Imagínese que ha llegado el año 2100. Pese a una pérdida enorme de biodiversidad en los dos últimos siglos, la tierra ha conservado la posibilidad de mantener a los humanos sobre su faz y aunque aún persisten algunos desequilibrios en su clima con eventos fuertes de cuando en cuando, se nota ya que la estabilización es un hecho.
Sin embargo hubiera podido ser una escena completamente diferente: una humanidad mermada y angustiada al ver que su hábitat no deja de ser destruido, enfermedades nuevas que la atacan y fuentes de alimentos que cada vez alcanzan menos.
El riesgo
Los científicos del mundo lo han advertido desde hace décadas (National Geographic). Ahora se disponen de simuladores de cómo variaría la temperatura promedio (MIT) y una gran cantidad de previsiones de esa comunidad en torno a los cambios a los que nos veríamos expuestos. Entre los más graves están aquellos en los que se disparen procesos de reacción en cadena que no tienen reversa. La selva amazónica podría pasar de ser capturadora de gases de efecto invernadero a ser emisora de ellos; con el deshielo del permafrost en el círculo polar ártico (grandes extensiones en Siberia y Canadá) se liberaría el metano que tiene atrapado desde eras geológicas atrás, con la gravedad de que este gas es más impactante que el dióxido de carbono.
La amenaza, explican, es grave para la permanencia de la especie humana, pero no para la tierra que seguirá sus ciclos evolutivos. En el proceso habremos arrastrado a otras especies también. Pero la tierra se regenerará y florecerá la vida sin el depredador descontrolado. La amenaza es para nosotros, los humanos, cuando los cambios cada vez más severos del hábitat, incluyendo el clima, lo hagan invivible, o no se puedan producir los alimentos necesarios.
La tesis de Al Gore ha sido que tenemos que aumentar el nivel de consciencia sobre esta amenaza global y que todos participemos haciendo parte de la solución reduciendo la demanda de todos lo suntuario, especialmente entrando de lleno a la práctica de los principios de la economía circular. Y ha hecho permanentemente la advertencia de que no debemos contar con la salvación que eventualmente nos pudieran traer los nuevos desarrollos tecnológicos porque pueden no llegar a feliz término o no llegar a tiempo.
Lo bueno y lo malo de la tecnología
En la práctica, todos los días se escuchan avances de soluciones parciales que ayudan desde limpiar el aíre, reutilizar los elementos que contaminan o que usan materias primas contaminantes, recuperación de plásticos que invaden los mares, captura y depósito subterráneo de carbón (The Guardian), la transición energética de la mano de los proyectos de generación eólica y solar a lo largo y ancho del mundo, hasta otras mucho más impactantes como el anuncio reciente del ensayo exitoso de la fisión nuclear cuya tecnología permitiría suplir la energía de todo el planeta a costos bajos, y en forma distribuida, cerca a su demanda.
Pero si estas soluciones no llegaran a tiempo, como ha advertido el exvicepresidente de EE. UU., podremos haber perdido las condiciones de habitabilidad para la especie a no muy largo plazo. Lo razonable sería que no obstante estemos naturalmente esperanzados de que los avances tecnológicos nos van a salvar, hay que asumir que no y al mismo tiempo deberíamos estar trabajando fuerte en las estrategias preventivas.
La lógica de la subsistencia no ha sido fuerte
Lamentablemente, la campaña para frenar el cambio climático no solo no está presentando los resultados necesarios dada la amenaza, sino que se está viendo “contaminada” por la influencia de los poderes económicos actuales quienes se están tomando la Conferencia de las Partes. Ejemplos: en la COP27 en Egipto hubo hasta 600 delegados de las petroleras; y el anuncio de que la COP28 será presidida por un jeque de Abu Dabi que a la vez es presidente de la petrolera estatal (El Espectador) de un tamaño tal que impide siquiera imaginar que hará una defensa decidida a favor de las estrategias para frenar el consumo de combustibles fósiles (ver resultados COP27: Oxfam, WEF y opiniones: Diario de Sevilla, Semana, Haz).
En la COP27 se reconocieron varios aspectos preocupantes que inducen a entender que el riesgo no está siendo correctamente reconocido, y que más bien que el mundo se la ha jugado por la tecnología y no está haciendo esfuerzos decididos por frenar el cambio climático.
Dicho en otras palabras, los mercados económicos están venciendo la partida a la lógica de la preservación de la especie y la está llevando a vivir en condiciones límite en los años venideros, de pronto sin retorno, para privilegiar sus beneficios monetarios.
La lógica de la subsistencia que se creía que era lo más poderoso en nuestro ADN ha resultado ser menos fuerte que nuestra codicia individual y a nuestra renuncia a dejar las comodidades superfluas acumuladas, girando todo en torno a un valor artificial que inventamos relativamente hace poco: el dinero.
Conciliar con los mercados
Desde tiempo atrás, en estos mismos artículos, he expuesto la necesidad de conciliar estos dos “mundos” que parecen enfrentarse (El capitalismo se está vistiendo de verde, 2020). De no hacerlo estaremos “jugándonos” un riesgo de vida para la especie, que desde ningún punto de vista puede ser razonable.
Y esa conciliación pasa por asuntos prácticos como las propuestas hechas recientemente en que los productores de combustibles fósiles tengan la obligación de limpiar el aire que se contamine con el uso de sus productos, en correspondiente medida. Obligaciones así empezarían a poner los asuntos clave en orden: los combustibles fósiles tenderían a subir de precio, reconociendo su real costo social y económico por usar o dañar los recursos de la naturaleza, y no solo financiero. Obviamente se tendrían que eliminar los subsidios para ser coherentes.
Esto es igual, indirectamente, a la propuesta de poner impuestos en todos los países al consumo de insumos y materiales contaminantes, cuya destinación debería ir a un fondo global que se encargara de irrigar inversión a quienes hagan los trabajos de recuperación de las condiciones naturales antes del consumo. Si fuésemos una humanidad colaborativa, claro.
Se conciliarían así esos dos mundos antagónicos: las acciones se dirigirían hacia la erradicación (o la atenuación) de las causas de los gases de efecto invernadero, pero dentro de los mercados, generados por estrategias inteligentes de política, dentro de las naciones, que los combinen y aceleren. Ese es el camino posible. Y en Davos (WEF) este año podría avanzarse.
El camino posible para que al final del siglo la humanidad siga con futuro sobre la faz de la tierra. Como queremos imaginar que será.
RAFAEL FONSECA ZÁRATE
@refonsecaz
Artículos complementarios:
La paradoja del negacionismo, 2021
De las promesas a la acción (el cambio climático es un asunto de todos), 2021
Transición de mentalidad y no solo transición energética, 2021