¿Por qué dependemos de la biodiversidad?

En un lugar privilegiado en biodiversidad como Colombia, se permite que el turismo científico se armonice también con el ecoturismo. Es una razón mas para considerar a la biodiversidad como la mayor fuente de desarrollo sostenible: una oportunidad que no podemos dejar pasar.

‘¿Por qué dependemos de la biodiversidad? La oportunidad que no podemos dejar pasar’ (J.A. Sánchez, 2021, Intermedio Editores/Ediciones Uniandes) es un libro que se construye sobre el lienzo de la biodiversidad como el gran privilegio natural de Colombia y de cómo desaprovecharla es alejar la nación del desarrollo sostenible. Esta columna es la primera de varias en que el autor además de invitar a leer su obra, nos presenta instrumentos adicionales para aprovechar la biodiversidad.

La ciencia, en especial la necesidad de viajar para realizarla, es la mayor motivación del turismo científico. El turismo científico tiene dos vertientes a saber. La primera es aquella en dónde los científicos son los turistas y la segunda donde los turistas son guiados por la ciencia y los científicos. Se dice que los primeros turistas de una región remota, muchas veces inaccesible, son científicos y exploradores que abren las puertas a nueva industria ecoturística de la mano de las comunidades y organizaciones locales [1]. No es un secreto que una de las mayores satisfacciones que tenemos los científicos –cuya investigación incluye un componente de campo– es poder viajar y combinar un poco de contemplación y ocio con la recolección de datos e información.

Haber investigado los octocorales de Cabo Corrientes, Nuquí, Chocó, Colombia [2], nos abrió la oportunidad de conocer la biodiversidad de sus conservadas selvas, avistar las ballenas jorobadas en superficie y escucharlas bajo el agua al bucear, caminar extensas playas solitarias, fundirse en sus aguas termales, así como disfrutar de la culinaria local junto a un riquísimo intercambio cultural con las comunidades chocoanas. Allí, encontramos acomodación local gracias al voz a voz de otros investigadores y asimismo otros investigadores fueron luego tras nuestros pasos. Podemos decir que este tipo de turismo científico es el más común en Colombia, en donde las redes de colegas comparten sus contactos de los guías y alojamiento local. Pero la forma ideal de realizar el turismo científico es cuando esta disponible una estación de campo.

Las estaciones de campo son la situación ideal para el turismo científico, donde se busca el acceso a la biodiversidad local y ecosistemas poco perturbados o visitados. Allí los científicos no solo consiguen acomodarse para pasar una temporada en campo con acceso a la biodiversidad, sino que además tienen laboratorios para el procesamiento de muestras y datos, así como aulas para reuniones y conferencias, además de actividades que contribuyan al intercambio de saberes con las comunidades locales. El caso emblemático en la región es la estación de la Asociación de Estudios Tropicales (OTS por sus siglas en inglés) en Costa Rica, en la cual se reúnen todos los años científicos –profesores y alumnos– de todo el mundo para estudiar la ecología tropical y realizar proyectos en las vecindades de la estación; una actividad que ha posicionado a esta nación como uno de los principales destinos ecoturísticos del trópico [3].

Otra estación de campo que reúne tanto ecosistemas continentales como marinos la instaló el Instituto Smithsonian de asuntos tropicales (STRI por sus siglas en inglés) en la isla de Bocas del Toro, en la costa Caribe de Panamá. Esta estación, ubicada de forma palafita sobre un humedal costero, incluye laboratorios de última generación y sistemas de monitoreo ambiental marino y terrestre en tiempo real. La estación tiene varios tipos de alojamiento dentro del mismo campus, el cual tiene acceso a manglares, pastos marinos, arrecifes coralinos, estuarios, playas y bosques húmedos tropicales a cortas distancias. Sus talleres y cursos liderados por expertos de todo el mundo han contribuido a completar los inventarios de biodiversidad de este enclave de la biodiversidad mesoamericana [4]. El STRI tiene varias estaciones de campo incluyendo la icónica isla de Barro Colorado en el lago Gatún del canal de Panamá. La docencia universitaria hace uso extensivo de estas estaciones de campo para el complemento de clases que incluyen temas de la biodiversidad.

Desde el punto de vista científico las estaciones de campo traen consigo muchos valores agregados entre ellos fomentar el crecimiento de las redes de investigación y un fortalecimiento de la cooperación internacional para el estudio de la biodiversidad.

Gracias a la fidelidad de los científicos que realizan investigaciones en estaciones de campo, sus áreas de influencia se han convertido en los lugares donde la biodiversidad está mejor estudiada y monitoreada. Algunas comunidades forestales y variables ambientales, en las isla de Barro Colorado, tienen más de cien años de datos cuantitativos [5]. Incluso en el campo marino, que lleva un retraso considerable con respecto a la investigación terrestre, se tiene información de más de 50 años de monitoreo de los arrecifes de la isla de Curazao gracias a la estación de campo CARMABI [6]. Los estudios de largo aliento han podido determinar con rigurosidad científica los efectos negativos del cambio climático–el mayor desafío actual de la humanidad–para la biodiversidad continental y marina.

