Columna Opinión de Oscar Sevillano Muchas veces me he preguntado porque los bogotanos no tenemos claro que quienes intervienen en la administración de Bogotá, no son únicamente el alcalde de la capital y sus funcionarios. Que en ella también se encuentran involucrados los concejales.
Si lo tuviésemos claro, con toda seguridad que buscaríamos escoger no solo a los que nos hablan bonito cuando están buscando sus votos prometiéndonos el cielo y la tierra, sino a los que mejor hoja de vida tienen y si buscan repetir curul, nos daríamos a la tarea de revisar su trabajo para estar seguros de que tan eficaz fue este.
Lo que he podido observar es lo contrario, muchos bogotanos ni siquiera recuerdan por cuál de los concejales que ocupan una silla en el cabildo distrital votaron, y los que tienen presente el nombre, no los han hecho seguimiento a su trabajo. Algo así ocurre también con la elección de senadores y representantes a la cámara, y es por esto que hoy por hoy me pregunto de donde salió el cuento de la tal cultura política que supuestamente existe o existía en Bogotá.
Si esa tal cultura política existiera, no se habrían reelegido a personajes nefastos en el concejo como Omar Mejía, Severo Correo o Darío Fernando Cepeda por ejemplo. La mayoría, si no es que todos, serían de la talla de Juan Carlos Flórez, Miguel Uribe, Carlos Vicente de Roux, María Fernanda Rojas, Horacio José Serpa o Antonio Sanguino. Es decir personas, estudiosas de los temas y preocupadas por el bienestar de la ciudad.
Está más que demostrado que si el estado de la ciudad capital es preocupante, la culpa no es solo de los desastres que han provocado en ella los últimos tres alcaldes, también ha sido responsabilidad del Concejo de Bogotá, que por tener a muchos de sus miembros con la atención puesta en el presupuesto distrital para que ver que tajada le pueden sacar, permitieron que contratistas y funcionarios públicos robaran las finanzas del distrito, hechos que extrañamente no se han investigado con rigor y eficiencia, ni en Fiscalía, ni en Procuraduría.
No será extraño entonces verlos como si no nada en campaña, repartiendo tamales, lechona y trago, bajando de sus carros para darles la mano a todos los ciudadanos, incluyendo a los habitantes de la calle a quienes no voltean a mirar mientras no sea época electoral. Tampoco será raro escucharles hablar del trabajo que nunca hicieron, pero por el que sacan pecho y lo muestran como si fuese propio, además de los puestos que han de prometer, algunos a través de negocios que manejan sus familiares, otros por medio de las entidades del distrito en donde tienen sus fichas.
Con esto no estoy diciendo que no se deba elegir concejales, como lo insinúa el candidato Hollman Morris. Ni más faltaba que yo me fuera a unir a una idea traída de los cabellos, pero si es claro que se debe pensar en quienes son estas personas que se les va a permitir llegar al cabildo distrital para vigilar las actuaciones del alcalde y sus funcionarios, porque Bogotá no puede continuar a la deriva por culpa de alcaldes que no tienen idea de cómo administrar una ciudad como ocurre con Gustavo Petro y de algunos concejales que se eligen y reeligen para mantener un capital burocrático, alimentar los negocios que manejan sus familiares para mediante estas dos modalidades de asalto al erario público, extraer una buena parte de los dineros de la capital.
Es hora de que los bogotanos pensemos en no continuar con el Concejo que tenemos y elegir el que deberíamos tener. Es decir, uno donde todos y no solo unos cuantos, se preocupen y trabajen por el bienestar de la ciudad.