Frutos de sangre de unas nefastas políticas

Esta semana nuevamente se ha discutido la barbarie en curso sobre liderazgos sociales y los reincorporados de las FARC, a propósito de un informe presentado por Human Rights Watch, que inicia con esta tremenda constatación: “Desde 2016, más de 400 defensores de derechos humanos han sido asesinados en Colombia, el número más alto en América Latina, según la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (ACNUDH).”

Lo que estamos viviendo no es nada nuevo, es una vieja barbarie incorporada como instrumento de acción política por quienes defienden sus espurios intereses a sangre y fuego, son intereses ligados al poder político, a la defensa del narcotráfico, al despojo de tierras, a la degradación ambiental, a un control autoritario y criminal de muchos territorios y está demostrado que no hay decisión por parte de este gobierno de enfrentar estas dinámicas, que semana a semana cobran vidas de la gente que se les opone de manera valiente y digna.

Superar esta barbarie es un enorme desafío que requiere un nuevo poder político, las raíces de esta barbarie están en un poder mafioso y autoritario con vocación por la acción violenta, que no cree en los ejercicios democráticos, sus convicciones están en la fuerza y la imposición y quienes se les opongan sufrirán el rigor de su acción.

Dejar atrás esta historia de sangre implica transformar las políticas donde se asientan las dinámicas que promueven las violencias, hay que insistir y persistir en las transformaciones pendientes para construir una sociedad de derechos, en paz y con equidad.

Transformar el mundo rural es un desafío histórico, este orden de exclusiones se ha construido desde nuestra vieja historia colonial y se ha reforzado en nuestra vida republicana y se sigue construyendo con la variable concentración de la tierra y ejerciendo violencias abiertas o soterradas y es sobre este excluyente reparto de tierras que se asentó hace medio siglo la economía de narcotráfico que no es causa sino efecto: efecto de las exclusiones y falta de derechos a la tierra para millones de familias campesinas que han sido empujadas a nuevos ciclos de colonización con los enormes efectos sociales y ambientales que ya conocemos.

Cumplir con el punto de la Reforma Rural Integral acordada con la antigua guerrilla de las FARC hoy partido de los comunes es prioridad e ir mucho más allá, porque así se cumpla el 100% de lo pactado, aún quedara tarea para lograr un campo democrático y con equidad que supere el actual orden donde el 1.5% de los propietarios concentran casi el 35% del territorio y tenemos un millón de familias campesinas con poca tierra y otro millón sin tierras, para no hablar de los otros dos millones que sufrieron la barbarie paramilitar y perdieron sus tierras, despojo que hay que seguir trabajando por revertir.

En todo este contexto de transformaciones y de cambios de políticas, seguiremos teniendo el desafío de construir estado de derecho, economías legales y potenciar la participación social y ciudadana en los doscientos cincuenta municipios donde hoy es critica la vulneración de derechos, solo con una presencia integral del estado, en permanente diálogo y concertación con las comunidades, es que lograremos ganar la lucha contra los barbaros que hoy ultrajan y agreden la vida.

En este conjunto de transformaciones se requiere una fuerza pública respetuosa y aconductada plenamente con la constitución del 91, lejos de la doctrina del enemigo interno que aún hoy se mantiene en nuestras instituciones de seguridad y defensa, alejada de los ilegales y de los cruces de corrupción.

La seguridad de las comunidades y de sus líderes no se va a lograr con más alertas tempranas, concejos de seguridad, exclamaciones de políticos y militares de que hay compromiso con investigar crímenes, con más carros blindados y chalecos antibalas y más escoltas, todo ello puede ser importante, pero no va a la raíz de la problemática.

Cambiemos el chip, seguridad para comunidades y líderes es transformar nefastas políticas que elites de poder quieren mantener.

Luis Eduardo Celis

 

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