tú hombre, acepta tu realidad. Cada carga tiene sus propios tiempo y lugar. Cada vez que juzgas te estás llenando de lo que imputas. El que juzga será juzgado. Deja que la justicia transcurra en su propio devenir. Cada cual ha de rendir cuentas de su accionar. Cambia el juicio por benevolencia y compasión. Cada quien tiene su propia sed de justicia.
No odies, odiar te envilece y afeará tu alma. Aborrecer es la sinrazón de quien ha perdido el amor. No se puede abominar y amar al mismo tiempo porque al final el odio terminará por destruir al amor. Detestar te hará opresor de pesado yugo. Si alimentas tu ego dejarás de ser Tú para ser esclavo de otro. El que desprecia jamás será libre. Odiar enceguecerá tu vista, será el más cercano camino a la perdición.
No envidies, cada quien tiene lo que merece. Cada quien tiene lo que es capaz de soportar, ni más, ni menos. Hay hombres boyantes que no pegan ojo en la noche como sí lo hacen desarrapados hombres. Deja el resentimiento al resentido. Regocíjate con el triunfo del otro, algún día el otro lo hará contigo. Cuando albergas rencor el fuego de la venganza te consumirá sin darte cuenta.
Agradece, da gracias por todo y por todos, por el bien y por el mal. Todas los instrumentos te son dadas para hacer frente a la adversidad. Agradece la mañana y la noche. Agradece al entrar y al salir. Agradece por ser y por no ser, por estar y por no estar, por tener y no tener. Muta el juicio, el odio y la envidia en Agradecimiento.
El viejo maestro Totziens le miró y dijo – Ahora mis palabras son tus palabras, Adiós. El joven aprendiz Dankjewel, sólo atinó a decir – Gracias.