La perversión de la inequidad

Por: Edgar Cataño Sánchez*, columnista invitado


Una de las premisas de un adecuado desarrollo urbano es generar las condiciones espaciales, legales y de capacidades para aprovechar las oportunidades generadas por las aglomeraciones y las aproximaciones, de tal manera que el conjunto de la población que habita las ciudades, encuentre entornos favorables para su desarrollo económico, personal y profesional.

Las ciudades se han venido erigiendo como los espacios donde por excelencia se encuentran oportunidades económicas y de desarrollo, dejando en algunos casos en un segundo plano la calidad de vida.  Éstas, especialmente en América Latina, han venido creciendo a un ritmo acelerado debido a la cantidad de personas que llegan todos los días a buscar oportunidades de ingreso para la supervivencia propia y de sus familias, y no necesariamente por los altos niveles de calidad de vida que están generando.

Por otro lado, la economía disruptiva, asociada a las oportunidades derivadas de juntar oferta con demanda a través de instrumentos hoy en día necesarios para estar conectados con el mundo como los dispositivos móviles, representadas en empresas tan diversas como UBER, RBNB, y tantas otras, ha encontrado un espacio de desarrollo importante en el urbanismo acelerado, espontáneo y desbordado. 

A todos nos debe alegrar el surgimiento de empresas y emprendedores exitosos que le aporten al crecimiento económico y que, a su vez que generan oportunidades de desarrollo económico, suplan eficientemente las necesidades de la población.  

En este contexto quiero referirme brevemente al caso de RAPPI, una empresa colombiana que surgió, como resultado de la identificación de una oportunidad de negocio a partir de la idiosincrasia muy colombiana de no querer nunca hacer fila y tener a alguien que nos haga las cosas “menos importantes” para realmente ocuparnos nosotros de lo “importante”.  Colombia es un país con 45 millones de personas con 45 millones de iniciativas lo que conlleva a que seamos un país habitado por personas a las que en su mayoría no nos gusta hacer fila, queremos que nos atiendan siempre de primero y no nos gusta esperar.  Pues RAPPI nos ofrece entonces la oportunidad de que, a muy bajo costo,  ahorremos tiempo en hacer diligencias, compras, y hasta de algo tan básico, vital y hasta divertido como hacer mercado, evitando la “jartera” de hacer filas optimizando el tiempo en nuestras ocupadas agendas.

En el otro extremo de la cadena de valor, RAPPI le ofrece una oportunidad de ingreso a personas que se encuentra en el mercado sin trabajo formal, y en problemas que superan lo económico, resultado de migraciones forzadas tanto de diferentes regiones del país, como ocasionadas por la crisis política, económica y social que vive Venezuela. 

Hasta acá, el análisis de la iniciativa genera un balance favorable a los emprendedores dueños de RAPPI.   A su vez, y dado el auge de las redes sociales y de las economías disruptivas que el actual gobierno clasifica entre otras, como “Industrias Naranja”, la empresa en cerca de 4 años de operación, logra una valorización en el mercado de mil millones de dólares llegando a convertirse en uno de los pocos Unicornios generados en Colombia.

Parece entonces que todo funciona bien: se suple una necesidad de la población, se ofrecen oportunidades de ingreso a personas que no la tienen, y los inversionistas ganan dinero.  Que hace falta en la ecuación? Veamos: 

Una empresa de estas características solo podría germinar en una sociedad altamente inequitativa donde a la sociedad en su conjunto no le interesa mucho las condiciones de los trabajadores, donde no hay un respeto colectivo por el espacio público, y donde existe una clase pudiente a la que no le gusta vivir la ciudad y hacer sus propias diligencias precisamente por el bajo precio que puede pagar a cambio de ahorrarse un esfuerzo.  Creo sinceramente que en una sociedad como la nórdica, con muchos déficits y problemas aún no resueltos, pero con un nivel de educación suficiente para entender que es mejor negocio para todos, que el bienestar colectivo prime sobre el particular, una empresa como RAPPI no sería viable.

Dado que según datos de organismos internacionales, Colombia sigue siendo uno de los países más inequitativos en el continente a su vez más inequitativo, este breve análisis es solo para ilustrar la perversión de la inequidad y como los emprendimientos también se generan por las condiciones buenas o malas que la sociedad genera.  Quizá sería más conveniente para un país contar con empresas que generen patentes, investigación, eficiencia y desarrollo sostenible, en lugar de ser suelo fértil de empresas con un valor agregado limitado, sin normalización económica y que ayuda, quizá involuntariamente, a profundizar aún más las causas del rezago y la inequidad.

No se trata de criticar a los empresarios, ni más faltaba, se trata de aportar a la generación de conciencia que el solo crecimiento económico de unos pocos no es necesariamente un buen negocio en el largo plazo para el conjunto de la población, cuando los emprendimientos se fundamentan más en defectos que en virtudes de la sociedad donde se desarrollan.

Quizá los exitosos accionistas de RAPPI en virtud del desarrollo evolutivo de su negocio, podrían utilizar parte del capital adquirido en ayudar a generar condiciones más favorables para sus trabajadores, implementando por ejemplo estaciones para que sus colaboradores, después o en medio de las extensas jornadas puedan lavarse las manos, tomarse un café, descansar un poco, cargar sus móviles, sin generar esa congestión visual en la que se han convertido al copar de manera desordenada el deficiente espacio público, causando como consecuencia un mayor detrimento de la calidad de vida en nuestras ciudades.


*Edgar Cataño Sánchez es Ingeniero Industrial de la Universidad de los Andes y MBA, MSc de la Souther New Hampshire University. Ex-Director ONU-Hábitat Colombia. Experto en Desarrollo Sostenible

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