Ojo con las casas de citas

En el mundo del relacionamiento institucional y la gestión de los asuntos públicos, de cuando en cuando se cruza uno con personajes que bien pueden caber en la categoría de “tramitadores de caridades”, personas que confunden el tener amigos para poder pedir favores, con el saber crear estrategias y operar tácticas para abrir puertas, entablar conversaciones, construir consensos y diseñar planes que agreguen valor a todas las partes.  Su error conceptual viene de una heredada creencia pueblerina muy emparentada con el ya famoso: “usted no sabe quién soy yo”.

La raíz del problema tiene asidero histórico, ya que las primeras personas que se dedicaron a la gestión de relaciones y abrieron el camino para los que vinieron años después, lo hicieron imponiendo un modelo en donde el tener amigos o aparentar “conocer a todo el mundo” era lo importante.  Nadie prestaba atención a si esa transacción secreta, de supuestos cariños, cumplía con alguna línea ética o mantenía una consistencia discursiva acordada con el representado.  Aquí lo importante era sentar a X con Y, para ver de ahí qué salía.

Tan antiguas como las llamadas telefónicas a teléfonos fijos o el envío de un fax, todavía hay quienes esperan conseguir todo a punta de favores y esto, además de ser insostenible en el tiempo, deteriora a un sector que se está profesionalizando cada vez más en el país y que cuenta con potentes profesionales que se mueven en el mundo de la ciencia política, la economía, las relaciones internacionales, la comunicación, el derecho y la sociología, por mencionar solamente unas ramas del conocimiento que son requeridas para abordar innumerables temas que tocan los intereses de cientos de personas, instituciones y compañías.

Es evidente que ser fácilmente reconocible en un mercado es un elemento que, sumado a otros,  marca el éxito de cualquier negocio, pero de ahí a que uno comercialice reuniones, es una desviación profunda que termina afectando a quien creía que su marca o su idea crecerían en valor.  Más temprano que tarde el amigo se aburre de sentirse manoseado.  Pasan los días y los favores se van acumulando, quien pide no cesa y quien es interpelado empieza a perder interés, ya que para él no hay nada; a su lado de la mesa no llegan buenas ideas o proyectos a los que se pueda sumar, solamente está dando, dando y dando.  Como cualquier relación, llega un día en que el pestillo se asegura y jamás se vuelve a levantar.

Crecimos en una sociedad en la que para entablar relaciones arrancamos preguntando  ¿Dónde estudiaste? ¿En qué barrio vives? ¿Conoces a fulanita o eres amigo de perencejo?  Aperturas de reuniones que hoy deberíamos mirar con cautela.  ¿Son estas realmente las preguntas que deberíamos estar haciendo?  Puede que, por estar preguntando por los amigos, estamos dejando de lado lo importante:  la ética de trabajo, la transparencia o la metodología que se empleará.

Todas las semanas vemos noticias de algún personaje que hizo algo con un amiguete para favorecer a otro.  Alguien que en cuanto cae todos dicen que claro, que ese era un corrupto, un lagarto, un tramitador de alto nivel, y curiosamente, es en ese momento en el que los protagonistas del mundo del buen gobierno corporativo, los altos estándares de gestión y verificación de proveedores salen a declarar que fueron engañados.  Por supuesto que fueron engañados pero la primera trampa se la pusieron ellos mismos al contratar a alguien solamente porque parecía que tenía una buena pandilla o combo de amiguetes y acceso a una ilimitada casa de citas.

Existen mensajes de cambio y ojalá que se tomen correctivos para dar aún más nivel a una gestión que es necesaria y que requiere la mayor profesionalización posible.  Tomar acciones al respecto será para muchos una fórmula de éxito en medio de esta constante incertidumbre mundial en la que ningún amigo puede garantizar tener las llaves para todas las puertas.

 

Alfonso Castro Cid

Managing Partner

Kreab Colombia

 

 

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