Sanando a los padres

Por: León Sandoval

En diferentes consultorías que he tenido la oportunidad de llevar a cabo en campos como la astrología, el reiki, la radiestesia y en general, como mentor de vida, he hallado un aspecto bastante frecuente entre mis consultantes, que personalmente he experimentado también: Las heridas de infancia, muchas de ellas ocasionadas desde la gestación misma; lesiones que en muchos casos son atribuidas a ambos o alguno de los progenitores, que dejan honda huella en el futuro adulto, al punto, que salen a la luz con el paso de los años y, perfectamente, pueden explicar mucho de la futura personalidad, del desarrollo ulterior del adulto como ciudadano, y sobre el manejo de las emociones por parte de ese niño en su vida adulta.

No existe un manual que enseñe al individuo a ser padre o madre. Sólo se aprende a ser hijo cuando se es padre o madre, y muchas veces, ese curso también se reprueba. La paternidad y la maternidad son asignaturas prácticas que sólo se pueden llevar a cabo desde la experiencia personal y difícilmente son susceptibles de exámenes de habilitación o de segunda oportunidad, porque en ocasiones el daño sobre la futura personalidad del hijo ya está hecho, y no es posible retrotraer el tiempo en el calendario, pero sí se puede trabajar en el presente con la consciencia para restañar las heridas por lejanas que sean.

He podido experimentar en mi propia persona el proceso de sanidad de heridas de la infancia para sanar a mis padres, y también en muchos de mis consultantes, para concluir que, no sólo es posible sanarse a sí mismo y a los padres, también es un imperativo moral sanar las heridas de la infancia, así alguna de las partes en fricción halla desencarnado. Hay heridas que son fantasmas del pasado y pueden perseguir al individuo hasta el final de su vida. El proceso de sanidad de los padres, no es otra cosa, que el proceso de sanidad del hijo. En la medida que el hijo se sane por sí mismo o con la ayuda de otro, sanará también a sus padres. No se trata de esperar a que papá o mamá cambien o den el primer paso, generalmente, ellos no lo darán primero, esa tarea inicialmente, debe partir desde el estado de consciencia del hijo.

Le corresponde al hijo cambiar, si espera el cambio de sus padres. Al hijo no le corresponde cuestionar, juzgar o censurar a sus padres, esa no es la tarea del hijo, lo he aprendido con la madurez de los años. Lo que sí me corresponde como hijo es agradecer a las personas que escogí por padre y madre por el hecho de haber facilitado sus células vitales para mi encarnación en este plano, por ese simple hecho, me ha de bastar y he de ser agradecido. Lo demás, si se trató de un mal o buen ser humano, un padre o madre responsable, no es mi tarea evaluarlos, simple y llanamente, mi agradecimiento a ese padre y esa madre puede ser el primer paso y muchas veces, resulta suficiente para empezar a sanar. No se trata de entender a papá y mamá, se trata de agradecerles. Siempre pienso que mi materialidad habitaba en una gónada de mi padre, luego mi madre facilitó un óvulo para que yo estuviese dentro de Ella durante cuarenta semanas, lapso en el que me alimenté de su cuerpo, de su amor, de sus emociones, de su sensibilidad, y un día alguien cortó el cordón material que nos unía.

Yo soy el hijo que decidió escoger a mis progenitores como parte de esta vida. Ellos son mis maestros de vida ya sea por acción u omisión, pese a sus defectos, aciertos, dramas, y karmas positivos y negativos, se eligieron a ellos y yo los elegí a los dos para que yo estuviese aquí. Al sanarme a mí mismo, he sanado a mis padres. Sólo me resta decirles desde el alma: Gracias Papá, Gracias Mamá. Los amo, me costó años entenderlo y saberlo, pero finalmente lo logré. Estamos en paz, nada me deben, nada les debo. Los libero, me libero. Cierro el ciclo. Hecho está.

 

 

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