Los países vecinos de Colombia cuentan con buenas estaciones de campo y una tradición sostenida de turismo científico. En Ecuador, por ejemplo, encontramos estaciones como Tiputini Biodiversity Station (TBS), de la Universidad San Francisco de Quito, en el corazón de la Reserva de Biosfera de Yasuní, en la región amazónica; en la costa, está el Centro Nacional de Acuicultura e Investigaciones Marinas (CENAIM), estación de campo de la Escuela Superior Politécnica del Litoral (ESPOL). En esta última, en colaboración con colegas ecuatorianos, logramos extraer el ADN e iniciar la construcción de librerías genómicas el mismo día que colectamos las muestras de candelabros marinos mediante buceo SCUBA justo al frente de la estación en el islote de El Pelado. Incluso Venezuela, antes de su crisis reciente, contaba con estaciones en el archipiélago de los Roques y la isla Margarita (Fundación La Salle), entre otras. En Colombia se han visto truncado los mejores esfuerzos para la permanencia de estaciones de campo, pero tampoco hemos invertido decididamente en estas.

El sistema de Parques Nacionales Naturales de Colombia (PNN) ha sido lo más cercano a una red de estaciones de campo en Colombia. El CIEM (Centro de Investigaciones Ecológicas La Macarena) liderado por la Universidad de los Andes y gracias a la cooperación colombo-japonesa, estableció una estación de campo en cercanías del río Duda, que desde 1989 vino a ser parte del PNN Tinigua [7] y que infortunadamente tuvo que cerrarse por problemas de orden público. Todo el sistema de PNN de una u otra forma alberga investigadores y expediciones científicas. Algunos cuentan con infraestructura y alojamientos como es el caso de la estación Henry Von Prahl en la isla Gorgona [8]. Por algo la llaman la “isla ciencia” con una gran tradición en investigación marina, en dónde se ha podido realizar investigación y monitoreo por más de tres décadas. Incluso en los lugares más remotos del sistema de PNN, como el Santuario de Flora y Fauna-SFF Malpelo, hay visitas constantes de investigadores y se estudia con el apoyo del PNN y la fundación Malpelo. Algunos de nuestros mejores resultados de investigación, gracias las condiciones de conservación y aislamiento de la biodiversidad de la isla Malpelo, además con influencia del fenómeno de El Niño Oscilación Sur, se han realizado gracias a este apoyo interinstitucional [9]. Seguir apoyando a los PNN para que consoliden sus esfuerzos de instalación y mejoramiento de sus estaciones científicas es sin duda una medida tangible hacia la promoción del turismo científico en Colombia.

En la segunda vertiente del turismo científico, donde los turistas, sin ser científicos, tienen una experiencia relacionada con la ciencia y su investigación, tiene un mayor potencial en Colombia. En este turismo guiado por científicos, provee una experiencia de mutuo beneficio. Por ejemplo, los voluntarios para la restauración ecológica de la biodiversidad, como por ejemplo la rehabilitación de fauna, las guarderías coralinas y la reforestación, son un gran apoyo para los científicos y la conservación. Requiere de científicos dispuestos a participar del turismo científico o que puedan beneficiarse del apoyo de turistas voluntarios, muchas veces como parte de expediciones científicas o viajes de exploración. Este tipo de actividad puede llegar a ser masivo, sin dejar de ser sostenible, y es considerada desde sus inicios como un turismo con mínimos impactos adversos sobre el ambiente [10]. Incluso, el avistamiento de especies carismáticas de la biodiversidad, como los tiburones por ejemplo, es reconocido como un elemento que apoya los procesos de conservación en curso [11]. El sentimiento de aportar a la restauración y conservación de ecosistemas amenazados, como los arrecifes coralinos, atrae un creciente numero de turistas y buzos aficionados [12]. Las estaciones científicas en los parques nacionales, o en cualquier tipo de reserva, podrían ampliar su oferta de turismo científico en esa dirección incluyendo nuevos perfiles de turistas atraídos por las actividades científicas o incluso estudiantes de colegios y universidades interesados en una experiencia científica durante sus vacaciones.

Un lugar privilegiado en biodiversidad como Colombia, permite que el turismo científico se armonice con el ecoturismo. En los parques y reservas de Nueva Zelanda existen redes de caminos y refugios–algunos pre-fabricados y transportados en helicópteros–donde los caminantes disfrutan del entorno natural de la isla durante varios días sin encontrar siquiera redes de electricidad. Las famosas “grandes caminatas” deben reservarse muchas veces con varios años de anticipación, debido a la demanda de visitantes de todo el mundo. Muchos de estos recorridos son motivados, no solo por los icónicos paisajes de los fiordos y los Alpes del sur, sino por la biodiversidad única de la isla, en especial de sus plantas y aves. El avistamiento de aves y vida silvestre está en crecimiento en Colombia, gracias a iniciativas como el “Global Big Day”, y su potencial puede ser aún mayor si se recuperan muchos de los caminos que recorren al país. Solamente en la cordillera oriental se conocen en detalle 157 caminos, Boyacá (42 rutas), Cundinamarca (75) y Santander (40), que recorren, cada uno, un promedio de 15 km y se pueden recorrer en un solo día, iniciando y terminando en lugares con acceso a transporte terrestre. Estos caminos en su mayoría van por caminos reales, con empedrados antiguos, atravesando bosques, páramos, humedales y enclaves rurales, afortunadamente documentados en las “Rutas camineras de Colombia” [13–15]. Esto demuestra el enorme potencial de la biodiversidad de Colombia, incluso con infraestructura existente, para que el turismo guiado por la ciencia se convierta en una fuente de empleo y sostenibilidad en todas las regiones de Colombia.

Esta nota no pretende ser una investigación exhaustiva del turismo científico en Colombia, pero si podemos decir que los casos mencionados muestran el enorme potencial de esta actividad. La biodiversidad es el gran privilegio natural de esta nación y el turismo científico es otro instrumento para su aprovechamiento. Es una razón mas para considerar a la biodiversidad como la mayor fuente de desarrollo sostenible: una oportunidad que no podemos dejar pasar.

@biommar

Referencias citadas

  1. Slocum SL, Kline C, Holden A, editors. 2015 Scientific Tourism: researchers as travellers. Oxon, UK: Routledge.
  2. Sánchez JA, Ballesteros D. 2014 The invasive snowflake coral (Carijoa riisei) in the Tropical Eastern Pacific, Colombia. Revista de Biología Tropical 62, 197–207.
  3. Laarman JG, Perdue RR. 1989 Science tourism in Costa Rica. Annals of Tourism Research 16, 205–215. (doi:10.1016/0160-7383(89)90068-6)
  4. Collin R, Díaz MC, Noremburg J, Rocha RM, Sánchez JA, Schulze A, Schwartz M, Valdéz A. 2005 Photographic identification guide to some common marine invertebrates of Bocas del Toro, Panamá. Caribbean Journal of Science 41, 638–707.
  5. Windsor DM. 1990 Climate and Moisture Variability in a Tropical Forest: Long-term Records from Barro Colorado Island, Panama. Smithsonian Contributions to Earth Sciences 29, 1–145.
  6. Bak RP, Nieuwland G, Meesters EH. 2005 Coral reef crisis in deep and shallow reefs: 30 years of constancy and change in reefs of Curacao and Bonaire. Coral reefs 24, 475–479.
  7. Stevenson PR, Suescún M, Quiñones MJ. 2004 Characterization of forest types at the CIEM, Tinigua Park, Colombia. Field Studies of Fauna and Flora La Macarena Colombia 14, 1–20.
  8. Giraldo A, Diazgranados MC, Gutiérez-Landázuri CF. 2014 Isla Gorgona, enclave estratégico para los esfuerzos de conservación en el Pacífico Oriental Tropical. Revista de Biología Tropical 62, 1–12.
  9. Quintanilla E, Ramírez-Portilla C, Adu-Oppong B, Walljasper G, Glaeser SP, Wilke T, Muñoz AR, Sánchez JA. 2018 Local confinement of disease-related microbiome facilitates recovery of gorgonian sea fans from necrotic-patch disease. Scientific Reports 8, 14636. (doi:10.1038/s41598-018-33007-8)
  10. Ilyina L, Mieczkowski Z. 1992 Developing scientific tourism in Russia. Tourism management 13, 327–331.
  11. Gonzáles-Mantilla PG, Gallagher AJ, León CJ, Vianna GMS. 2021 Challenges and conservation potential of shark-diving tourism in the Macaronesian archipelagos. Marine Policy 131, 104632. (doi:10.1016/j.marpol.2021.104632)
  12. Prideaux B, Pabel A. 2018 Coral reefs: Tourism, conservation and management. Routledge.
  13. Delgado C. 1996 Rutas camineras de Colombia: Cundinamarca. Corporación Nacional de Turismo.
  14. Muñoz de Sánchez N. 1996 Rutas camineras de Colombia: Boyacá. Corporación Nacional de Turismo.
  15. Ortiz G. 1996 Rutas camineras de Colombia: Santander. Corporación Nacional de Turismo.

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